Querido nadie:
Por más que busco la inspiración, no me llega. Tocar el piano no solo es apretar las teclas siguiendo un orden, tiene que haber un sentimiento detrás que te impulse a ello. Una necesidad. Y yo ya no la siento. Me pongo los auriculares y pruebo con todo, desde música clásica hasta pop o rock. Dejo la música pasar, canción tras canción, hasta que se vuelven ruido de fondo que ignoro. Como el sonido del viento al arrastrar las hojas o el ruido del frigorífico al que te acostumbras. Una forma de alimentar esa necesidad y ese sentimiento que ya no funciona. Igualmente pruebo a tocar varias notas, pero siento que solo estoy pulsando los botones del televisor, apagado, encendido, subir volumen, bajarlo. Me paralizo y se extiende el silencio. Lo siento como el silencio estático que hay entre el cambio de canción de mis cassettes, pero aquí no llega la siguiente pieza. Es como si ya no me quedaran canciones por tocar, por cantar, por escuchar. Es como si todo se hubiese acabado. La cinta de mi vida ha llegado a su fin.
Estos últimos días he estado buscando alguna otra afición para matar el tiempo. A veces leo, pero me cuesta engancharme, al cabo de unos párrafos me encuentro pensando en mis cosas. También he intentado ver alguna de esas telenovelas que le encantan a mi madre y no me gustan, están demasiado sobredramatizadas (estoy segura de que las ve por los hombres guapos).
Al final, el otro día cogí un estuche de maquillaje mientras estábamos en una perfumería. Llevaba pensando en ello desde que me puse a hojear una revista donde había una sección de consejos de maquillaje con fotos de unas modelos guapísimas.
Sentí que mi madre no lo aprobaba, pero no dijo nada y lo pagó. Llevo unos días practicando y, aunque todavía no se me da demasiado bien, voy progresando. El maquillaje me tapa los granos, me oculta el cansancio, me aviva la expresión. En definitiva, me pongo una máscara que me hace ver mejor de lo que estoy.
También aprovecho para limarme las uñas y pintármelas, aunque a los cinco días (o incluso antes) el esmalte se agrieta o se rompe. Me corto los padrastros y me pongo una crema para no arrancármelos.
En una de esas ocasiones mi madre ha entrado en la habitación para dejarme ropa limpia y ha debido ver el estropicio de mi cara, porque me ha mirado frunciendo la boca. Le he dicho que no sea aguafiestas y que se sentara conmigo, que la iba a dejar guapa. Así que le pinto las uñas de un color rosa claro (casi transparente) porque siempre se ha quejado de las chicas que usan colores intensos como el rojo o el negro. También le he puesto base, algo de colorete y pintalabios (suave también), aunque no me dejó hacerle la raya ni las pestañas.
Cuando se ha mirado al espejo ha sonreído. Tenía una expresión de felicidad sincera. Incluso ha ido a comprar maquillada y he notado que caminaba diferente. Pero cuando mi padre la ha visto al llegar a casa no ha dicho nada, ni un "qué guapa estás" ni un "te veo cambiada", nada.
Una de estas tardes en las que estaba sentada frente al espejo probando diferentes colores de sombra de ojos, mi madre se ha acercado y se ha sentado en la cama. Me ha preguntado si este domingo la iba a acompañar a misa. Yo le he dicho que no es lugar para mí. Ella me ha respondido que Dios perdona a todo el mundo y casi era como si me dijera "te perdono, Lina".
Antes, cuando era más pequeña, creía en Dios. Pero creía en él como quien cree en los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez. Para mi era un ser que castigaba a la gente mala y protegía y ayudaba a los buenos. A veces le pedía deseos como si fuera el genio de la lámpara. Por favor, Dios, que mañana nieve para que no tenga que ir al colegio. Además, en parte hice la comunión porque sabía que me iban a traer muchos regalos. Pero esa creencia se fue desvaneciendo igual que cuando me di cuenta de que los Reyes Magos eran mis padres. No era un ser mágico, era otra historia más. Los Reyes Magos para ilusionar a los niños. Dios para dar esperanza a los adultos. Aunque no niego categóricamente que exista (de hecho, creo que existe algo) dudo que sea tal y como nos lo pintan en la religión. Pero si le digo todo esto a mi madre, probablemente se va a decepcionar.
De todas formas la acompañaré, pondré limosna cuando pasen el cepillo, me persignaré, diré amén y tomaré la hostia sagrada. La verdad, lo único que quiero es que me abrace y me diga que me quiere. Si se lo pido, seguro que lo hará. En realidad, le leo en la mirada que está deseando hacerlo, pero yo he marcado distancias y no quiero ceder, porque para ella significará que lo que me ha hecho está bien (a veces incluso lo pienso de verdad, que igual soy yo la que se equivoca, que te querré de aquí al infinito). ¿Se puede querer y odiar al mismo tiempo? Creo que sí, porque la quiero y la odio. La quiero y la odio. Y siento que me va a estallar la cabeza.
Ojalá y tú no tengas que pasar por esto. Lo más probable es que solo me odies.
Lina.
ESTÁS LEYENDO
Al otro lado del silencio
Fiction généraleSi no tenía el bebé sería considerada una asesina, pero si lo tenía sería una suicida. *** Ninguna persona debería verse obligada a tener un hijo que no quiere, eso es lo que le había dicho su novio. Lina hubiera abortado. ¿Pero cómo? Iba a ser un m...