5. Tras la cortina...

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La cortina del despacho de Marrero ocultó la apertura de la puerta por la que apareció un hombre alto, vestido completamente de negro, hierático.

–¿Ernesto?

–Supongo que usted es Marrero.

–Llámame Nacho, por favor, –Ignacio se levantó a tenderle la mano mientras rodeaba la mesa –, al fin y al cabo nos conocemos... en cierto modo.

–Sí..., en cierto modo.

Marrero le ofreció asiento y recogió un par de botellines vacíos sin mucho disimulo.

–He comido aquí algo, no quería despegarme del teléfono. Bendito tiempo el de los móviles.

–Facilitan el trabajo.

Ernesto pasó la pierna derecha sobre la izquierda y entrelazó las manos sobre la rodilla.

–¿Alguna novedad?

–Sí, buenas noticias. El avión está en el aire.

–¿Sin más?

–Por lo que he podido saber un comercial vasco llegó con ciertas pisas buscando un vuelo disponible y movió ciertos hilos para conseguir un tanque de queroseno con el suficiente combustible para llegar hasta aquí.

–Muy oportuno.

–Sí, muy oportuno.

Ernesto se levantó y se acercó a mirar por la ventana desde la que quedaba a la vista tanto la pista de aterrizaje como uno de los hangares.

–Habrá que vigilar a ese hombre.

–¿No sería mejor detenerlo? Conozco perfectamente a todas las personas que bajarán de ese avión, excepto a él, claro.

–No, dejemos que se confíe. No creo que trabaje solo y teniéndolo controlado nos llevará hasta sus contactos.

–Bien, tú mandas –Marrero se acercó a Ernesto y le cogió del hombro–, pero necesitaremos ayuda. Hay muchas cosas que podrían salir mal...

–Salvador está preparando un equipo.

Ernesto se giró para mirar fijamente a Marrero que retiró la mano y regresó al escritorio.

–Perdona, demasiado tiempo trabajando solo. No solo de sin gente, esto está bastante concurrido, quiero decir sin alguien que sepa realmente de qué va todo esto. No te negaré que casi me alegró el retraso del avión.

Ernesto alzó una ceja.

–Entiéndeme, son cuarenta años haciendo literalmente lo mismo. Si lo piensas es de locos.

–Entiendo.

–No, no creo que puedas, no creo que nadie pueda. Y el caso es que antes o después alguien tendrá que sustituirme. Sólo espero que esté mejor preparado y no cometa mis errores.

–De eso hace ya mucho tiempo.

–¿De verdad?, en fin... –Nacho le pasó una carpeta a Ernesto–. Creo que habría que repasar estos puntos clave.

La cortina volvió a moverse, más agentes del Ministerio: dos hombres y una jovencita. Marrero miró a Ernesto y negó, dejándole claro que no serían suficientes.

Tiempo de alzamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora