Capítulo único - Haru

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De esto hace ya un tiempo, apenas recuerdo que pasó en una tarde de primavera, mientras observaba los pétalos de cerezo cayendo sobre el agua cristalina de un río que transportaba consigo un mar de criaturas acuáticas bellísimas

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De esto hace ya un tiempo, apenas recuerdo que pasó en una tarde de primavera, mientras observaba los pétalos de cerezo cayendo sobre el agua cristalina de un río que transportaba consigo un mar de criaturas acuáticas bellísimas. Se respiraba el aire más puro y limpio existente sobre nuestro mundo, junto con los sonidos de unos pequeños pajarillos volando de aquí para allá o ardillas correteando alrededor de la orilla. Era un lugar hermoso al que recurría cada Hanami.

Aunque las horas allí pasaban volando, sabía que tarde o temprano debería volver a casa, y así fue aquel día. Al caer la noche me dispuse a regresar, no sin antes mostrar mis respetos en el pequeño santuario tras el torii, sin embargo, cuanto más me aproximaba podía divisar con más claridad una figura oscura bajo la gran puerta del santuario. Aquella sombra resultó ser la hermosa figura de una mujer de largos cabellos oscuros, bañados por la luz de la Luna que asomaba tímidamente entre las montañas. Vestía ropas que danzaban al son de la brisa junto con su melena, ésta decorada con una delicada corona de flores de sakura que conjuntaba con los trazados en su obi, que la hacían ver recta y elegante. Su piel era tan blanca como lo es la porcelana, sus ojos rasgados eran más negros que la noche y sus labios de un rosado intenso como el de la turmalina.

De pronto, aquellas perlas negras me devolvieron la mirada, se veía serena pero carente de felicidad, a pesar de que me dedicaba una sonrisa discreta en símbolo de complicidad. Hice una leve reverencia ante el torii, me acerqué a aquella radiante mujer a la que también le mostré mis respetos y me devolvió el saludo en tanto que caminábamos hacia el santuario. Mi pequeña ofrenda fueron unas bonitas flores de cerezo que se hallaban en la orilla del río puesto que no tenía nada más que pudiera entregar, la mujer se limitó a orar en silencio a lo que me uní poco después de dejar las florecillas. De un momento a otro comenzó a lloviznar sobre el corto porche de madera que nos cubría a la vez que su figura volvía a ser erigida cómo la encontré al principio. Salí de allí y me situé de nuevo frente al torii haciendo mis respectivas inclinaciones, cuando sentí una suave tela acariciar mi mejilla. Miré hacia al lado y era la mujer, quien me cubría de la lluvia.

- Dime, joven, ¿cómo se siente ver pasar las estaciones? - Tenía una voz suave, tanto como la manga que tocaba mi rostro, no obstante, no entendí el motivo de su pregunta. - Soy Haru, el espíritu de la primavera y el Hanami. - Sentí que aquello explicaba su belleza y pulcritud inexpugnables, me arrodillé frente a ella, mostrando mi respeto y gratitud.

- Señorita Haru, no tengo más que un par de flores en mis bolsillos, espero que lo pueda aceptar como ofrenda. - Extendí las pocas flores que me quedaban y las recogió con cuidado, una de ellas la colocó en su corona. - Perdone mi atrevimiento, podría decirme, mi señora, ¿por qué ha venido a este lugar en una fecha tan importante como es esta?

- Es difícil, joven, pero te lo explicaré, sígueme de nuevo al porche del santuario. - Obedecí sin rechistar, me preguntaba por qué estaba molestándose siquiera en hablar con un simple ciudadano como yo. - Ven, siéntate aquí. - Y tan pronto como me acomodé empezó a hablar. - Las flores, las hojas e incluso las raíces pueden sentir, o, mejor dicho, yo siento lo que les hacen. Es decir, si pisoteas unas raíces, arrancas las hojas de una planta o le quitas los pétalos a una flor siento un dolor insoportable que es constante durante toda la primavera. El Hanami es una época preciosa y una ocasión muy especial, sin embargo, también es la más dolorosa pues la gente coge flores de mis árboles. Y no me quejo, ya que la gente debería disfrutar de ellas tanto como lo hago yo, pero no puedo evitar sufrir con cada pequeño acto que hacen las personas. Lo único que lo alivia un poco es mantenerme alejada de los núcleos festivos o donde más árboles y personas hay, de todas maneras, ya es tarde, estoy muy debilitada. Por eso estoy aquí, sentada y hablando con un ciudadano ocupado, a las puertas de mi desaparición. Discúlpame, sentí que tenías curiosidad. - Su expresión era tanto afligida como calmada, me daba la sensación de que se resignaba a su condición, sus ojos cansados lo demostraban. Su conmovedora historia removió en mí un poco de empatía, quería ayudarla incluso si era en vano.

