16/11/2020

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El sueño comenzaba con mi familia comprando víveres en una tienda de comestibles.

Era recién al momento de salir de dicho local en cuanto yo podía percatarme que el aspecto de quienes me acompañaban era radicalmente distinto al de mi verdadera familia, como si el mundo exterior hubiese obrado una suerte de transformación en ellos, volviéndoles personajes de aspecto irreal, como de un dibujo animado: Así mi padre ya no era mi padre, sino un hombre más joven, de cabello castaño, mi abuelo era un también un hombre bastante más joven de aspecto completamente distinto a la persona que yo recordaba.

También mi hermano mayor había cambiado, siendo mi madre la única que conservaba su verdadera apariencia, o al menos tal fue mi impresión en la cual nosotros abordamos un bus, eligiendo sentarme junto a ella.

El bus avanzaba a través de las calles de una ciudad desconocida, alternándose de manera indistinta durante aquel trayecto el día y la noche.

Al asomarme a través de una de las ventanas durante uno de los momentos en que duraba la noche, yo pude presenciar una escena muy cercana y vívida, como si hubiese dejado el bus y me hubiese traslado a una especie de parque con una cancha de fútbol, sitio por donde transitaban tanto unos personajes monstruosos como otros que parecían animales antropomorfos.

Los personajes monstruosos se mostraban felices, enfrascados en una serie de extraños juegos en la cancha de fútbol, de cuando en cuando señalando a una luna de color anaranjado que brillaba en lo alto, alcanzando a oír entre sus risas la mención de un evento deportivo que tenía lugar en esa ciudad, el cual les permitía actuar sin despertar sospecha de los seres humanos.

Los animales antropomorfos, por su parte, no compartían esta alegría: Ellos permanecían en silencio, presenciando los juegos con gesto desconfiado, transitando las calles bañadas por un inquietante resplandor naranja, casi rojizo.

Así como así, yo me encontraba de vuelta en el bus, y era nuevamente de día, sintiendo yo que íbamos adentrándonos a un sector particularmente peligroso de aquella urbe. Yo estaba plenamente convencido de que el conductor de aquel bus conspiraba para secuestrarnos, razón por la cual yo me dirigí a él, dispuesta a confrontarlo: Se trataba de un hombre joven y corpulento, de cabellos negros.

Junto a él se hallaba sentada una mujer joven, de cabello rubio y gesto socarrón: Ella se burlaba de mis acusaciones, entablando yo una discusión con ella, pareciéndome su comportamiento por demás inmaduro, como si estuviese hablando con una adolescente.

En un momento dado y sin dejar de sonreír, la mujer rubia anunció sus intenciones de quitarse la vida, para lo cual abría una de las ventanas del bus, y saltaba fuera de aquel vehículo en movimiento.

No hubo reacción de parte del conductor ni tampoco de los demás pasajeros del bus: Y si bien en un principio yo estaba sorprendido por lo sucedido, de inmediato me invadieron la sospecha y el recelo, como si una parte de mí intuyese que todo fuese parte de una artimaña para volvernos víctimas de un robo.

En vez de ello, el bus arribó hasta un restaurante, volviéndose de noche repentinamente.

Mi transformada familia y yo descendimos a ese establecimiento, seguidos por el conductor del bus, que recién entonces manifestaba un fuerte enojo (Si bien ni la más mínima congoja) con respecto a la suerte corrida por su novia.

Él se sentaba junto a nosotros cinco, y en sus recriminaciones, su presencia se me hacía real que la de las demás personas que me acompañaban, al punto de eclipsarlas por completo, como si desapareciesen de repente.

Al mismo tiempo, mientras me hablaba, sus rasgos se volvían más y más caricaturescos, al punto de ya casi no parecer humano. En un momento dado, me parecía tener frente a mí a Bluto, el antagonista de Popeye (Y de hecho, yo me referí a él de esa manera, ordenándole callar de forma un tanto despectiva.)

Nuestra discusión atrajo a la mesa a sus dos mujeres jóvenes y atractivas que se encontraban en el restaurante, las cuales se dirigían a mí con suma familiaridad, a pesar de que yo no era capaz de reconocerlas: Ellas me solicitaban que mostrase más compasión con respecto a la trágica suerte corrida por la joven rubia, hablándome de la soledad que ella vivió durante su niñez.

Mientras las dos mujeres me hablaban, yo me imaginaba a dicha joven rubia como una niña pequeña, que le hablaba a una serie de objetos inanimados, algunos bastante inverosímiles, como podía serlo una granada.

Pero aunque una escena semejante bien podría haberme resultado jocosa, en vez de ello me producía cierto grado de remordimiento, emoción que habría terminar de golpe aquel sueño.

Diario de Sueños y PesadillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora