Everything that starts has to end.

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Junio de 2019

—Tomá —dijo rebuscando entre un cajón del mueble—, dáselas a tu padre. Decile que siga sin buscarme, estoy bien. Un gusto verte, bonita.

Tomó entre sus manos los dos sobres blancos que la mujer le brindaba.

—Muchas gracias, enserio —sonrió a Hoover.

Luego de unos minutos los dos salieron de la casa, dispuestos a volver donde horas antes estaban.

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Emilia llegaba luego de unos cuantos días a su casa. Con un poco de dificultad, dejó la maleta en la planta de arriba, escuchando como Caos maullaba, eufórico de ver a su amada dueña llegar a la casa para poder volver a acurrucarse en sus brazos.

Por otro lado, la rubia había estado algo reflexiva esos días.

¿Y ahora qué? Era la pregunta más recurrente en su mente.

Salía de una pregunta, entraba en otra. Resolvía algo, se trababa en otra cosa.

Se sentó en su cama, sintiendo como se hundía con el peso de ella, siendo abrazada por las sábanas que rodeaban el colchón. Y Caos no tardó en entregarse a ella, reclamando las caricias que no había recibido por casi dos semanas.

Para ella, la mujer había resultado ser una buena persona. O no. No sabía. Entre tantas cosas que había escuchado, pensado y sentido, ya no sabía. Las personas son un misterio.

Por algo prefería estar rodeada de caballos. Ellos eran un misterio, pero se dejaban investigar y descubrir poco a poco, así como lo hacían con ella. Podía confiar en aquellos seres. En las personas le costaba. Además de realizar vínculos desde cero con ellos, con la gente se le dificultaba mucho.

Ya habían manipulado su confianza.

—¿Llegas y ni si quiera atinas a saludarme, pequeña niña desubicada? —resonó la voz de Roger por el pasillo, retumbando entre las paredes un tono que quería parecer enojado, pero que se notaba emocionado.

Ella se sobresaltó un poco ante el susto, levantándose de la cama al ver a su padre atravesar el umbral de la puerta, tirándose a sus brazos para ser encerrada en ellos.

—Te extrañé tanto, Papi. —dijo mientras se hundía en su pecho, en el calor y tranquilidad que ese ser le irradiaba— Oh, y tengo algo para ti.

Rebuscó en su mochila, deteniéndose al ver los dos papeles blancos, borrando la sonrisa que se le había creado al ver a su papá. Cierto, los sobres. Dejando a un lado lo que le iba a dar y tomando lo que le había dado la mujer, se giró, encaminándose de vuelta hacia él.

—Bueno, no era esto lo que te iba a dar, pero no importa.

Le extendió los dos sobres blancos para que los tomara. Con algo de confusión él aceptó lo que le extendía.

—No te preocupes por ella, está bien.

Y ahí entendió.

Su cara se transformó. Ya no tenía alegría. Tampoco confusión.

Estaba enojado, herido y traicionado por su propia hija a la que tanto afecto le tenía. Lo había desobedecido y de la forma que menos habría imaginado.

—¿Fuiste con ella? —consultó, obvio de la respuesta y sin mirarla.

—Sí, yo...

—Maldita sea, fuiste con ella, Emilia —alzó la voz y dirigió su mirada directo a los ojos de la menor, quemándole hasta los huesos.

Reconocida desde pequeñaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora