—Ya no tenemos nada que arreglar — contestó mi esposa.
—Eso es mentira. Si dos personas que vivieron juntas no pueden darse la mano para, al menos, desearse buena suerte con sinceridad, significa que aún tienen cosas pendientes que arreglar.
Seulgi enmudeció. Cuando yo estaba a punto de decir que no valía la pena continuar con eso, ella levantó la voz visiblemente airada:
—Y cómo quiere que arreglemos las cosas? _____ me ha herido mucho. Las heridas del alma no cicatrizan de inmediato.
—Y usted no lo ha herido a él?
—Tal vez. Pero no de la misma forma.
Aparentemente el pozo estaba seco y las posibilidades de hallar un nuevo venero eran casi nulas.
—Bien —declaró Kim con energía—. Ambos formaron una familia hermosa que ahora está deshecha... Independientemente de la enfermedad del niño, ustedes la deshicieron. Los dos se han herido, están llenos de un natural resentimiento. Los dos sienten que sus vidas van a cambiar radicalmente y por supuesto le tienen miedo al futuro. Ante tan graves emociones compartidas, ¿no creen que valdría la pena hablar un poco al respecto?
—Pierde su tiempo, señor. ____ y yo jamás podremos volver a unirnos.
—Nadie dijo eso. No vine a hacer el papel de conciliador romántico. Ustedes son adultos y saben lo que hacen. A partir de aquí cada uno puede seguir su rumbo, pero lo importante es sufrir lo menos posible, enfrentar con serenidad el futuro y dejar de perjudicarse uno al otro.
Tomé asiento con lentitud, realmente interesado en el tema que se estaba tocando. Seulgi no podía ocultar su pena. Miraba a Kim con los ojos brillantes por las lágrimas, como si el hombre fuese un salvador que pudiese sacarla del infierno.
—Los seres humanos nos dañamos unos a otros —continuó Kim con decisión—. A diario hay muchas personas acusadas y sentenciadas injustamente, cientos de muchachas seducidas, miles de mujeres abandonadas, millones de hombres asaltados o golpeados; a nuestro alrededor pulula la sevicia, el abuso sexual, el chantaje, el fraude, la violencia familiar, el incesto y, lo más frecuente, la falta de consideración por parte de nuestros seres queridos. Cuando hemos sido afectados por algo así sobreviene en nosotros un odio natural, un deseo de tomar revancha y una terrible soledad. Nadie está exento de ser lastimado por otro ser humano; es más, me atrevería a decir que a todos nos seguirá ocurriendo y debemos desarrollar un mecanismo de defensa para no permitir que, por atropello de alguien, nuestra vida pierda sentido.
—¿Mecanismo de defensa? — cuestioné—. ¿A qué se refiere?
—Sólo alcanzan la plenitud de la vida quienes asimilan y practican el perdón. La única manera de extraer de nuestro cuerpo el veneno que nos inyectan otros es perdonando. Así como lo oyen. De nada sirven parapetos. La gente los va a herir a menos que se vuelvan ermitaños encapuchados. Perdonar es abrir la puerta que los sacará del recinto de la amargura. Corrijan el concepto en su cabeza, por favor. Al perdonar a la persona que me dañó, no le estoy haciendo un favor a ella, me lo estoy haciendo a mí mismo: cuando perdono sinceramente a mi agresor la paz me inunda, aunque mi agresor no se entere; de la misma forma, cuando lo odio, me invade la pesadumbre, aunque igualmente mi ofensor esté totalmente ajeno a lo que siento por él.
En ese instante recordé algo leído muchos años atrás referente a que cierto oficial del ejército estadounidense que había estado en la Segunda Guerra Mundial se enteró de que uno de sus más queridos compañeros se hallaba enfermo y solo. El exitoso militar buscó la casa de su amigo. Entró a ella y reconoció a su viejo compañero en un sujeto pobre y acabado. Al poco rato de platicar, el hombre fuerte le preguntó al débil si ya había perdonado a los nazis, a lo que éste le respondió con una vehemencia inusitada: «No. De ninguna forma. Todavía los odio con toda el alma». «Entonces», le dijo su amigo, entristecido, «te tengo una mala noticia: si aún no los perdonas significa que ellos todavía te tienen prisionero».
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Psychology || Seulgi [✓]
FanficUna última oportunidad - ADAPTACIÓN - Todos los derechos corresponden al autor original