Capítulo 16

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Era el día, Saimon había tardado casi una semana en preparar lo que él consideraba la cita perfecta, pues aunque su hija le había dicho que no era necesario que todo fuera perfecto, él quería sorprender lo máximo posible a la joven, la cual aunque no le habían dicho nada, ella tenía sus sospechas, había notado que en el castillo había más movimiento que de costumbre, además de que Serena se encargaba de que Anita no fuera al jardín, a pesar de que tanto a ella como a la pequeña les gustaba ese lugar, de ahí sus suposiciones.

-No, solo debes usar el tenedor de mesa para comer la ensalada si es el plato principal, si no, es este - dijo la joven señalando un tenedor más pequeño que el de carne y con unos dientes más cortos.

-Que rollo - se quejó la princesa.

-¿Me lo dices o me lo cuentas?, casi me quedo dormida intentando aprender esto para la lección.

Saimon observaba la escena en silencio, se alegraba de que Anita se hubiera integrado bien y hubiese aprendido todo tan rápido, era una buena institutriz, y sería una buena madre, o eso es lo que pensaba el rey, pues ver a su hija así de feliz y alegre incluso recibiendo clases, no era normal, aunque él rara vez observaba las clases de su pequeña, era capaz de darse cuenta que con las otras institutrices no estaba tan cómoda, por no decir que no estaba cómoda en absoluto.

-Serena, ¿te importaría si te robo a tu maestra? - preguntó con gracia el híbrido.

-No - dijo alegre la pequeña, antes de darle un beso e irse del lugar.

-¿Debo darme por secuestrada? - preguntó divertida Anita.

-En realidad, he dicho que te iba a robar, pero sí, también puedes darte por secuestrada - dijo Saimon siguiendo el juego.

-¿Y qué va a hacer mi secuestrador conmigo?

-Llevarte a un lugar que estoy seguro te encantará.

La joven se dejó guiar por él, aunque estaba segura de saber a dónde la estaba llevando, no quería estropearle la sorpresa. Por su parte, el rey disfrutaba de su compañía, ella era hermosa y adorable a sus ojos, siempre con esa alegría suya tan característica, solo tres veces la había visto triste, y eran de los peores recuerdos que tenía, no aguantaba ver la tristeza en el rostro de la mujer al lado suyo, se encargaría de hacerla sonreír, es más, si le daba el honor, se encargaría de hacerla feliz el resto de la eternidad, pero para eso había tiempo.

El paseo hacia su destino fue corto, y pronto Anita se encontró con el magnífico paisaje del jardín, el cual estaba aún más hermoso que cuando fue la última vez, le embargaba la alegría al ver todo eso, pensar que todo había sido arreglado y decorado para ella, gruesas lágrimas de felicidad rodaban por sus mejillas, y una cálida sensación inundaba su pecho, el deseo de abrazarlo era inmenso, y no dudó en cumplir su anhelo, en abrazar con fuerza al rey por tan especial regalo.

-Gracias, gracias, gracias - decía la joven aferrándose a su cuello.

Saimon no dudó ni un estante en corresponder el abrazo, se sentía tan cálido, el sentimiento de familiaridad era tan agradable, no quería que ese instante terminara jamás. Los segundos fueron pasando, y poco a poco los minutos también, hasta que al final se separaron un poco, seguían abrazados, pero sus cuerpos ya no estaban totalmente pegados, y principalmente lo que hacían era mirarse a los ojos, cada uno sumergido en el color castaño de los ojos del otro, en el caso de Saimon un color castaño oscuro, y en el caso de Anita tirando a un color castaño claro.

Ambos se acercaron, pero no se sabe quién fue el que terminó de unir sus labios, tal vez fueron ambos, pero la cuestión es que se besaron, con fervor y pasión, pero también con dulzura y amor, un beso cuyo significado era mayor que un simple beso, era una promesa silenciosa, una de la cual ni ellos mismos eran conscientes de ella, pero que los cielos y la naturaleza que les rodeaba eran testigos, su amor era sincero, y así seguiría hasta el fin de los tiempos.

