Capítulo 16 - A las órdenes del jefe

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Los golpes en su puerta eran extraños, pero se habían convertido en algo habitual esa última semana. Alfred se había cansado de pasar tiempo en el burdel, los clientes le cabreaban y no toleraba ni una sola falta, así que Fred y Caleb habían tenido que intervenir, alejándole. Las chicas estaban más que capacitadas para defenderse de los idiotas que a veces osaban pisar su establecimiento, pero él no iba a permitir que eso llegase a ocurrir.

Necesitaba pelear.

Había estado acudiendo al gimnasio todos los días, desquitándose con los chicos, pero no era suficiente. De alguna forma u otra siempre había algo que le alterase, como esos porrazos que Caleb estaba dando en su puerta. Desde la fiesta, Alfred no se sentía el mismo, estaba seguro de que parte de lo que había bebido le había sentado mal y por eso le estaba costando tanto madrugar, motivo por el cual Caleb había asumido la tarea de despertarle. No obstante, oír esos golpes le indicaban que no estaba siendo él mismo, que tenía que espabilar y, para un día que estaba vestido antes de que sonasen, habían llegado igualmente.

-¿Qué coño quieres? -gruñó al abrir la puerta y toparse con su amigo.

-Vas mejorando -observó Caleb, mirando como sus ropas estaban correctamente colocadas-, hoy es más temprano.

-¿Entonces por qué llamas?

-Tienes que bajar.

Alfred resopló, pero le siguió de mala gana. Caleb no solía hacer las cosas porque sí, así que tendría que fiarse. Sin embargo, eso no significaba que le apeteciera hacerle caso, pero cuando llegó al salón del burdel cambió por completo de parecer.

Todo estaba en silencio, en efecto era temprano y no había nadie más en pie que ellos, a excepción de la chica cuya larga melena negra estaba recogida en una trenza. Alfred se quedó sin aliento, por un momento había pensado que no volvería a saber nada de ella y ahí estaba, en mitad de la sala mirando todo con ese aire decidido que tenía siempre, con la mandíbula apretada y visiblemente molesta. Fred estaba junto a ella, posiblemente vigilándola por orden de Caleb, y la chica no estaba cómoda con la situación. Sin embargo, cuando ella vio a Alfred sus facciones se suavizaron por unos segundos y su mirada pasó a mostrar preocupación. Él lo sabía, no tenía muy buen aspecto, entre lo mal que dormía por las noches y los golpes que se llevaba al pelear no estaba pasando por su mejor momento.

-Alfred, que...

-Malory -cortó él, todavía incapaz de creerse que fuese ella.

-¿Me puedes explicar qué está pasando? -exigió, mirando más a Caleb que a él-. Tus amigos no me dejan pasar.

-Pasarás si él te lo permite.

La muchacha abrió la boca, soltando una ligera exclamación de sorpresa.

-¿Si él me lo permite?

-Te marchaste sin dar explicaciones -habló por fin Alfred, retomando la compostura. La chica se había largado y su ausencia se había notado más de lo que le habría gustado admitir. No podía permitir un comportamiento así, eso era un negocio y las cosas tenían que hacerse de otro modo.

-¿Eres mi dueño acaso para que te tenga que decir todo lo que hago? -preguntó, molesta por el tono que había usado contra ella.

-No vayas por ahí, Malory.

La chica movió la mandíbula, calmándose.

-Hablemos en privado -pidió, señalando levemente el despacho.

-Todo lo que tengas que decir puedes decirlo delante de ellos.

-¿Me dejarán hablar acaso?

-Lo llevo haciéndolo un rato por si no te has dado cuenta -repuso Caleb.

El auténtico reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora