1. El hombre vestido completamente de negro

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El hombre, vestido completamente de negro, traje, sombrero y camisa incluida, subió al coche que esperaba junto a la acera de enfrente del Ministerio de Justicia.

–Vámonos y no tires por Gran Vía, esa calle es un maldito caos vengas en la época que vengas.

El conductor arrancó y enfiló hacia la Gran Vía, ignorando la orden.

–Tengo que recoger al vasco en Callao.

–Cierto.

La pálida cara del hombre vestido de negro perdió su hierática expresión por un momento. Antes de que el conductor respondiera ya estaban girando a la izquierda metiéndose en la arteria madrileña. Unos metros más allá se detuvo. Un hombre con aspecto anodino, barba, frente ancha, pómulos marcados, que podría ser cualquiera, cruzó sorteando un taxi al que dedicó una maldición con el puño en alto, momento en el que sus pequeños ojos mostraron un odio inusual, se metió en el coche.

–¿Todo bien?

Ni siquiera un "buenos días", directo al grano. Al hombre vestido de negro le gustaba que no se anduviera con rodeos, pero la cortesía debía mantenerse.

–Buenos días, para empezar, creo que no nos hemos presentado todavía.

El vasco frunció el ceño impaciente.

–Soy Garayo, coño, quien seas tú me da igual siempre que todo haya ido bien.

–Sí, todo ha ido bien. El ministro Blasco Garzón ha estado muy receptivo con la propuesta. Le parece muy simbólico lo de derogar leyes de los Reyes Católicos, y muy moderno el gesto de permitir regresar a los descendientes de los judíos expulsados.

–Bien, si no podemos probar con otros medios, o con otro ministro

–Tampoco tenemos muchas opciones, la puerta más cercana para acceder a Lara caía en plenas elecciones y con todo el jaleo de los militares en febrero...

–Sí, lo que sea... Entonces ¿te ha dado fecha?

–No, ya sabes cómo son los políticos. Y es algo que me preocupa, vale que la ley sea mero trámite y puedan sacarla adelante de forma rápida, pero como lo dilaten mucho se nos echará julio encima.

–Tranquilo, estoy trabajando también en eso, para que luego digan que solo sé moler huesos. Van a ser unos meses intensos, pero si todo va bien podremos adelantar el regreso de Roa ochenta años. Seguro que el arquitecto sabrá agradecernos esta segunda oportunidad.

–Él... ¿entonces él no sabe nada?

El coche frenó bruscamente, el conductor comenzó a gritar por la ventana a un señor que iba con un burro y que se le había cruzado. Casi tienen un disgusto. El de negro le cogió del hombro.

–Patxi, calma, debemos pasar desapercibidos.

–Pero ¿es que no lo han visto?

–No llamemos la atención –dijo Garayo–, vamos bien de tiempo el tren no se va a marchar sin nosotros.

El vasco sonrió. Elconductor maldijo de nuevo al viejo que ya se perdía camino de la puerta delSol mientras ellos bajaban a saludar brevemente a la Cibeles antes de virarhacia la estación de Atocha. El coche se detuvo el tiempo justo para que losdos pasajeros se bajaran. Entraron en la estación donde eran de los pocos queno llevaban equipaje, tampoco billete para tren alguno ni intención deobtenerlo. Su destino era un almacén de los pasillos que daban acceso al metro,uno cerrado con una llave que a nadie le importó encontrar ya que dentro noguardaba nada, salvo otra puerta.

Tiempo de alzamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora