Capítulo uno - Balada No. 1 Chopín

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2 de enero de 1930, París, Francia.

El gran "Théâtre national populaire" me lo han recomendando tanto venir a verlo que le gano a mi pereza.
La verdad no entiendo porqué es están  famoso este niñito que aspira a intento de músico.

-Nombre por favor- me hablo el recepcionista.

-Angel Bianchi- pronunció con ímpetu.

- Ah! Ministro, pase con tranquilidad- con una sonrisa me da paso al teatro

 No se si vendré bien vestido después de obtener mi ascenso. Espero sea adecuado para la ocasión, y un buen recital o en su defecto, una total perdida de tiempo.

Ángel entró al teatro ansioso de ver al nuevo pianista que tanto se habla, más que nada por su expresividad peculiar, y su llegadas a los concierto que desorientan a cualquiera.

Caminó hasta la puerta de madera tallada, donde había una señorita que la abrió para el. Saludó a la dama, y siguió su camino a las tribunas.
Al entrar se dirigió a la derecha, hacia las escaleras para ir al segundo pisó. Donde los de la élite se ubica. Pero antes se subir las escaleras escucho unos gritos ocultos en unos susurros

-Señorito Rousseau! Menos mal que llega. Camine rápido y con cuidado por la izquierda, ahí estará la sala para que vaya al escenario!- pronunció con una voz miedosa y delicada

-Gracias Maria, que haría yo sin ti- dicha la frase, como bala de escopeta se fue por las indicaciones que le dieron.

Confuso con la situación, Angel continuo su camino.

Seguro debe ser un violinista que llega tarde. Pero igual, para ser violinista iba vestido de pordiosero... A decir verdad, nunca vi a una persona con el pelo tan oscuro. Seguro debe ser comunista.

Y con una sonrisa en el rostro, se sentó en su butaca.
Todo el público estaba en absoluto silencio. De a minutos se escapaba unos susurros, o charlas en una voz moderada.

Luego de una espera relativamente corta, el director de camara se posiciona en frete del piano (el cual está adelante de toda la orquesta) se acomoda su esmoquin y anuncia la llegada del solista.

-Damas y Caballeros, les presento, al pianista francés, !Didier Rousseau¡- al terminar su enunciado, el púbico aplaudió fervorosamente al solista.

Luego de unos breves segundos entra Rousseau, con un esmoquin clásico, que acentúa su piel porcelana. Y un pañuelo en el bolsillo del esmoquin de color azul, haciendo juego con sus ojos azul cielo.

-Escuche que va a tocar la primera balada de Chopin, espero que no me decepcione con el final, como hacen los demás músicos- entre risas por la frase dicha, los senadores que estaban al costado de Angel sacaron unos habanos y prosiguieron a hacer silencio.

Ángel confundido por ver al pordiosero de hace unos minutos siendo aplaudido por cientos de personas, toma un vaso de whisky que le trajeron apenas entró para verificar que no estaba soñando.
Definitivamente no era un sueño

Los aplausos se detuvieron repentinamente cuando el piano se escuchó.
Tal y como se debe empezar, con un "pesame" perfectamente ejecutado y con una expresiones adecuada,  Rousseau comenzó a tocar la Balada número uno de Frédéric Chopin.

Ángel seguía anodado, viendo el lento y dulce comienzo de la obra.
Y más allá de su confusión se fijaba detenidamente en dos situaciones. La primera era las vendas que tenia en sus manos y dedos, que por el momento estaba totalmente blancas. Y la segunda situación que observa, era la belleza que poseía el músico. Un pelo oscuro como la noche, ligeramente largo (totalmente fuera de los cortes comunes del momento), una piel impresionantemente blanca y una cutis perfecta. Una figura delgada, que por alguna razón cuando subió algún escenario, su esmoquin mostraba una cintura ligeramente marcada.

Tantos atributos de belleza a favor del pianista deja aún más mareado a Angel, que no sabe si tomarse la botella entera de whisky en ese precioso momento o tirarse al primer piso para volver  verificar que no está soñando.

Al rededor de dos minutos de haber empezado la obra, llega el primer fraseo musical. El público atento sigue escuchando a Rousseau sin hacer un solo ruido. Todo el mundo estaba concentrado en sus movimientos, en sus largos y delgados dedos. Su rostro mostrando un ligero sentimiento de tristeza y alegría. Por los movimientos de la Balada bien marcados entre sí.
Por segundos se le escapa una ronrisa a ambos. Y como si fuera alguna decisión extraña y aleatoria del destino. Ángel y Didier cruzaron miradas, ninguna quería apartarla, parecían hipnotizados uno por el otro. Durante esos fervientes segundos el solista le giña el ojo y le sonríe de forma coqueta, dejando un sentimiento de asco y vergüenza al italiano.

Ángel se quedo viendo imperturbable a Didier, como si de un hechizo se tratase.

Luego de un par de minutos, ya casi al final, llega el momento más esperado se la audiencia.

Didier tocaba con cada una de las expresiones musicales bien marcadas, ejecutadas y tramitadas.
Su velocidad "Presto" la subió a un par pulsos más, y aumento su fuerza de un "foerte" o aún "foertisimo con suma passione". Se sentía ese aura de euforia en el teatro.
Los músicos que estaban detrás de él no separan ni un momento la vista de el. Los de la zona élite se olvidaban su vicio, y el resto de tabaco de sus cigarrillos se caía sobre los ceniceros sin siquiera darse cuenta.
El hielo el los tragos se derretían, el personal se afuera trataba de acerca a escuchar, los habanos se consumían más rápido. Y Angel sin poder creer lo que escuchaba, apenas terminar de verlo tocar se levantó y aplaudió lo más fuerte puedo.

Todo el mundo aplaudía. Los recepcionistas de la entrada principal, las esposas con sus vestidos de alta costura se levantaban a tirar rosas. Los caballeros gritaban alagos hacia Didier. Los cocineros, mosos, mosas, las señoritas de la segunda recepción aplaudían desde su lugar de trabajo.

Inmediatamente Angel llamó a un moso y le pidió que reservará una mesa para el. Y que el niño estuviera ahí.

Y como si fuera un cachorrito se dirigió al salón de fiestas. Acomodando su traje, su cabello y su reloj. Totalmente intrigado por el solista, escogió cuidadosamente un Whisky de clase.

Por momentos trata de asimilar como esta actuando, pero lo tranquilisa al instante con sus caramelos. Y se sienta en la mesa reservada por el, con una botella de "The Macallan" puesta en hielo al lado suyo. Cruzando lás piernas observando una de las pinturas que se encontraban en el salón noto como llegaba más gente, ansioso y aun con ese sentimiento de asco combinados miro su reloj.

Hace años no veo tal interpretación de la obra, la ultima que fui a un concierto de piano, fue al de mi ex mujer. Lastima que haya sido tan capitalista, era demasiado hermosa para tener tal ideología. Y además tenía mucho pelo en sus piernas, totalmente inaceptable en una mujer.

Ángel, distraído por sus auto-charlar imaginarias no se percata que su invitado lo observaba desde lejos.
Didier se encontraba en la entrada del salón, pidiéndole a un moso que le prenda un cigarro. Durante esa última acción, lo observaba con esa mirada lasciva que tenia por sus presas, similar a una sonrisa desquiciada y a la vez desvergonzada.
Obviamente antes de irse, le agradeció al moso con un "Gracias cariño" tan característico de el para divertirse con las reacciones de los caballeros.

Fumando su cigarrillo camino a la mesa, se acomodo su cabello y su pañuelo azul.
Cuando llegó, se sento en la silla que estaba enfrente de Bianchi, cruzando las piernas acomodo su brazo izquierdo, casi funcionandolo con su abdomen. Su brazo derecho se colocó arriba de la palma de su brazo contrario.
A todo esto, Bianchi tomaba un sorbo de Whisky

-Angel Bianchi, un placer conocerlo- le estrechaba su mano con suma delicadeza. Observando sus ojos, los cuales les parecían fascinante a comparación de sus ojos café.

Con una expresión seductora en su mirada, mientras expulsaba el tacabo de su cuerpo, se inclinaba hacia el para estrechar su mano   -Igualmente Ministro Bianchi-

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⏰ Última actualización: Dec 06, 2020 ⏰

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