— ¿Dónde está el salmón, Denisse? Tú compraste ¿No? Creo que sí.
— Hum, ¿Ya te respondiste? —inquirió mordaz viéndome desde la silla donde estaba— Está allá —señaló una en la esquina de la mesa regresando a las bolsas.
Me acerqué a tomarla y antes de levantarla observe como la bolsa sudaba, mojando parte de la mesa negra, solo unas gotas tocando el suelo. Con cuidado la abrí y tomé las bandejas que había comprado mi hermana; los dedos se me empezaron a enfriar al entrar en contacto con la baja temperatura.
En la nevera las guarde en la parte baja junto a las demás carnes rojas y blancas, mis dedos se sintieron mejor cuando mi pantalón disipó esa sensación de frialdad al pasarlos por él.
Unos segundos me tomó identificar el siguiente alimento de la lista mental que había ideado alfabéticamente en mi mente, la sandía recordaba haberla visto siendo guardada en una bolsa por uno de los chicos que nos ayudaron en el supermercado pero... ¿A dónde estaba?
— Denisse, ¿Y la sandía dónde está? —pregunte yendo hacia ella, mis brazos reposaban en la mesa y observaron lo que hacía con suma concentración.
— Jo, esa está en la mesa de comedor pero no la guardes, tu padre dijo que la picaría apenas se desocupara; es muy grande y no cabe en la nevera —informó mi madre volteada de manera parcial dando solo una pequeña vista de su delantal blanco que rezaba: "Besa a la cocinera"
Apenas mi madre y yo entramos a la casa librándonos del sol que había afuera todo lo que mis ojos captaron fue un descomunal desorden que a mi mama no le tomó desprevenida; el abrigo de mi padre decoraba el piso.
Tres pares de zapatos estaban regados entre el último escalón de nuestra escalera y el piso, de hecho había uno que había logrado llegar hasta unos pasos después de la entrada de la sala.
Luego me dijo que los gemelos y papá estaban ubicando todo lo respectivo a higiene arriba mientras que nosotras —Denisse, mamá y yo— acomodaríamos la cocina y prepararíamos la cena. El camión de la mudanza llegaría en una hora o tal vez menos así que debíamos ponernos manos a la obra si queríamos estar más desocupados cuando llegara.
Mamá dijo que haría un pollo en salsa con vegetales de cena, Denisse doblaría y acomodaría las bolsas para utilizarlas en otra ocasión y yo —como siempre lo había hecho desde que cumplí los ocho— me encargaría de acomodar las compras por orden alfabético.
Tenía algo en mí que siempre estuvo muy apegada al orden, ya fuera por colores, por fecha de vencimiento, por tamaño pero mi favorita siempre había sido por orden alfabético; me pareció una excelente—y divertida— manera de distraerme y ejercitar mi cerebro.
Y cuatro años después de cumplir los cuatro, mamá me permitió ayudarla a guardar los alimentos —ya que mi hermana siempre había insistido y destacado en doblar las bolsas y guardarlas.
Desde entonces así nos dividíamos al momento de regresar del supermercado, en ocasiones me tocaba cocinar y empezaba a utilizar mis libros de cocina pero en general prefería que mamá lo hiciera; ella tenía algo que hacía que su comida por muy simple que fuera supiera como un plato servido en un restaurante de cinco estrellas.
Ojalá yo herede eso.
— Ah, entiendo. Entonces ¿dónde está el... salchichón? —pregunté viendo a Denisse.
— Aquí, toma— contestó mientras que llevaba su mano derecha a la mesa tanteando sin despegar su mirada de la bolsa que estaba doblando, la cual empezaba a perder la forma que mi hermana le había hecho—. No pued... ser.
Sin notarlo ni yo misma, Denisse se empapó del agua que sudaba de la bolsa que sujetó, su pantalón se había mojado parcialmente cerca de su entrepierna. Mamá dejo de darnos la espalda y observó a su hija mayor buscando el problema.
ESTÁS LEYENDO
Queremos que nos quieras, Jo.
JugendliteraturJosephine Livingston (llamada Jo para los cercanos) tiene una misión muy importante en sus manos: Graduarse del Instituto Roosevelt y no morir en el intento por una crisis nerviosa. Para eso debe seguir estos sencillos pasos: • No llamar la atención...