Capítulo veinticuatro

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Estaba delante de la puerta del gimnasio, donde se había decidido que fuera el baile

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Estaba delante de la puerta del gimnasio, donde se había decidido que fuera el baile. Me encontraba sola mientras el murmullo de la gente se colaba a través de la puerta. Mi kimono negro con un dragón rojo a la espalda y llamas en las mangas largas que me hacía ver agresiva y elegante, era perfecto. Había obviado los zori y me había calzado unos tacones negros.

Mi pelo estaba recogido en un moño simple con algunos mechones negros sueltos para hacerme ver más inocente. Estaba tomando aire por la boca y exhalando por la nariz para tranquilizarme, aunque no necesitaba respirar me venía bien hacer eso para calmarme.

Iba a afrontar el reto sola, dado que mi acompañante demoníaco estaba postrado en la cama con fiebre, que le hacía temblar de frío. Ya me había hecho la idea de estar acompañada y la nueva situación me tocaba los ovarios, pero que era sino un gran reto, la muerte.

He cambiado vida por muerte porque estoy muerta, por si no os habéis dado cuenta.

Empujé la puerta con una mano, había muchos estudiantes en corro hablando mientras esperaban el inicio del baile. La decoración era tétrica, llena de telarañas, crucifijos al revés y pentagramas rojos que colgaban del techo. Una escena de natividad protagonizada por esqueletos estaba en un rincón para que los estudiantes pudieran hacerse fotos con ella.

En el centro de la pista estaba nuestro querido señor infernal. Vestia un traje de color carbón, y sus alas estaban replegadas en su espalda. Era raro verlo con las alas, normalmente las escondía. A su lado, como no, estaba su pareja, que llevaba un vestido rojo con un escote generoso. Ella no llevaba las alas doradas a la vista. Le sonreía a su acompañante mientras este le acariciaba el brazo distraído. Los noté algo incómodos.

Miré a su derecha y ahí estaba Mel. Con un vestido azul medianoche colmado de estrellas plateadas. Su pelo dorado estaba liso sobre su espalda y sus ojos verdes me miraron. Tragué saliva nerviosa. No sabía porque estaba nerviosa. Y recordé los labios de Mel cerca de los míos, di gracias por estar muerta y no ponerme roja.

— Buenas noches — le dije acercándome.

—Buenas noches, vas muy guapa ¿es una yukata?

—No, un kimono. La yukata es para verano.

Se mordió el labio mientras miraba alrededor nerviosa.

—¿Es tu primer baile?— dije lo primero que se me pasó por la cabeza.

—No, es el tercero, pero si es tu primer baile ¿no?

—Si —la tensión de la conversación se podía cortar con un cuchillo.

—Hola chicas, me alegro de veros. En breves vamos a dar comienzo al baile. Como Belcebú está enfermo os toca a vosotras bailar juntas — dijo nuestro querido señor.

Miré a Melancolia asustada y ella me miró nerviosa.

—¿Ambas sabéis bailar vals?

—Si, señor— dijo la bruja.

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