Capítulo 1

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Sentía la sangre llegar a su boca. La sentía correr por su mano, por sus dedos débiles que intentaban tapar aquella herida en su costado fruto de un apuñalamiento veloz y preciso. No había recibido un daño severo en ningún órgano, pero el sangrado no estaba parando por más fuerza que hacía sobre la herida, intentando también mantener la menta completamente clara, los ojos bien abiertos. Su vista se estaba comenzando a nublar. El sopor sobre sus ojos le impedía mantenerlos abiertos por mucho tiempo más, pero lo estaba intentando con todas sus fuerzas. Estaba dando todo de sí para mantenerse despierto, para no dormirse y volar al cielo o al infierno.

No. No había cielo, solo inferno. Lo había visto. Lo había sufrido. Tal vez la muerte era el preciado cielo y la vida era el infierno que lo había estado sometiendo lentamente, volviéndolo un chico temeroso, airado, lleno de resentimiento con el mundo entero, con las ganadas de destruirlo, pero con el corazón de alguien que no podría hacerlo. No, no quería matar a siete mil millones de personas, sentir su sangre escurriendo por sus manos y tener en su mente aquellas muertes, atosigándolo, molestándolo. No era cruel ni inhumano. No haría eso...

Tragó salía. Sintió como cortaba su garganta ligeramente, como si fuera un papel de lijar que estuviera pasando por la zona. Intentó levantarse haciendo fuerza con el brazo izquierdo manteniendo el derecho sobre la herida. Mechones dorados cubrieron levemente dos orbes azules como dos zafiros. Orbes que perdían lentamente el brillo mientras se ponía de pie sobre dos piernas débiles, temblorosas, que pronto cederían y lo mandarían de nuevo al frío suelo manchado con su sangre.

Aspiró. Espiró. Sentía el gélido aire rozando su rostro como la mano dulce de una madre, como si estuviera lentamente alentándolo a sobreponerse a aquello. ¿Realmente estaba sobreponiéndose a una herida mortal? No había daño en ningún órgano, pero desde luego si la sangre no se detenía pronto moriría. A lo sumo, le quedaban unos dos minutos, tal vez incluso menos por el charco que ya estaba a sus pies, que estaba viendo con sus propios ojos. Un líquido rojo oscuro manchaba su desgarrada camiseta, escurriendo por la pernera de su pantalón hasta manchar su zapato, avanzando hacia aquel charco haciéndolo un poco más grande. ¿Habría perdido un litro con aquello? ¿Menos? ¿Más? Sus ojos estaban viendo demasiada sangre a sus pies.

Apretó los dientes. Sintió como rechinaban. Levantó el rostro en un gesto retador, sintiendo como el aire no llegaba a sus pulmones. Dio un paso. Luego dio un segundo. Pero finalmente su pierna falló, cayendo sobre su rodilla derecha, obligándose a quedar en esa posición, como si estuviera proponiendo matrimonio.

Irónico. Delante de él había una mujer de cabello negro como la misma noche, con unos ligeramente violetas llenos de un brillo morboso mientras lo miraban. No iba vestida decentemente. Parecía sacada de una película BDSM o de algún tipo de juego sadomasoquista. Eso era lo que él pensaba mientras la miraba, allí de pie, al lado de otro chico perdiendo la vida. Podía verlo. Lo reconocía. Hyōdō Issei. Un chico de su escuela si no recordaba mal. Un miembro del Trío Pervertido que acosaba a las chicas en la institución más aclamada de Kuoh.

El brillo en sus ojos titiló ligeramente. Su fuerza se fue apagando levemente, sintiendo como la sangre había empapado su pantalón y su destrozada camiseta. ¿Hasta aquí había llegado? ¿No podía mantenerse vivo un poco más? Apretó los dientes en un intento por mantenerse despierto. Resoplando, hizo fuerza para levantarse nuevamente bajo los ojos de aquella mujer vestida extrañamente.

Soy un ángel caído.

No, eso era una estupidez. Levantó el rostro, mostrando el ojo derecho cerrado por el esfuerzo, mientras el izquierdo se fijó en aquellas oscuras alas hechas por plumas negras, como de cuervo, que brotaban de la espalda de la mujer vestida como la de una película para adultos.

El Rey de los HéroesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora