Un pequeño detalle

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Sentía como la soledad me invadía, como si estuviera en un cubo lleno de agua y no pudiera salir. Era una sensación espantosa, que se mezclaba con el miedo, la tristeza y el dolor. Era, simplemente, horroroso. Cada noche, cuando todo estaba en silencio, empezaba a sacar ese líquido transparente de mis ojos, ese tipo de hemorragia que no desaparecía hasta que me quedaba dormida.

Cada mañana, cuando me despertaba, veía como todavía el cojín estaba mojado de las lágrimas de la noche anterior. Me sentía débil y sin fuerzas.

Sin embargo, todo eso no importaba, porque debía levantarme de esa cama e ir al instituto como nueva. Era agotador intentar aumentar la autoestima de mis amigos cuando la mía estaba por debajo de la suya.

Cuando llegaba al instituto, seguía sin fuerzas. Sentía como si fuera una capa transparente delante de los demás. Mientras andaba por los pasillos, entre empujones y comentarios groseros, me preguntaba si de verdad alguien me veía.

El tiempo de cada clase me pasaba lentamente y los ceros iban aumentando a medida que transcurría el curso.

A las cinco en punto de la tarde, me iba a casa y no paraba de escuchar música para olvidarme del mundo y de todos los que me rodeaban.

Por la noche, era cuando más pequeña me sentía hasta convertirme en un punto negro en medio del universo. Mi padre llegaba borracho a casa, con una botella de wiski en la mano. Yo me despertaba y me asustaba cada vez que oía un golpe. Sabía que debía hacer algo, pero no podía. Me ponía la música alta y me aferraba a mi oso de peluche esperando que todo terminara. No sabía qué estaba pasando ahí abajo, pero tampoco quería bajar a comprobarlo.

A la mañana siguiente, él me pedía perdón y yo no podía hacer otra cosa que perdonarle. Pero sabía que a la noche siguiente todo volvería a empezar. Pero ese día, concretamente, el dos de noviembre del 2006, me sucedió una cosa que cambió mi vida por completo.

Por la tarde, cuando me iba agotada a casa, me paré delante de un bar llamado “SingingFood”. Parecía un lugar muy especial. Tenía un pequeño escenario donde se podía cantar.

Una señora corpulenta, de pelo blanco se me acercó y me dijo que si me atrevía a actuar por las noches, me pagaría un buen dinero. Yo, aunque sorprendida por el comentario, dije que sí. Pensé que tal vez me funcionaría para olvidarme de la horrorosa imagen de mi padre borracho.

Esa misma noche, me fui a “SingingFood” y empecé a cantar. Me sentía libre y llena de felicidad. Todos me observaban, pero no me importaba, porque nunca me había sentido de esa manera.

Cuando terminé de cantar, hubo un breve silencio, pero a continuación todos aplaudieron y silbaron. Sabía que les había gustado mi actuación. La propietaria del bar me dio veinte euros y yo me los guardé con una sonrisa dibujada en mis labios.

Así fue cada noche. Cuando llegaba a casa, intentaba ser muy silenciosa; me cepillaba los dientes, me ponía el pijama y me iba a dormir. Mi padre todavía estaba vagabundeando por las calles vacías, con su botella de wiski.

Cada noche, el bar se llenaba más y yo me alegraba muchísimo de que quisieran escuchar mi música.

Cuando conseguí ahorrar algo de dinero, pensé en invertirlo en un tratamiento para mi padre, para que dejara todos los malos vicios que tenía.

Empecé a escribir una canción que trataba de lo mucho que estaba sufriendo, por todo lo que me estaba pasando.

Una noche, me decidí en cantar la canción que tanto tiempo llevaba componiendo. Todo el mundo estaba sorprendido y mirándome fijamente, incluso los camareros dejaron de servir para escuchar esa canción tan especial.

La letra salía de mis adentros y no necesitaba ni utilizar mi cerebro, sólo mi corazón. Era como expresar todo lo que sentía, todo lo que yo era en realidad.

De repente, entró alguien. Era un hombre con una botella en la mano envuelta en papel de periódico. Era mi padre. Yo seguí cantando mirándole fijamente, a los ojos y al final las lágrimas salieron de mis ojos. Él también se echó a llorar y se tiró al suelo, hundido por la letra de mi canción.

A partir de ese momento, mi padre se dio cuenta del daño que me había hecho. Con el dinero del bar, recibió tratamiento psiquiátrico y fue a un centro de rehabilitación para alcohólicos.

Conseguí ayuda para encontrar a mi madre, la mujer que nos había abandonado cuando yo sólo era un bebé, y pude quedar con ella. Cuando le dije que era su supuesta hija, ella me abrazó muy fuerte y me dijo que me quería Le conté todo lo que había pasado y ella reconoció que siempre se había arrepentido de habernos dejado.

Mi madre y yo pasamos la Navidad junto a algunos familiares que yo desconocía hasta ese momento. Nos lo pasamos muy bien; comimos pollo asado, abrimos regalos y cantamos villancicos. Todos eran personas estupendas que me querían. Era la primera vez que celebraba unas Navidades así. Ahora tenía verdaderamente una familia.

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⏰ Última actualización: Jan 27, 2015 ⏰

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