Se separaron, ninguno de los dos quería hacerlo, pero tampoco podían estar así eternamente, aunque a ambos les hubiera gustado. Sus miradas estaban fijas, estaban solos, no había nadie a su alrededor, pero aunque lo hubiera habido, ellos no habrían notado su presencia, solo eran ellos en su pequeña burbuja, una que el rey tuvo que romper para poder seguir con su sorpresa, y con la gran pregunta que quería hacerle.

-Por aquí - dijo indicándole el camino.

El lugar estaba rebosante de vida, las plantas tenían un color y un brillo que no era usual, aunque también podía ser su propia mente haciéndolo todo mucho más fantaseoso, pero prefería no pensar en ello. No solo la naturaleza dominaba ese pequeño pedazo de paraíso, sino que también había cientos de mariposas de todos los colores y tipos volando a su alrededor, y justo en medio del jardín, un majestuoso roble se mostraba en todo su esplendor, y debajo de él una manta y una cesta de picnic.

-Vi que te gustaba este lugar cuando hicimos el picnic los tres juntos, pensé que te gustaría ahora también.

Anita estaba sin palabras, con ganas de volver a llorar, abrazarlo y besarlo, pero se contuvo, quería seguir viendo más. Cuando estuvieron sentados, Saimon sacó de la cesta la que sería su merienda, unos sándwiches hechos por él, unas magdalenas hechas por las cocineras, y unas bebidas que sacó de la nevera, entre ellas zumo de manzana, que según Serena, era su favorito, a él le daba igual qué beber.

Pasaron toda la tarde juntos en ese lugar, contando historias graciosas que les había pasado, Anita principalmente comentaba historias de cuando era niñera en la ludoteca, tenía un montón de historias graciosas sobre alguna trastada o accidente con pintura que le había pasado a algún niño o niña; Saimon no contó mucho, su vida no había sido graciosa en ningún punto de su vida, solo alguna anécdota esporádica en toda su vida, pero aunque eso no le importaba, sí le molestaba que ella solo tuviera cosas bonitas para contar acerca de su trabajo en ese pueblo, cada vez odiaba más a Daniel Lonburt, lo que le había hecho a su propia hija no tenía nombre.

-Anita - la llamó.

-¿Sí?

Saimon estaba nervioso, por más que había repaso las palabras una y otra vez en su cabeza, no sabía muy bien cómo hacer esa pregunta, tenía miedo de una respuesta negativa, aunque era consciente de que lo más seguro es que fuera lo contrario, el miedo no se le iba, hasta le parecía irónico, podía enfrentarse a un ejército entero él solo sin miedo a morir, pero no podía hacerle una sencilla pregunta a la chica que le gustaba, si Cailen hubiera estado ahí, de seguro se hubiera burlado de él y lo habría llamaba cobarde por lo menos.

-Anita - carraspeó el híbrido, a lo cual la joven le miró confundida - sé que nos conocemos desde hace poco tiempo, también que en un inicio no fui precisamente amable contigo, lo cual lo lamento.

-Saimon - intentó hablar la joven, más él no la dejó.

-Antes que nada, quiero darte esto - dijo entregándole una cajita.

Anita tuvo que ahogar un grito de sorpresa al ver lo que contenía, era una gargantilla de plata con estrellas plateadas y un pequeño corazón en el medio, el corazón era una piedra transparente, no quería creer que fuera lo que creía que fuera, pero viniendo de un rey, sería lo más lógico.

-Espero que te guste, creo que te refleja bastante bien - la joven era incapaz de decir palabra, estaba demasiado sorprendida - ¿me dejas ponértelo?

Anita solo asintió y se dió la vuelta, tenía un nudo en la garganta que le impedía hablar, no podía creer que eso estuviera pasando, era mucho más de lo que había deseado y soñado jamás, él era perfecto, o al menos perfectamente imperfecto, no le importaba nada su familia y la guerra que tenían contra él, lo amaba, no tenía duda sobre ello, lo intentó negar, alejar ese sentimiento de ella, pero no pudo, y ya no sería capaz de hacerlo nunca.

-¿Querrías ser mi novia? - soltó sin más el rey, y a pesar de los nervios y el nudo en su garganta, la joven respondió:

-Sí.

La maldición del armaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora