Jackson entendió lo que era la muerte a los veintidós años.
Tal vez, a su edad, ya muchos tuvieran una noción más cercana, más genuina y real de lo que era perder a alguien querido. Pero, para Jackson, conocer a la muerte antes de tan siquiera conocer el amor fue algo que, sin dudas, lo dejó confundido y fuera de sí.
Él, al igual que todas las demás personas, esperaba con ansias el día que pudiera conocer a la persona que el destino le había preparado. Se fijaba en eso todos los días, en el anillo que, desde su nacimiento, adornaba su dedo anular, simbolizando su vínculo con su pareja destinada. El metal dorado solía cambiar de color a cada rato, mostrándole las emociones que aquella persona, donde quiera que estuviera, estaba sintiendo. Le gustaba cuando el brillo se tornaba rosáceo y le indicaba felicidad. Era agradable sentirse feliz también por eso e imaginar que aquella persona también veía su anillo tornarse de un color alegre. En otras ocasiones, se tornaba opaco, de un color verde oscuro, a veces azulado. Jackson sabía que había tristeza o pesar en la mente de aquella persona. Eran esos los días en los que más impotente se sentía, porque quería conocerle de una vez, estar a su lado y confortarle. Sin embargo, su anillo nunca se volvió plateado, como tanto deseó que sucediera. Nunca reaccionó ante la cercanía de la persona destinada aun si Jackson esperó. Porque sí, había esperado por años. Muchos años. Muchos de sus amigos ya estaban casados, ya vivían felices sus romances perfectos y él aún seguía ahí, casi con veintitrés años, sin saber lo que era ver la sonrisa del amor de su vida.
Sin embargo, ya nunca la vería.
Esa mañana en la que Jackson sintió que su anillo se tornaba frío, fue, probablemente, la mañana más triste de su vida. Se despertó por la incómoda sensación en su mano. Un frío que quemaba desde la base de su dedo, ascendiendo por todo su brazo casi hasta helarle el corazón. Su anillo se estaba tornando negro. Poco a poco, el metal se opacaba, se tornaba débil y oxidado. Y frío, tan frío.
Sabía muy bien lo que eso significaba. Sabía que la vida de aquella persona se estaba apagando. Sabía que estaba muriendo y él ni siquiera había visto su cara ni una sola vez.
Nunca pudo abrazarle, ni jugar con su cabello. Nunca pudo salir con esa persona y ver juntos el atardecer, la noche, el amanecer. Nunca pudo despertar a su lado, ni reír en los momentos buenos o llorar en los malos. Justo así, lo que el destino había guardado para él, se desvanecía. De esa forma tan injusta.
Cuando el sol salió por completo ese día, alumbrando su habitación a través de sus claras cortinas, Jackson ya había agotado sus lágrimas, viendo cómo su anillo se había vuelto completamente negro y oxidado. Colgaba ahora de su dedo, fácil de quitar, cuando antes envolvía su falange de forma tan firme que parecía formar parte de su piel.
Se preguntó entonces si eso tan siquiera era posible. Sabía que sí, se lo habían enseñado en la escuela. Pero ver cómo le sucedía a él, justo a él, le parecía tan inverosímil como el más extraño de sus sueños.
Y por primera vez entendió que las personas mueren. Entendió que dejan un vacío. Sin embargo, ese vacío se sintió demasiado pesado así, sin ningún recuerdo, sin nada con qué llenarlo.
Tal vez fuera idiota llorar por alguien a quien no conoció, pero Jackson siempre estuvo pensando en esa persona. Siempre se preocupó por sus emociones, por su bienestar. Planeó un futuro juntos y se esforzó por ser alguien digno. Estudió, trabajó, se cuidó… todo con tal de poder ofrecerle lo mejor a su pareja destinada cuando finalmente le conociera. Le hacía tanta ilusión, desde niño, y sin embargo…
Había sido en vano.
¿Qué sentido tenía vivir ahora?
Eso se preguntó aquella mañana.
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Fate | JinSon OS
FanfictionAl nacer, todas las personas vienen al mundo con un anillo en sus dedos. Normalmente dorado, el color del metal suele cambiar según las emociones de la persona a la cual el destino ha marcado como nuestra pareja ideal. Normalmente, todos esperan el...