Epílogo

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Epílogo

El sol esa tarde había salido más fuerte que de costumbre y que Dimitri aún siguiera con el traje de la oficina lo estaba asfixiando, sin embargo la sonrisa en su rostro no desaparecía.
Pudo pasar por su casa a cambiarse por algo más cómodo antes de ir a la plaza del pueblo pero la verdad es que se moría de ganas de estar ahí.

Pagó tres dólares por el helado de frambuesa con chispas de colores que sabía que terminaría más en el piso que en la barriga de la dueña.

—Papi. —la pequeña peli castaña de ojos azules lo miraba desde abajo mientras cargaba entre sus deditos al pequeño hamster que le pedía auxilio con los ojos saltones.

El hombre se agachó a la altura de su hija de cuatro años que sonreía maliciosamente con las mejillas coloradas. El vestido suelto con pequeñas cerezas en él la hacía verse como toda una princesa. Su pequeña princesa de ojos azules.

—Miley. —dijo con voz sería fingiendo enojo. —¿Qué te dije sobre robarle los pacientes a tu mamá?

La pequeña volteó los ojos en una mueca tan parecida a la de la mujer que lo volvía loco de amor cada día que pasaba.

—Mami tiene a Thomas el tigre para ella sola, no se dará cuenta si le falta uno de estos ratones.

Dimitri negó repetidas veces mientras hacía un gran esfuerzo por no reír.

—Thomas no es un tigre es un gatito raza maine, hija, y este pequeño "ratón" pide a gritos que lo devuelvas a su jaula. —la cargó dejando un beso en su mejilla una vez arriba. —Te lo cambio por el helado.

La pequeña le devolvió el beso y meditó un par de segundos antes la propuesta.

—Un trato justo. —dijo una vez intercambiaron entre carcajadas. —Majadero, pero justo papi.

—¿Majadero? —preguntó con extrañes sin dejar de reír. —¿De dónde sacas esas palabras?

—El abuelo siempre te llama así. —movió los hombros quitándole importancia. —Aunque no sé lo que significa.

El hombre rió negando repetidas veces mientras caminaban hasta el consultorio que quedaba solo a un par de metros de distancia y la cual una hermosa veterinaria los esperaba de brazos cruzados. Su cabello le caía en ondas haciéndola ver cómo una diosa que dejaba a Dimitri totalmente cautivado. Su uniforme de animalitos, el cual le quedaba demasiado sexy ante los ojos del hombre, le quitaba todo la seriedad a la molestia que aparentemente sentía en el momento.

—¡Oye! —tomó al pequeño con rapidez para introducirlo a su jaula y este como loco empezará a correr sin parar en su ruedita. —Te he dicho que no saques a los hámsters, solo están de visita.

Reprendió a su hija la cual como toda una actriz de novela sacó su labio haciéndolo temblar y sin esperar tiempo comenzaba a llorar mientras se abrazaba a su padre en busca de apoyo.

—Solo quería darle un paseo estaba triste ahí encerrado.  —dijo con ojos llorosos sin llegar a derramar una sola lágrima.

Se abrazaba a su padre buscando la protección que éste siempre le brindaba.

—Amor, ella solo quería darle un paseo. —Dimitri repitió las palabras de su hija sintiendo como su traje se llenaba del helado tal como sospechó que pasaría.

—Dimitri. —le advirtió con la mirada.

Habían hablado sobre lo malcriada que estaba Miley y habían quedado en que cuando uno la regañara el otro no podía intervenir, pero era imposible ya que su hija era una manipuladora de lo peor que se las ingeniaba para ganárselos con una facilidad increíble.

—Ten mami. —con su pequeña mano le tendió lo que quedaba del helado derretido y todo el enojo de Maya quedó olvidado ante tal gesto. —Te compré un helado hace muchísimo calor y no quiero que estes con calor. —agitó su manita hechando aire con exageración.

Su madre lo tomó con una sonrisa acercándose a ella mientras dejaba un sin fin de besos en su barriga mientras Dimitri aguantaba los pataleos de las carcajadas de su hija.

—Sí, tampoco queremos que la princesa ahí adentro tenga calor. —Dimitri besó la frente de su mujer mientras acariciaba con alegría el vientre ya un poco abultado.

—Aun no sabemos que es, yo quiero un niño. —dijo Maya colocando su mano sobre la de su esposo haciendo que sus anillos de matrimonio chocarán en el acto. —Un príncipe.

—Buu... —su hija bajó el pulgar al escucharla a la vez que su padre la imitaba. —Los niños son aburridos.

—Totalmente de acuerdo. —Dimitri la apoyó logrando que Maya volteara los ojos con una sonrisa sincera.

—Será un niño y los dos lo amaran. —sentenció dejando un beso en la mejilla de su hija y luego uno en la de su esposo el cual no paraba de sonreír.

Ahora lo hacía con tanta frecuencia que su pecho se llenaba de un amor infinito cada que lo veía. Dimitri era un hombre trabajador, un padre ejemplar, un esposo amoroso y dedicado a su familia, pero sobre todo era un hombre agradecido.
Sí, muy agradecido, agradecido con Dios, con el universo, con el destino y con todo lo poderoso que lo estaba escuchando y que le había mandado la familia que tenía, porque aún en ocasiones no se lo creía del todo, no creía que esa hermosa familia fuera de él.
Todo estaba bien, estaría bien, sus hijos tendrán un padre amoroso que los proteja y los defienda de todos, y ella, Maya: el amor de su vida, jamás volvería a sufrir por su culpa. Se había dedicado a hacerla completamente feliz y lo cumpliría hasta el día de su muerte. Era su juramento.

Punto débil © (Versión Corta)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora