Única parte

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El mundo entero podría estar llegando a su más temido fin, en ese mismo instante, en el siguiente, en los que vienen.

Envuelto en llamas y grietas y escombros y en todos los destrozos habidos y por haber, el planeta podría estar abriéndose a la mitad o estallando en centenares de escombros, y, aun así, Ashton Irwin no apartaría la mirada del escenario por ninguna razón en todo el universo.

Podría haber gritos, y llanto, y hasta el más despiadado rugido de alguna bestia dispuesta a acabar con la vida terrestre, y a él no podría importarle menos, pues su atención está puesta en la silueta femenina que ha estado persiguiendo desde que subió los cortos escalones que la colocarían sobre el escenario.

Por supuesto, el Apocalipsis y la culminación de la vida humana como se le conoce no ha llegado aún, y tampoco parece estar lo suficientemente cerca mientras el hombre se llena los pulmones de aire y la cabeza con el pensamiento de que la mujer que ahora se pasea sobre la tarima, posee la misma gracia de una flor abriéndose con afán ante el cariño de una nueva y bienvenida primavera, recibiendo la calidez de los rayos de un sol que apenas está saludando al horizonte y cuyos vestigios crecientes han decidido saludarla a ella primero antes que a cualquier otra especie existente en la tierra.

Ella va caminando a paso lento, seductora, maliciosa con esa curva en la comisura de sus labios de cerezo, en una potencial sonrisa que solo atrae y encanta a cualquiera que la mire, que la espere y la quiera lo suficiente como para desear tener mucho más que un solo vistazo de esa encantadora figura de la que goza.

Sus piernas se desplazan al ritmo de la música producida por los instrumentos que están en el fondo, en directo y con vibra, resonando en los altoparlantes localizados en los lugares ideales para que todos en el bar puedan escuchar la melodía y perderse en el espectáculo que la preciosa mujer en el escenario está por dar —si es que no lo ha hecho ya con su magnífica apariencia, impecable, delicada, tan elegante que casi no parece que se dedicara al entretenimiento y la música de la manera en la que todos saben que lo hace—.

El micrófono se balancea entre sus manos, sus caderas se mecen en la seducción personificada, y hay un par de hombros descubiertos que dejan a cierto rizado en específico sin él más mínimo aliento. Ashton tiene que recordarse a sí mismo que debe respirar, que no puede olvidarse de que el oxígeno debe llegar a sus pulmones y luego a su cerebro, y que tiene que mantenerse con vida para poder disfrutar de la muchacha que finalmente lo ha localizado entre la muchedumbre y ahora lo mira fijamente.

El hombre sacude las pestañas con rapidez, su respiración se atasca en alguna parte de su garganta, el corazón le late con fuerza desmesurada y su rostro se llena de un ardor incesante que se distribuye por todas sus esquinas, sonrojándolo furiosamente una vez que ella le regala un coqueto guiño antes de sonreír y acercarse la punta del micrófono a la boca.

Una suave respiración ronronea en las bocinas, y de repente, el canto inicia.

Un escalofrío recorre a Ashton de pies a cabeza, obligándolo a estremecerse con fuerza al mismo tiempo en que sus oídos se llenan de la divinidad guardada en la voz de la muchacha.

Los ojos se le cierran casi de inmediato, sus manos se sostienen por encima de la mesa y sus labios se mueven en silencio y en la pronunciación de esa letra que ella recita y que él ya se sabe de memoria. Y cómo no habría de conocerla, si la conoce desde hace años, si la descubrió hace otros tantos, si ha estado visitándola durante una eternidad completa que no tiene fin, siempre apoyándola, siempre yendo a verla cualquier establecimiento en el que le toque presentarse, sin importar la distancia, ni la ciudad, ni la hora.

Ashton siempre está allí, entre el público, esperando alimentar su propia alma con el dulce cántico que sale de las cuerdas vocales de la muchacha que es tan delicada como un arpa. Su voz es magnífica en más de un sentido, nivelada al gusto de los ángeles, siempre impecable y afinada y tan, tan melódica que al rizado siempre termina doliéndole el pecho en el anhelo de escucharla un poco más, toda la vida de ser posible.

Carmen ✸ romance! [afi] | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora