Dos meses desde que había llegado aquí, a veces hablábamos de la leña, de la cena, de las fallas de la casa, de preguntas que de todas formas evadíamos uno al otro. Sobre la familia del otro, sobre recuerdos perdidos, los recuerdos que aún quedaban, ahí hundidos. De las cartas que recibía, me traducía canciones, se reía de mi cuando intentaba leerlas, me dejaba peinar su cabello así como ella peinaba el mío, en ocasiones me dejaba dormir cerca suyo, pero no la toque ni un poco desde la vez que me ofreció su mano. Yo realmente no sabía que estaba sucediendo entre nosotros. No éramos nada, lo de nosotros se sentía tan ambiguo, no me sentía como su conocido, tampoco su amigo, ni su familiar. No me sentía como nada pero aun así me quería quedar, y ella también me quería tener.
— ¿Qué estamos haciendo, Amanda? —, el clima, de hecho, había mejorado hace dos semanas, ella casi no se abrigaba ya, no es que mostrará demasiado pero verle con tan solo la camisa y falda todavía se sentía extraño.
— ¿Haciendo sobre qué?
— Esto.
— Esto —, me imito ella tanto en voz como verbo, me miró y le devolví el gesto, yo no iba a hablar hasta que ella me diera alguna respuesta, — Tu decidiste quedarte y yo decidí que te quería aquí.
— ¿Lo decidiste? ¿Cómo una obligación? —, de nuevo la incomodidad en su cara, la culpa en sus ojos. — No me refiero a eso, y lo sabes.
— ¿Por qué no puedes decirme las cosas directamente?
— ¿Disculpa? ¿No haces tú lo mismo conmigo? ¿Por qué decidiste quedarte en primer lugar?
— Amanda, por favor.
— No me digas por favor. No tienes que hacerme más débil con tus palabras, tu mera presencia me pone nerviosa por si sola.
— Solo dímelo.
— ¡Dime tan solo tú que quieres que te diga! Siento que esperas algo muy específico de mí.
— Me gustas —, le dije, quizás por impulsivo, y ella se encogió un poco entre sus brazos.
— ¿Qué te puede gustar de mí? No sabes siquiera que estamos haciendo entre nosotros como para declararme algo así.
— Me gusta estar aquí, Amanda. Me gusta aprender todo sobre ti.
— Te gusta aprender sobre mí, no conmigo. Soy un objeto de estudio para ti, es solo eso. Solo eso.
— Me gusta aprender porque me he quedado aquí.
— Julian, por favor —, me le acerqué, ella retrocedía, murmuraba la letra de la canción de la radio para mantenerse distraída, luego no hubo distancia que romper entre nosotros, y el instrumental de la canción desocupo su voz, teniendo que ocupar sus manos esta vez, — Si yo fuera cualquier otra persona —, se atrevió a hablar, — Cualquier otra persona menos esta muñeca, tu no estarías aquí.
— No te voy a negar eso, pero esa no fue razón para quedarme, tan solo fue lo que me trajo aquí.
— Te veo escribir todas las noches antes de dormir, si leyera todo aquello ¿Me encontraría algo malo? —, me atrapó ahí, y ella lo supo, — Te dejaré una semana más para pensar esto, tienes que aclarar tu mente, si no sabes o no estás listo para hacerme saber la verdadera razón por la que te quedaste entonces tendrás que irte, o me iré yo misma.
— Dame tiempo.
— Te he dado suficiente —, me dijo ella negando con la cabeza, poco después se levantó. Eran las diez de la mañana, Amanda entro a su habitación y no la dejó lo que resto de día. Amanda me había dado un ultimátum, me había confesado por primera vez y había sido de esta manera. Supongo que nadie te prepara para las primeras veces de absolutamente nada, nadie más que tú mismo, y a veces ni siquiera eso funciona. Después de casi un mes, aquella vez que ella fue a dormir la casa se sintió totalmente fría de nuevo, aun cuando el sol estaba haciéndonos un favor desde afuera. Había sido yo quien trato de aclarar las cosas y termine creando un lío más grande.En su ausencia me pregunté ¿Realmente me gustaba? ¿A pesar de la razón por la que había llegado? No puedo ser tan retorcido como para cambiar de parecer tan radicalmente, no puedo ser un hombre así de extraño ¿O lo era? Quién sabe si el terminar sintiéndome así era algo que se veía venir, dedique toda mi vida a la de existencias como ella, no es que eso me asegurará un flechazo desde que la vi pero quizás era una fórmula para llegar a esta conclusión. Desde que llegué memorice lo que hacía, como se movía, recordé como se veía, casi todo de ella se guardó de forma muy sencilla en mi cabeza, quizás por el como yo me concentre en ella para no pensar en miles otras cosas más; Mis planes, mis ideas, todo lo que me hacía ser yo y todo lo que me había hecho terminar aquí. Todo lo que me había traído aquí. Mis manos listas para cualquier cosa, la bufanda de mi madre siempre protegiéndome, siempre a mi costado aún en territorios desconocidos, porque los terrenos peligrosos no eran tan solo campos minados o de fuego, el mío era cualquier lado donde estuviera solo. ¿Estaba buscando confort en Amanda, entonces? Era quizás lo que me hacía sentir mal, Amanda casi desde el principio estaba dispuesta a ofrecerme lo que yo creía que estaba buscando, ella era el alma que yo ponía en mis muñecas pero creada por sí misma. Un alma independiente y dulce, en esa alma yo no había tenido nada que ver, era esa alma, tan extraña y peculiar, de la que yo me había enamorado. El resto era mi sentimentalismo, mis ganas de aferrarme al pasado. Todo por ella. Quizás tenía razón, me había dado el tiempo suficiente, y un ultimátum era eso, me estaba obligando a pensar en esto, en lo que quería, lo que esperaba, quizás porque ella ya lo había pensado por su cuenta y desde su perspectiva.
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Love Letter to (your) Dolls.
Historia CortaCarta de Amor a (tus) Muñecas. Julian Duval, un fabricante de muñecas, intenta encontrar éxito en su limitado mercado.