3. La puerta 4

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Salvador había temido esa llamada desde que, poco después de tomar las riendas del Ministerio, descubrieron el bucle de la puerta número 4. Parecía una broma de mal gusto, tener ahí, permanentemente la opción de cambiar de forma radical la historia reciente del país. Por supuesto que había puertas críticas, pero en todas ellas el tiempo avanzaba de forma paralela, llegando un momento en el que dejaban de ser una amenaza potencial unas, para resultarlo otras que en alguna ocasión fueron destruidas para evitar complicaciones.

Pero esa puerta insistía, lunes tras lunes, en volver a ofrecer la oportunidad de detener, o al menos modificar sustancialmente, la guerra civil. ¿Acaso no era esa pertinaz insistencia en no avanzar más allá de unos días una invitación a hacerlo? Cuando piensa en ello no puede evitar rememorar las discusiones al respecto que tuvo con Suarez y el propio Nacho, por aquél entonces su mano derecha. Los tres estaban de acuerdo en que era vital evitar cualquier perturbación de aquella semana, la continuidad histórica era crucial. Pero fue Marrero quien se atrevió a dar voz a la implicación de esta decisión: una vigilancia continua mientras el bucle no se rompiera, si es que en algún momento lo hacía. También fue quien asumió la misión sabiendo que el secreto de ésta exigía romper trato alguno con sus actuales compañeros. Debía ser un funcionario más, anodino, gris, alguien en quien nadie se fijara, a quien nadie echara en falta, que prácticamente nadie conociera más allá del control de la puerta. No podían permitirse que su misión fuera descubierta por accidente.

Por supuesto, la puerta 4 desapareció de cualquier guía o tabla de puertas, y el pasillo de acceso a la misma se bloqueó al inicio con un portón de seguridad cuya llave sólo tenía Marrero, y con sistemas más sofisticados según la tecnología lo fue permitiendo después. Fue una lástima porque se perdió también el acceso a otras puertas, pero ninguna daba acceso a épocas o lugares relevantes. De hecho esas puertas también desaparecieron del mapa, y la información de la de los corredores continuos sólo estaba en manos de Salvador para usarse en casos muy especiales. Cuanta menos gente pasara por los alrededores mejor.

Durante los primeros meses, Marrero pasaba el fin de semana oculto en el Ministerio, en el propio pasillo donde estaba la puerta 4, esperando a que el lunes no se reiniciara. Pero siempre lo hacía. Y la situación fue, obviamente, insostenible, por más que el propio Salvador acondicionara el pasillo para hacerlo más habitable, o que incluso se permitiera algún paseo más allá. Aparte de la presión psicológica que ese breve encierro de 48 suponía para Nacho, se corría el riesgo de que alguien lo descubriera. No, era mejor que el sábado se marchara a su casa, que disfrutara de unas horas en su tiempo, que no olvidara por qué era importante que siguiera volviendo una y otra vez a 1936.

Ignacio reconocería a Salvador, años después, que de no haberlo sacado de aquel pasillo habría estado a punto de mandarlo todo a la mierda y haber saboteado él mismo el vuelo de Franco, incluso haberse cargado al futuro dictador. Habría sobreestimado su propia resistencia. Cuando se ofreció sabía que sería duro tanto el repetir una y otra vez la misma vida en el 36, como volver a un "presente" donde la de todos había evolucionado menos la suya. Es más, un presente en la que no tendría a nadie con quien comentar las trivialidades del día a día, donde no podría formar relaciones normales con nadie, no ya por el secreto de su misión sino porque no habría relación que aguantara tener apenas un par de días de contacto real. Pero al fin y al cabo era un tipo solitario acostumbrado a vivir para adentro. De vez en cuando se veía con Salvador, siempre medio de incógnito, como jugando a espías, en un cine, en un reservado de un restaurante. Era hasta divertido. Ignacio estaba seguro de que el paripé era innecesario, pero estaba bien para no acomodarse y meter la pata. Informaba con un simple «todo bien» y ya pasaban a temas triviales. Llegaron al pacto tácito de que informaría sólo cuando fuera necesario y, pasados los meses, los encuentros fueron cada vez más escasos entre ellos. Ninguno dijo nada, les pareció hasta más seguro así.

Tiempo de alzamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora