Las flores se secaron tanto que necesitan sol.
El agua se empezó a desparramar tanto que necesita rebalsarse.
No puedes caminar ni volar.
No puedes ver ni hablar.
No puedes llorar ni sonreír.
¿Que haremos? Si lo que hacemos lo dejamos sin hacer.
Y en un efímero abrir y cerrar de ojos pasaron años de juventud y días de vejez.
Vivimos tan poco que la vida se volvió larga.
Y te sientas en la silla con tu joven vejez a recordar tu viejo joven.
El sol brilla tanto que todo se empezó a oscurecer, las nubes a florecer y el viento a secarse.
Un llanto tan bucólico que se esparció por todas calles y avenidas.
Algo tan utópico e inefable como la vida y la muerte.
Y la vida y la muerte tiene la misma sangre, son hermanas muy cercanas.
La muerte te arrebata lo que amas.
La vida te hace mirar cómo te lo arrebatan.
Puedes ver crecer a alguien que al fin y al cabo se irá a la muerte, porque absolutamente todos están del lado de la muerte.
De este mundo nadie sale vivo.
Un brillo de mis ojos, tan teratológico.
Lloré tanto que la alegría me invadió.
Caminé tanto que mis manos están desgastadas.
Escuché tanto que mis ojos están cansados.
Un pájaro voló tanto que ya no puede cantar y un mudo declamó el canto más Serafín.
El silencio es el sonido más ruidoso que alguna vez canté.
Y la soledad es el gentío más grande que alguna vez vi.
La vida es lo más muerto que habita.
Y la muerte lo que más habita viviendo.
Atrasar, corromper, adelantar, parar el tiempo no sirve.
El tiempo es un Dios.
El padre de la vida y la muerte.
Los árboles se secaron tanto que dieron los mejores frutos.
El ciego vio tanto en su vida que se quedó sordo.
El sordo escuchó tanto que ya no quiso hablar.
La guitarra sin cuerdas tocó la mejor tonada.
Efímero es el tiempo en la tierra.
Caminando sobre el viento y volando sobre los pies.