Capítulo 3 - Una princesa con mal humor

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June llegó, cargada con una gran perola con la que pretendía cocinar alguno de sus guisos. Su tío tenía una zona de cocina en el patio, una pequeña rejilla en un soporte de ladrillos bajo la cual se ponían algunos trozos de leña para hacer el fuego, así que allí dejó todo y se marchó de nuevo, dispuesta a ir a por los ingredientes.

Linton le miraba divertido, era curioso que Alfred se comportase de esa manera, especialmente cuando era uno de los solteros mejor valorados de los callejones. Él no se lo creía, no era consciente de que todo el mundo quería estar a su lado, así que tendía a tenerse en menor estima. Creía que todo lo que le decía Poppy era parte de su palabrería de "madre" orgullosa.

-Acércate -le picó Linton, simplemente por diversión.

Alfred se cruzó de brazos, escueto y distante.

-No.

-A la chica no le harás ningún mal -le recordó el hombre-. Además, mi hermana está deseando buscarle marido. Si no eres tú, será otro.

-Me niego a casarme -contestó, cansado. Ya no era solo por el hecho de que no quisiese perder ciertas cosas, sino porque le parecía absurdo. El matrimonio se suponía que era una manera de asegurar la fidelidad, pero todas las noches veía a hombres casados entrar en su local, incluso hubo un tiempo en el que se encontraba argollas por el suelo del salón y las vendía, sacándose un dinero con el oro. Para él, era un papel sin valor.

-Ay, de verdad -suspiró Linton-. Lo que daría yo con tal de estar en tu lugar.

-Te lo cambio.

-¡Vale! -afirmó Linton-. Todas las mujeres de Idonna rendidas a mis pies, y sabes que June no es una excepción -añadió.

-¡No digas tonterías!

-¡Qué sí! -replicó-. Eres uno de mis mejores luchadores y nunca te falta el dinero. Tienes un cuerpo trabajado y un techo maravilloso bajo el que pasar las noches, las mujeres se morirían por estar contigo y los hombres por ser como tú.

Alfred rió.

-Todos me consideráis más de lo que soy.

-Es lo que eres, cazurro -le reprendió Linton, dándole una colleja que esquivó-. Mira, ahí está June -señaló-. Ve a ayudarla con la comida, ahora.

Alfred se levantó para tratar de esquivar los golpes del hombre y así hacerle cerrar la boca, pero no se dirigió junto a la muchacha. Lejos de las reprimendas del anciano, Alfred se encaminó hacia la arena, dispuesto a pelear un rato. No iba a quitarse la camiseta como Caleb, no quería que Linton se metiera con él diciendo que buscaba lucirse delante de su sobrina, así que simplemente dejó su chaqueta en uno de los bancos y se unió al grupo.

-¿Pero mira quién está aquí? -Caleb sonrió, burlón. Ese era su territorio.

-Ya, ya. ¿Alguno va a darme un combate decente o solamente vais a hablar? -les picó, continuando el aire chulesco que había empezado Caleb.

-¿Y si pruebas con el novato? -sugirió Patrick.

-¡Quill! -gritó alguien.

A lo lejos, el tal Quill se descentró de su combate al oir que le llamaban, ganándose así un puñetazo en la mandíbula. Alfred hizo una mueca, sabía lo que eso dolía, en especial cuando el golpe te había humillado de esa manera delante de los veteranos.

Quill llegó, avergonzado, y se quedó expectante. El chaval no tendría más de 17 años.

-Ven, voy a entrenarte un poco -dijo Alfred, pasándole un brazo por encima del hombro y llevándolo a parte-. Bien, ¿es tu primer día?

El auténtico reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora