Este es mi primer intento de escritura, espero lo disfruten y apoyen este gusto por escribir con críticas que me permitan mejorar y entregar historias más interesantes o fascinantes. Disculpen que el texto no esté justificado, pero no sé manejar esto, sin más, ¡Qué sea de su agrado y les haga pasar un rato agradable!
¿Recuerdas los dulces sabores de nuestra infancia marchita? ¿Recuerdas las miles de travesuras que juntos hacíamos y que sólo eran paradas por las hermanas? ¿Recuerdas las historias y mitos que las hermanas nos contaban? ¿Recuerdas esas dulces ancianas que fingían enojo, pero terminaban regalándonos una sonrisa? Seguramente ellas se encuentran descansando en los amplios jardines celestiales que nos detallaban como la más solemne y bella de las promesas, jardines donde las fieras son tan mansas como el más pequeño cordero, donde la fuentes segregan agua tan limpia y pura que una sola gota saciaría la sed de un universo decadente, donde las frutas se encuentran al alcance de cualquiera y contienen dentro de sí las delicias que en vida nadie había podido probar, donde los alimentos deleitan el gusto y no la necesidad , pues sus habitantes ya no sienten el hambre o la sed que los condenaba humanos, sino que existen sólo para recibir las recompensas de quienes soportan la inmundicia de un mundo degenerado.
Nunca fuiste alguien que gustara de los recuerdos, lo sé bien, preferías mil veces olvidar todo lo que te atara a un mundo corpóreo y desatado como el nuestro y, aún así, jamás lograste deshacerte de esos recuerdos de infancia y de mi persona, sé bien que lo intentaste tras ese fatídico día. Crecimos en un mundo cruel, me lo recordabas constantemente, a lo que las hermanas sólo regresaban a contar la promesa de un mundo celestial, en el que la libertad sería eterna y donde no podría llegar mal alguno. Hasta tú, un alma atada a la negación, enmudecías ante tales promesas y sonreías con esperanza en tus ojos, -¡si las hermanas lo dicen debe ser verdad!- comentaste la última vez que nos contaron la historia, la última vez antes de que las dulces hermanas que cuidaban nuestras vidas murieran en la oscura noche iluminada por el fuego, sus gritos rompían el silencio sepulcral, unos gritos que recuerdo vivamente pues no rogaban por sus vidas, sino que nos alentaban a alejarnos y correr lo más lejos posible, tú corrías entre las demoníacas llamas y tomabas mi mano para llevarme contigo, nos libraste de las llamas y nos permitiste vivir al perdernos en el oscuro follaje del bosque, todo mientras unas risas dementes nos acompañaban.
¿Recuerdas cómo comenzó todo? ¿Cómo la humanidad alcanzó su más grande sueño? ¿Cómo se crearon las desdichadas criaturas que habrían de sufrir tormentos y penas eternas por sus pecados o por simple artimaña del destino? ¿Cómo todo se convirtió en un juego para la mayoría? Claro que lo recuerdas, esa noche maldijiste todo lo que se podía maldecir, no hubo gobierno, sociedad o Dios a quien no culparás por la crueldad de tan aberrantes actos o la debilidad que sobre nuestra consciencia caía con la muerte de tan queridas personas. Éramos dos niños que acababan de pasar horrores; tú, siempre inteligente y mostrando cualidades demasiado avanzadas para la edad que nos unía; yo, siempre callado y esperando por un nuevo protector.
Esta sociedad fue un error, un burdo error que jamás debió lograr superar los límites de su propia mortandad, debió desparecer en su locura, pero no fue así. Todo comenzó por un descubrimiento, un gran adelanto que cumplía con las expectativas de los gobiernos inversores, la humanidad veía su ancestral sueño cumplido, la inmortalidad era ya un hecho; no fueron las manzanas doradas de las Hespérides ni la fuente de la eterna juventud, sólo la constante humana en su deseo por alcanzar a los dioses. Maldecías a los ricos y poderosos que tuvieron acceso al milagro y, a la vez, meditabas constantemente sobre aquellos que debieron ser los sujetos de experimentación y sobre sus tristes destinos, de los cuales nadie jamás anunció nada, o al menos hasta que ya no se pudo esconder nada.
Dudo que la muerte sea tan sencilla de acabar-comentaste una mañana mientras descansábamos bajo la sombra de un árbol. Ese mismo día reíste ante las pocas palabras que despotricaba mientras escuchábamos, por la radio que las hermanas nos prestaban, la noticia de que los ancianos que creían su vida eterna se habían topado con la cruel realidad: me explicaste que sus cuerpos inmortales si eran, pues sus heridas se curaban y las enfermedades ya no los afectaban, pero que no habían tomado en cuenta que inmortalidad no correspondía con la eternidad, y ellos seguían envejeciendo. Recordaste tus dudas sobre los primeros, los conejillos, y entonces te percataste de algo que las noticias casi deseaban no mencionar, los ancianos rogaban, en plena entrevista, que les brindaran la muerte, que no les dejaran seguir así, -seguramente han perdido la cabeza-decías, mientras apagabas la radio.
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Inmortales
HorrorUn ser, sin importancia, intentando hablar con el ser que no ha podido olvidar. Date la oportunidad de conocer esta historia.