Alfred no sabía que le pasaba, estaba actuando como un imbécil engreído con Malory cuando realmente quería ayudarla y disculparse. ¿Por qué le había propuesto tener sexo de nuevo? Y encima en esa situación, con ella pensando solamente en golpearle. No era el momento, no, pero lo había dicho. Ella le recriminaba su actitud cobarde y él solo pensaba en volver a estar con ella de esa forma.
La chica aún necesitaba experiencia, lo que había ocurrido le tenía que haber dejado muy mal sabor de boca y él quería seguirla ayudando, de verdad que quería enmendar el error que había cometido, solo que no había pensado antes de hablar. Al menos le había dicho todo lo quería decirle y, aunque no había averiguado nada más sobre ella, el resto no importaba. Ella estaba herida por su culpa, no estaba en posición de juzgar nada.
Se dejó caer sobre la cama, agotado, y la sonrisa traviesa de Malory atravesó su mente. Le había gustado como la chica había jugado con él, acercándose y haciéndole creer que quería seguir su juego. No era la primera vez que ella demostraba esa faceta suya, nunca olvidaría como ella había intentado seducirle para convencerle de que podía ser prostituta, como se había movido sobre su regazo de forma tan inocente y certera. De no ser por sus escasos conocimientos y su reparos ante el sexo, podría llegar a ganar mucho dinero.
Alf se enfadó ante esa idea, Malory ni ninguna de las chicas del burdel eran una simple fuente de ingresos, no habían cambiado totalmente el enfoque del negocio para que saliera con esos pensamientos. Ella no podía hacerlo aún, necesitaba experiencia, una experiencia que él tampoco iba a facilitarle. Lo mejor era intentar dormir para dejar de pensar tonterías.
A la mañana siguiente, Alfred no se sentía en su mejor momento, nuevamente le había costado dormir y eso era un problema. Aun así no podía quedarse en la cama, siempre había algo que hacer en Los Callejones y, cuando bajó a su despacho, Fred ya estaba allí para informarle.
-Otro ataque.
Alf asintió y simplemente se dejó llevar. Junto a su amigo recorrieron los negocios que se encontraban junto al río, buscando más pistas, pero el único lugar que había sido asaltado, un gran almacén que todos sabían que pertenecía al rey, ya estaba rodeado de soldados.
-Vámonos -era absurdo investigar eso.
Fred resopló, el viaje había sido una pérdida de tiempo.
-¿Crees que las cosas cambiarán?
-¿A qué te refieres?
-Esto de ocultarse y evitar que nos pillen los soldados.
Alfred lo meditó antes de contestar.
-Creo que siempre habrá que ocultarse por algo, pero al menos nos merecemos tener algo que comer todos los días y un techo bajo el que dormir -en Los Callejones, esos bienes escaseaban de una forma u otra.
-Somos afortunados -dijo con ironía.
En realidad era cierto, si comparaban con el resto de la ciudad tenían mucho más que la mayoría, pero era algo demasiado triste sobre lo que alegrarse.
Una vez llegaron al burdel Alfred se metió en su despacho y Fred le dejó tranquilo, eso de revisar las cuentas no iba con él. No obstante, era un trabajo necesario y normalmente era Alf quien se encargaba de hacerlo. Debía asegurarse de que el burdel seguía ganando, que los negocios seguían a flote y que le llegaban suficientes suministros. Con el control que estaba habiendo por el puerto cada vez más comerciantes se negaban a seguir o al menos reducían sus barcos, provocando así que él notase también las pérdidas. Necesitaba esos suministros para el burdel, necesitaba sacar ese dinero para seguir pagando a todos los que estaban a su cargo. Si las cosas seguían así tal vez tendría que invertir ese dinero en comprar esos productos que le faltaban, con lo que los sueldos se verían reducidos.
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El auténtico rey
AksiCon gran habilidad para los negocios, Alfred se ha convertido en uno de los hombres más influyentes de los callejones de Idonna, la capital del reino, llegando a pronunciarse su nombre entre las altas esferas. Criado en un burdel, Alfred está acostu...