Capítulo Setenta

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I have questions — Camila cabello

"Prometiste no dejarme caer"

Fiorella

Existen momentos en la vida a los que no quieres renunciar.

Esos a los que te aferras con tal de no perderlos, porque son los únicos que te mantienen con ese ápice de felicidad. Esos que te sacan una sonrisa cuando pasan por tu cabeza y suben tu ánimo cuando está por los suelos. Son las memorias que además de albergarse en tu mente, se quedan en tu corazón.

Mis recuerdos felices, eran los que compartía con mi madre antes de que muriera. Cada instante en el que ella cuidó de mí y me amó con todo lo que tuvo. Cuando me cocinaba mis platillos favoritos. Cuando me arropaba por las noches, cada canción que ella cantó y se quedó grabada en mí, o todos esos disfraces improvisados que elaboró para mí para que usara en los festivales a los que ella asistía con el orgullo de ver a su pequeña. Con cada fibra de su ser, ella fue una excelente madre, que dio todo por mi bienestar, y que, a pesar de no estar cerca de mí, la siento en todas partes.

Cuando se fue, me había convencido de que los recuerdos felices se habían ido junto a ella.

Pero todo cambió en el instante en el que vi esos brillantes ojos verdes. Esos que lograron hipnotizarme y hacerme ver, a través de ellos, un mundo diferente. Él se encargó de crear nuevos recuerdos felices que me mantuvieran estable. Me hizo plantearme un nuevo estilo de vida y la posibilidad de tener un nuevo tipo de amor que llenara el espacio que había quedado vacío. Y es que la manera en la que se adentró a mi vida, fue la causante de que ahora no pudiera sacarlo de ella. Tan avasallador, imponente y destructor, así es como describiría a su amor. Cada una de las cosas que me mostró, construyeron poco a poco una nueva perspectiva en mí y me hicieron parte de algo totalmente desconocido para mí.

Él llenó mi vida de recuerdos felices. Recuerdos que ahora sé, solo son una mentira.

El fin de semana pasó de lo más lento y agonizante. Los minutos, se volvieron horas. El aire se hizo pesado y las paredes, de repente empezaron a cerrarse sobre mí. Desde aquella fatídica noche, no he podido pegar el ojo. Cada que lo intento, él aparece en mi mente.

Lo más doloroso, es que aún conservaba una parte de nuestra historia.

Mis ojos van hacia el anillo que descansa en mi dedo, y mientras lo miro, mi corazón sangra de solo pensar que no fue escogido para mí.

Esto le pertenece a ella. Así como él.

El peso de la joya se hace cada vez más fuerte, pero por más que intento quitarlo, no me atrevo. Ojalá hubiera podido lanzárselo a la cara, pero no lo hice. Y no porque me hayan faltado ganas. Es porque sé que de haberme desecho de él, terminaría por aceptar que todo ha acabado. Que en realidad nada sucedió y jamás fue como me lo imaginaba.

Así que, junto a la pulsera, el anillo se queda sobre mi piel, recordándome una vez más lo infeliz que soy y como no tengo nada de amor propio.

Porque llevo en mí la prueba de que el hombre que tiene mi corazón, no es mío.

Y cuando más ahondo en mis pensamientos, recuerdo que Corina está en la ciudad. Y es ahí cuando llego a la conclusión de que ha vuelto por él.

Y él la ha escogido a ella.

Mi mente es un remolino de emociones. Por más que trato, no puedo dejar de pensar en sus palabras, esas que se estancaron en mi pecho como alfileres, impidiéndome respirar, queriendo morir.

Un juego. Todo había sido un juego.

Cada palabra, cada mirada, cada beso, cada caricia... todo había sido parte de su retorcido juego. Uno en el que solo él salió ganando, y yo era ese premio.

Massimo (Familia Peligrosa I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora