Introducción

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- Enciende la quinta vela, Edgar.

- No... no puedo...

- ¡Debes hacerlo! Por Irek, por mí, y por ti mismo. Sabes que si no lo haces nos matarán.

Charles le miró fijamente, con ojos suplicantes.

- Por favor, no te cuesta nada- murmuró Irek.

- Pero... pero... mi hijo...- Edgar miró al bebé que había dentro del dibujo de estrella, con una vela en cada punta. Todas estaban encendidas, menos la suya. Miró a sus amigos, y luego a las dos figuras encapuchadas, amenazadoras; suspiró, de dolor y resignación.

- ¡Hazlo!- exclamó uno de los encapuchados, sacando una pistola y apuntando a Irek con ella.

Acercó el mechero a la vela, pero dudó.

- ¡Por favor, Edgar!- gritó Charles.

Edgar encendió la vela. Al instante, su hijo se elevó; de la estrella comenzaron a salir llamas, y una mano demoníaca salió, tocando el brazo del pequeño, que comenzó a llorar. Una oleada de magia le envolvió y le elevó aún más. Cuando el minúsculo cuerpecito del bebé tocaba ya el techo, esa magia que le envolvía se introdujo en él a través de la marca que la mano en llamas le había hecho; un trueno retumbó en la sala.

- Ha finalizado...- murmuraron los encapuchados, con un ligero tono de emoción en su voz.

Mientras tanto, las llamas desaparecían y el bebé volvía a estar dentro de la estrella dibujada; las velas se habían apagado.

Edgar corrió a cogerle, lo estrechó entre sus brazos, y lloró. ¿Qué diría su mujer si se enteraba? ¿Qué diría su propio hijo cuando descubriese lo que le habían hecho?

Charles alargó el brazo y separó la pistola con la que uno de los encapuchados apuntaba a Irek.

- No tan rápido- dijo éste.

Los tres amigos le miraron al instante, con horror.

- No podemos correr el riesgo de que alguien se entere de esto, así que...- Charles, Irek y Edgar cruzaron miradas de dolor, temiéndose el destino que les iba a tocar. Pero cuál no fue su sorpresa al ver que, de pronto, otros tres encapuchados salían de entre las sombras, con la mujer de Edgar atrapada entre sus manos, como rehén-. Matadla.

- ¡¡Margaret!!- chilló Edgar.

- ¡¿Cómo has podido hacerle eso a hijo?! ¡Te odio! ¡¡Cabrón!!

Un par de balas atravesaron la cabeza de Margaret justo en ese momento, callándola para siempre.

- Y como alguien más que vosotros sepa de nuestra existencia, sabed que lo sabremos, y que le mataremos. Y después iréis vosotros- tras estas amenazas, todos los encapuchados desaparecieron.

Nadie dijo nada; Charles e Irek miraban horrorizados el cuerpo muerto y ensangrentado de Margaret. Irek por fin se atrevió a hacer algo: se acercó a su amigo Edgar, que estrechaba a su hijo entre sus brazos y miraba, paralizado, a Margaret, y apoyó una mano en su hombro.

- Lo siento, no pensamos que pudiesen hacer eso... Lo sentimos de veras.

- ¿Qué haré?- murmuró él, entrecortadamente.

- Ella quería que se llamase Louis- añadió Charles, bajito, intentando suavizar la situación.

Pero Edgar no se refería a eso. En su cabeza retumbaban una y otra vez, como una monótona y dolorosa canción, las palabras de su mujer "¡¿Cómo has podido hacerle eso a hijo?! ¡Te odio! ¡¡Cabrón!!", y su expresión de auténtico odio y asco al pronunciarlas. Desde ese día, ya no fue el mismo.

Proceso LigspeaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora