II. Encuentro

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Estoy descolocada, realmente estoy ausente. Mi jefa me llamo la atencion dos veces en lo que va de noche, porque no logro concentrarme en mis tareas. Pero no puedo evitarlo. Han pasado tantos años desde que abandone mi pasado que siento que esta volviendo y esa sensacion me golpea como un baldazo de agua helada, como si estuviera rabioso por mi abandono, como si jamás pudiera librarme de él.

Me encerre en el baño un segundo, a refrescarme y a tratar de ordenar mi cerebro para que desconecte y pueda trabajar en paz. Hay mujeres apiñadas en el espejo, retocando sus maquillajes, acomodar sus escotes o peinar sus cabellos para lucir mas apetecibles para el sexo contrario. Se abrio un pequeño camino hacia el espejo, su cabello estaba atado en una coleta alta; su uniforme oscuro, pulcramente planchado, la camisa de su uniforme tenia desabrochados los dos primeros botones, revelando un poco de su busto pero no lo suficiente para lucir vulgar. Era un truco que habia aprendido con el tiempo, a mas piel, mayor propina. Descendio sus manos por su cuerpo, hasta la cinturilla de sus pantalones cortos y negros; recordo que al principio habia pensado en rechazar el empleo, por el uniforme, pero luego cambio de parecer; quizás aquel cambio atenuaria un poco su vieja ella. Los cambios siempre son bienvenidos, siempre y cuando traigan cosas buenas. Y aquel uniforme le traia cosas buenas; su sueldo y propinas le servian para pagar las cuentas, comer y pagarse sus estudios. Por lo menos hasta que se recibiera y pudiera trabajar de alguna de sus carreras.

Suspiro, y saco de su bolsillo su lapiz labial. No usaba mucho maquillaje, solo lo necesario para tapar las ojeras por la falta de sueño, y algo para resaltar sus rasgos. El labial solo daba un toque mas lleno a sus labios carnosos; otorgandole un tono rosado, sencillo y juvenil. Sonrio a su reflejo y salio del baño en direccion a la barra para continuar con su trabajo.

-Jane; ve a levantar los pedidos del apartado 3 y luego limpia la 5 y la 2.- dijo Mary, su jefa. No usaba su primer nombre, no lo habia vuelto a usar desde que dejo el mundo magico; en su nueva vida era Jane Granger, estudiante universitaria y camarera de pub.

Asintio a su jefa, y tomo su anotador y lapiz, y camino entre las personas hasta llegar a los reservados.

-Buenas noches, ¿En qué puedo ayudarlos?- pregunto coqueta a los cuatro hombres alli sentados. Por sus trajes, podria decir que eran ejecutivos o abogados, eran trajes caros, de las mas finisimas telas, nada comparado con la ropa que normalmente veia en el pub.

-Podrias darme tu número, muñeca- dijo uno de ellos, un hombre rubio, su cabello brillaba con las luces de la pista de baile en distintos tonos y juegos de color. No le sorprendio el comentario, solia recibir aquellas frases de muchos hombres a lo largo de la semana mientras trabajaba. Simplemente sonrio, y le guiño un ojo.- Dos jarras de cerveza negra para nosotros.- dijo señalando a su compañero de al lado; luego fijo la atencion en los otros dos hombres de la mesa, y yo segui su mirada.- ¿Ustedes que van a tomar?

Anote las dos cervezas mientras observaba a los otros dos hombres; las luces en los reservados eran escasas, para dar mayor intimidad.

-Yo quiero otra copa de su mejor vino tinto- dijo uno de ellos. Sus ojos azules brillaban intensos en las sombras. Anote aquella bebida, y mire al otro hombre. Estaba serio, sus ojos eran grises, como el hielo, parecian frios incluso. Algo en sus ojos removio mi mente, algo en esos ojos me parecia conocido. Pero no lograba atar cabos y descubrir quien era y de donde lo tenia visto. El hombre del vino carraspeo y palmeando el hombro del hombre serio- Y un whisky doble para él. Gracias- anote los pedidos y me aleje a toda prisa hacia la barra.

Luego fui a levantar las copas y vasos de los otros reservado; podia sentir las miradas de los hombres del reservado 3 clavada en su nuca, siguiendo cada movimiento. Evite mirarlos cuando tome la bandeja con sus pedidos y me acerque a su mesa. Dejando cada copa, vaso y jarras delante de cada uno. Aprendi en este trabajo a reconocer las miradas, el rubio y su acompañante me observaban con un deseo mal disimulado, mientras que el hombre del vino me miraba curioso como tratando de desentrañar un misterio; el hombre del whisky me obserbava serio, sin siquiera parpadear.

30 escalones al ParaisoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora