39. Las mujeres somos más fuertes.

10 2 0
                                    

Nunca me había sentido tan sucia.

No quería hacerlo pero tampoco tenía opción. Si Vincent quería, con tan solo mover un dedo ya estaría hundiendo a Mirari y el duque Alaric, o incluso asesinando a mi madre.

Desde que desperté enredada en las mantas, desnuda y junto a un hombre al que odio y una mujer a la que apenas conozco, decidí venir aquí.

Bajando las escaleras de la sala oeste tenemos un lugar especial, un altar por quien quiera venir a rezar o hacer penitencia.

Llevo el rosario en mis manos, mis rodillas duelen pero en realidad no más que todo lo que he pasado a lado de ese horrible hombre que se hace pasar por mi esposo.

No he venido arrepintiéndome por el odio en mi corazón, por adulterio, ni tampoco por haber estado con una mujer, vine solo a pedir lo que necesito, tal vez incluso a desahogarme. Mi padre solía decirme que solicitar a Dios solo cuando lo necesitaba era incluso peor que no creer en lo absoluto. Porque en realidad solo buscaba una fuerza mayor para venir a resolver mis problemas y luego volver a olvidarla hasta encontrar otro problema.

Siempre he sido creyente, y no solo cuando lo necesito. Pero esta vez creo que he pasado mucho tiempo de rodillas pidiendo por el alma de Keith y de Amanda, y luego aún más por ayuda.

Hoy será el entierro de Keith y Amanda. Los presentarán en el ataúd en la entrada y dejarán que sus seres queridos se despidan de ellos.

Por fin me levanto con algo de dolor y me doy cuenta que detrás de mi está mi madre.

-¿Llevas mucho tiempo ahí?-pregunto.

Niega-No más que tú.

No digo nada, simplemente asiento e intento pasar, pero mi madre toma mi brazo deteniéndome.

-Te veo inquieta ¿es por él? - pregunta preocupada.

-Keith nunca te agradó pero era mi mejor amigo.

Niega- Me refiero al rey.

Nunca creí que mi madre me preguntaría por mi matrimonio. Sé que me quiere, y yo la quiero también, pero nuestras formas de ver el mundo son completamente diferentes y ella quiere que haga las cosas como se supone que deberían de ser.

Aunque no siento que deban de ser así, no entiendo porque las cosas son así. ¿Quién le dió tal poder a los hombres? ¿Quién decidió que yo no podía ser tan fuerte, inteligente o independiente como ellos?

-Estoy cuidando de los que quiero al estar con él.

-No tienes que hacerlo, mi niña- murmura- Si el Vaticano sabe que...

-El Vaticano no me concederá el divorcio, solo me harán quedar como una niña inestable, que no puede mantener a su esposo satisfecho y querrán que no manche el nombre de la corte teniendo un hijo bastardo.

-Me dieron la noticia de tu embarazo ayer. ¿No estas feliz?

-No, mamá-digo con lagrimas comenzando a inundar mis ojos-. Cuando me enteré no quería que fuera cierto porque eso sería algo que me ataría más a él. Pero por otra parte sé que ya estoy embarazada y no sé si podré sentir amor por ese bebé en cuanto lo tenga en mis brazos.

-¿Por qué no sabía nadie de eso?

-Creí que podría usarlo a mi beneficio en algún problema- suspiro-Pero resultó perjudicándome. Tampoco me sorprendería que Vincent diga que este hijo no es suyo frente al Vaticano.

-¿Crees que le crean?

-¿Por qué no habrían de hacerlo?-pregunto sarcástica-Es el rey, y más importante, es un hombre. Parece que todos creen que los hombres siempre están en lo correcto.

-Tienes razón- me sonríe triste- Tal vez es porque las mujeres somos más fuertes, y tenemos que llevar la carga de sus errores haciéndolos ver como los nuestros.

-No quiero cargar los errores de Vincent.

-Es algo difícil teniendo en cuenta que es tu rey- limpia las lagrimas en mis mejillas con su pulgar- Pero tú eres su reina, y la reina siempre es la que gana.

-Tal vez este juego ya está perdido, madre.

-Es un juego, Elissa- acomoda mi velo negro sobre mis hombros- No tomes la derrota a pecho, puedes volver a acomodar las piezas y jugar al dos de tres.

La miro detenidamente al momento en que me doy cuenta que nunca le presto atención suficiente. Siempre peleo con ella y dejo de escucharla cuando comienza a hablar sobre como debo de actuar.

Desde niña considero a mi madre hermosa, y es que en verdad lo es, sus ojos son azules al igual que los míos, pero a diferencia de mi, sus labios son carnosos y perfectamente delineados naturalmente, sus pestañas son largas. A pesar de que ella odia sus cejas grandes y pobladas para mi son perfectas. Si bien dicen que me parezco a mi madre fisicamente, no tenemos nada igual más que los ojos, mi nariz es algo ancha y pequeña, la de mi madre es respingada y delgada, mi frente es un poco más grande de lo normal y mis pómulos no son tan marcados.

-Te ves preciosa- admito.

Una sonrisa amenaza con aparecer en el rostro de mi madre, pero es reemplazada por una mueca y sus ojos se comienzan a cristalizar

-Tú también estas preciosa, mi niña-se acerca y me envuelve en un abrazo.

Respondo el abrazo aferrándome a ella como si mi vida dependiera de ello, como si estuviera esperando a que Vincent venga molesto y decida que quiere asesinarla.

-Recuerda que yo te quiero, aunque no esté de acuerdo en la mayoría de las cosas que haces, y aunque tu comportamiento no sea el que deseo, eres mi hija, y lo más preciado que tengo- se separa y me ofrece su brazo para caminar juntas.

Pongo mi mano sobre su brazo y comienzo a caminar junto a ella por los pasillos de la corte.

Mientras tanto, intento recordar como Keith y yo solíamos jugar por ellos, como nos escondíamos de mi madre y como mi padre siempre le reclamaba a mi madre para que nos dejara jugar.

Dios, lo que haría por revertir lo que hice y traerlo de vuelta.



****
Nota de la autora:

La realidad de todas las mujeres es diferente, me gustaría haber incluido otro tipo de realidades, pero supongo algún día escriba otra historia sobre esas.

Les mando besos virtuales 💜

Perfecta creaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora