Capítulo 1 - Licor de arroz

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La puerta chirrió, como todas las mañanas, seguida de unos pasos firmes contra el suelo. Sentía que iba a ser un buen día y nada ni nadie iba a contradecirle.

-Buenos días, Alfred.

-Buenos días, Dana -saludó, apoyando la mano en la espalda de la chica-. ¿Cómo estás?

-Bien, bien -sonrió ella, apartándose el pelo y dejando ver un poco más de lo poco que cubría su vestido de gasa-, ha sido una noche sin incidentes, aunque aún hay alguno de los que se durmió en la taberna.

Alfred rió y continuó su camino, bajando las escaleras. Tal y como había dicho Dana, las chicas estaban limpiando la taberna, despertando a todos aquellos que se habían dormido en las mesas. Los hombres parecían responder bien, acostumbrados ya, pero Alfred se mantuvo atento en caso de que alguno se resistiese.

-Alf, cielo, tu desayuno.

El chico se giró, encontrándose a Poppy, una de las prostitutas más antiguas del local y a la que consideraba su madre. Se había criado allí, sin conocer a su familia, pero Poppy siempre le había tenido especial cariño, así que Alfred lo había aprovechado. La mujer, aún joven para dedicarse al negocio, le había criado desde que tenía memoria, al igual que las otras prostitutas, pero ella era la que más amor le había demostrado. Siempre le había protegido y cuidado, igual que habría hecho una madre.

Con una sonrisa, tomó la tostada que la mujer le ofrecía y le dio un bocado. Poppy no era la mejor cocinera del mundo, pero todo lo que hacía estaba bien, no por nada era la encargada de las comidas. También influía el hecho de que ya no tuviera tantos clientes como antes, pero no era la única que estaba en esa situación. Sin embargo, seguían manteniendo su parte del trabajo y, aunque no lo hicieran, Alfred no pensaba echarlas a la calle. Quizás el anterior dueño si lo hubiese hecho, pero él había muerto hacía unos años, dejándole el negocio. Ahora, esas decisiones dependían de él.

-Está delicioso, Poppy.

La mujer sonrió de una forma que sus ojos castaños brillaron, halagada por el cumplido.

-Siempre tan caballeroso -bromeó-. A veces me pregunto cómo no tienes novia, entre lo amable que eres y la buena porte que tienes, es impensable -comentó, confusa-. Con lo pequeñajo que eras y ahora casi te das con el techo.

Alfred sonrió, consciente de las exageraciones de su "madre". Era cierto que era alto y que había ganado musculatura con los años, pero ella siempre tendía a exagerar sus cualidades.

-No sé, supongo que no encuentro a mi chica ideal.

-No será por falta de pretendientes -bufó, alzando una ceja y Alfred automáticamente pensó en Dana y en como se le había insinuado hacía tan solo unos instantes.

-De verdad que yo tampoco sé qué contestarte.

Poppy suspiró.

-Deberías trabajar menos y pensar más en formar una familia.

-Todas sois mi familia -repuso-. Y no me digas nada más -se adelantó-, estoy feliz con mi vida.

-Sí, sí, vete a trabajar ya, que lo estás deseando -se burló-. ¿Acaso trabajar te da orgasmos?

-Hasta luego, Poppy -dijo huyendo, con la tostada en la mano y oyendo la sonora carcajada de la mujer tras él. Algún día, ella le encerraría en una sala y le iba a presentar a todas las mujeres de Idonna.

Saludó a las chicas que estaban por ahí, terminando de adecentar el local ahora que no había clientes rezagados, y se metió en su despacho, un pequeño cuarto cerca de la cocina desde el cual podía controlar todo lo que pasaba en el burdel sin dejar de concentrarse en su trabajo. Si algo ocurría, en tan solo dos pasos estaba allí y solucionaba el problema.

El auténtico reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora