Nuestra primera Navidad

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Un vuelco al corazón y un acelerón en el pulso

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Un vuelco al corazón y un acelerón en el pulso. Esa suele ser la reacción cada vez que Natalia me propone un plan que para mi mente propensa a la fantasía podría ser perfectamente una cita. Pero nunca son citas. Solo somos dos amigas saliendo a hacer cualquier cosa: a tomar un café, a comer pipas en un banco, a recorrer los bares de Chueca o, como en este caso, a ver un estreno al cine.

Natalia y yo nos conocemos desde el primer día de clase, en la universidad. Me acerqué a ella en un intento por llegar puntual a un aula que no lograba encontrar... diez minutos después de que diese comienzo la clase. Nada más verla creí que era mayor que yo, que se conocería la facultad lo suficiente como para poder ser mi guía. Pero mi sorpresa fue cuando me respondió aquel "si lo supiese no estaría aquí, estaría en clase". Sí, Natalia tan simpática como siempre.

Aquella mañana encontramos el aula demasiado tarde como para poder entrar, la presentación de la asignatura acababa de terminar. Pero nos conocimos la una a la otra y pasamos unos minutos... interesantes. Podría haber sido la historia de una gran amistad, dos chicas que se conocen y se ayudan mutuamente a llegar a la primera clase, que casualmente comparten, de su vida universitaria. Pero la realidad no fue así. Después de aquel paseo en el que se presentó con un nombre que no era el suyo y separarnos para ir cada una a su siguiente destino ya no volví a saber nada de ella. Por supuesto que la veía cada mañana en las asignaturas que teníamos en común pero no volvimos a cruzar más de tres palabras a lo largo de los cuatro años de carrera que compartimos. Y no fue por falta de interés, bueno sí, falta de interés por su parte. De ahí que la llame Natalia Lacunza la inalcanzable.

Hay veces que conoces a gente con la que no casas, no sois afines y no pasa nada. Eso nos pasó a nosotras, creo. O por lo menos le pasó a ella conmigo. Afortunadamente para mí, todo cambió en el momento en el que entramos al mismo máster y la vida decidió darnos otra oportunidad, otra presentación. Sí, ocurrió exactamente lo mismo. Llegué tarde y sin saber dónde tenía que ir y allí estaba Natalia, haciéndose la interesante, apoyada en la pared y fumando un cigarro como si aquello de acudir a clase no fuese con ella. Y yo me volví a acercar por inercia al encontrar una cara conocida. Y me volví a presentar, por si no recordaba mi nombre. Y volvió a decirme que no sabía llegar al aula que, por supuesto, también compartíamos. Y volvimos a buscarla juntas. Pero aquel día no nos separamos después. Ni se presentó con un nombre falso.

Y decidimos darnos una nueva oportunidad. Pronto llegaron las cervezas tras las clases, la primera quedada para estudiar juntas y los planes que Natalia cada vez propone más seguidos. En apenas tres meses hemos pasado de ser simples casi desconocidas a tener citas que no son citas. He pasado de no saber casi nada de ella a sentir como mi corazón hace acrobacias cada vez que recibo un mensaje suyo.

Mensaje que, por cierto, no he respondido todavía.

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