Era la tercera vez que miraba el reloj en menos de cinco minutos. Su pie golpeaba sin cesar el suelo del automóvil y se removía inquieto en el asiento cada vez que se detenían. No obstante, la mayor parte del tiempo estaba agarrado con fuerza al asidero junto la ventanilla; sobre todo, en las ocasiones en que el taxista tomaba bruscamente alguna curva.
Ni Saeko-san en aquel viaje a Tokio le había preparado para semejante aventura. Aquello parecía una partida del Mario kart, sin plátanos ni caparazones, pero con adelantamientos y derrapes dignos de las pistas heladas del Lago Vainilla.
Sonidos de claxon, bramidos de motores, frenazos, gritos y algún insulto en un idioma que no dominaba —aunque esa última palabrota sí la había entendido— era lo que podía percibir a su alrededor.
Pensar que, cuando lo escuchaba quejarse del tráfico de Roma, estaba convencido de que exageraba...
—Dices eso porque nunca has tenido que conducir en São Paulo —le rebatía en cada ocasión.
Y, pese a que en las estadísticas que se publicaban, la ciudad brasileña siempre superaba a la capital italiana, tenía que reconocer —parafraseando a Obélix al grito de: "¡Están locos estos romanos!"— que tenía razón.
Nunca más volvería a dudar de él, en serio. En esa competencia le acababa de proclamar absoluto vencedor.
Aunque no tenía pensado decírselo.
Ni. De. Coña.Volvían a estar detenidos en la línea de salida de un semáforo en rojo y, pese a la rapidez del taxista y sus para nada despreciables maniobras al volante, se estaba impacientando. Y mucho.
Y no es que se muriera de ganas por escuchar quejas —porque no había nada más irritable y protestón que un Kageyama lesionado— pero sí ansiaba con desesperación volver a verlo. Más de lo que nunca hubiera llegado a imaginar.
¿Cuántos meses habían pasado? ¿Seis? ¿Ocho? No lo sabía con exactitud.
Se mesó el cabello pelirrojo, contemplando a una señora con bastón cruzar lentamente la vía, mientras aquel maldito disco no cambiaba de color, como si lo estuviese desafiando.
¿A quién quería engañar? Claro que lo sabía. Habían pasado exactamente nueve meses, dieciséis días y tres horas.
«Lo de tener en cuenta los veintisiete minutos ya sería perturbador, ¿verdad?»
La despedida en Narita no había sido demasiado efusiva; un choque de puños, un "nos vemos en un par de meses, boke", y un "acuérdate de guardarme el programa de la SuperLega, que sabes que los colecciono".
Sin duda, mucho menos efusiva que las horas previas en aquella habitación de hotel.
¿Cómo describir la mezcla de pasión y ternura experimentada esa noche que, en ocasiones le parecía tan lejana, y en otras —como en ese mismo instante en que su mente le permitía rememorar los labios de Tobio activando todos los receptores de su piel— se sentía tan cercana?
Durante los días que duró la concentración del equipo nacional y la serie de partidos disputados, no habían intercambiado más que miradas cómplices, algunos roces de manos en los pasillos, y un par de besos robados cuando la ansiedad no les dejó aguantar más.
Ambos lo habían decido tiempo atrás, juntos. Nada de contacto durante las concentraciones.
La teoría, a simple vista, era fácil. Pero la practica... ufff.
Era duro, claro que lo era. Y mucho.
Pasar todo el día juntos, dormir en habitaciones contiguas, las duchas con el resto del equipo, los cambios de ropa en el vestuario, observar cómo se marcaban los músculos mientras realizaban los entrenamientos y disputaban los partidos, ver al otro durante el juego, desprendiendo esa atrayente aura que tentaba —y atontaba— como canto de sirena; choques de puños, abrazos de grupo tomados por los hombros, jugadas coordinadas que deseaban celebrar con algo más que un simple toque con las palmas de sus manos...
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Empate [OS KAGEHINA]
Fanfiction¿Te gustaría mirar por un agujerito y ver qué están haciendo hoy mismo Hinata y Kageyama? Este OS es sólo eso, un pequeño vistazo para saber en qué se entretienen estos dos el 21 de diciembre de 2020. • Los personajes no me pertenecen, son propieda...