- Dígame, señorita Haru, ¿habría alguna manera de poder ayudarla?

- Lamentablemente no, ya lo he intentado todo, pero he decidido rendirme a mi destino. Oré el tiempo que mis manos aguantaron aferradas; hice ofrendas, tantas como templos me encontré en mi camino; cuidé de mi naturaleza, teniendo en cuenta a cada una de las especies. Y nada pasó, ni una sola cosa que mejorara un ápice de mi esperanza.

- Entonces... ¿tiene algún deseo antes de desaparecer? - Su rostro níveo se iluminó al recordar algo, cerró sus ojos y suspiró.

- Desearía tocar el koto al menos por última vez.

- ¿El koto? ¡El koto! Recuerdo que mi abuela lo tocaba antes de fallecer, lo buscaré por casa, seguro que lo guardamos en algún lugar. - Fui corriendo a casa, que estaba muy cerca, y busqué el instrumento por cada rincón. En mi camino me encontré una manta sobre un sillón, la cogí junto con el instrumento usando todas mis fuerzas y se lo llevé tan rápido como pude. - ¡Señorita Haru, lo tengo!

El espíritu estaba reposando con la espalda apoyada en la pared, su respiración era tranquila. Me puse a su lado y le coloqué la manta por encima. Ella sacó las manos y las puso sobre el koto, soplando el velo de polvo que lo cubría, tanteando a su vez las cuerdas de forma minuciosa. Empezó a tocar una bella melodía tradicional, las puntas de sus dedos se iluminaban con el toque de las fibras, aquel bello sonido calmaba el corazón de cualquiera. Los ojos de Haru empezaron a cubrirse en un velo de lágrimas saladas que caían sobre el instrumento, éstas parecían relucir más que el río, que fluía sin descanso. Estuvimos así durante un rato, entre canción y canción se nos hizo más tarde de lo previsto, hasta que los primeros rayos del Sol anunciaban el inicio de un nuevo día. La luz le iluminaba el rostro, las flores de su corona brillaban coloridas y los pajarillos nos saludaban en su alegre vuelo.

- Joven, dime, ¿qué se siente al ver las estaciones pasar? - Enjugó sus lágrimas con la larga manga que en algún momento me cubrió.

- Es un sentimiento muy bonito, cada una tiene su encanto, ojalá pudiera verlo, señorita Haru.

- Sí, ojalá... - El Sol se alzaba por el este, imponiendo su luz a través de las hojas de los árboles, el koto relucía a pesar de aún tener polvo. - Joven, ya es hora de que me marche. Ha sido muy agradable poder hablar con alguien antes de... ya sabes. Pero ¿sabes qué? Prefiero morir ahora sabiendo que aún queda gente como tú en el mundo, nunca pierdas la esperanza, y sobre todo recuerda: "si la flor deja una semilla a su paso, plántala y resurge su belleza".

Sus brazos abandonaron el koto y éste cayó estruendoso encima de la madera cuando cerró sus ojos. Su cabello, antes ondeante con la brisa, comenzó a convertirse en pétalos de todas las flores que puedas imaginar, volando libres por el bosque mientras Haru se desvanecía. Se dejó caer entre mis brazos mientras todo su cuerpo desaparecía en el aire, decorando el suelo del santuario con un precioso camino de pétalos. Pocos segundos después ya no quedaba nada de ella, solo su corona de flores, de la que cayó aquella que le ofrecí en nuestro encuentro. En ese entonces sus últimas palabras retumbaron en mi mente, recogí la flor y en un abrir y cerrar de ojos tenía una cereza en mis manos. Pese a mi sorpresa la mordí y saqué la semilla, que planté a un lado del torii, en la tierra fresca por la lluvia, y me percaté de que tenía la corona en mis piernas, decidí colocarla sobre la madera del santuario, orando por el espíritu, y la atesoré hasta estos momentos.

La semilla germinó, y con el paso de los años se convirtió en un hermoso árbol de cerezo que sigue en pie hasta el día de hoy, junto con la corona, que jamás se marchitó pasara lo que pasara.

La semilla germinó, y con el paso de los años se convirtió en un hermoso árbol de cerezo que sigue en pie hasta el día de hoy, junto con la corona, que jamás se marchitó pasara lo que pasara

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