Capítulo 23 - Nadie en quien confiar

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Como cualquier otro día más, Alfred se levantó de la cama y bajó a desayunar. Sin embargo, las mañanas ya no sabían igual y, aunque todo había vuelto a ser como siempre, no se sentía a gusto con eso. Estaba malhumorado de nuevo y ahora tenía muy claros los motivos de su enfado, solo que no iba a admitirlos. Hacerlo sería darle la razón a sus amigos y no estaba dispuesto a ello.

El local empezaba a despertar y ya se podía ver a algunas de las chicas desayunando. Todas comían como si tal cosa, pero ellas también notaban la falta, y no solo en el sabor. 

Malory había supuesto un antes y un después para todos.

Ella había vuelto a marcharse el día de la revuelta, hacía ya dos semanas. Estaba preocupado, ella no se había despedido y había llegado a pensar que algo le había ocurrido en la revuelta, pero no era así. Alfred había vuelto a revisar el armario de la chica y había encontrado que ya no estaba su vestido. Eso le confirmaba que ella había regresado al burdel en algún momento y, tal y como había entrado, se había marchado.

Le preocupaba su actitud, no entendía ese gesto. Ni siquiera se había despedido de Poppy o de Kendall, las dos personas con las que más trato había tenido durante el tiempo que había estado allí. Todo el burdel estaba preocupado por su ausencia, pero al menos se habían tranquilizado al oír que se había llevado su ropa. Para ellos eso solamente podía significar que estaba bien. Sin embargo, ahora los problemas eran otros. Sin Malory ya no podían recaudar el mismo dinero que antes y ahora lo necesitaban más que nunca. Alfred se estaba arrepintiendo de haberle entregado esa suma de dinero como pago, no había contado con que algo así podía suceder: había asumido que Malory siempre iba a estar en sus planes. En esos momentos todo estaba cayendo en picado, la gente ya no iba a comer y necesitaban el dinero, con lo que se había visto obligado a tirar de sus ahorros antes de lo previsto. 

Podía solo, pero Caleb había insistido en ayudarle. Entre los dos movieron la cama y levantaron los tablones, dejando abierto el hueco en el que guardaban los cofres. 

-¿Pero qué ha pasado aquí? -exclamó Alfred, nervioso.

-Joder...

El escondite era grande y aún cabían más cofres, pero en esos instantes había más huecos libres de los que recordaba, bastantes más.

-Hay que avisar a los demás -reaccionó-. Ya sabes a quien.

Caleb asintió y se marchó. Alfred se agarró algunos mechones de su pelo y tiró de ellos, frustrado. No podía creer que algo así estuviera ocurriendo, pocas personas sabían dónde se encontraba su escondite y dudaba que hubieran sido ellas las responsables de semejante robo. No, algo había ocurrido, todos los que lo sabían eran amigos, familia a la que confiaría su vida. Todos vivían en el burdel, ellos también sufrirían las pérdidas, era imposible que algo así hubiera sido obra de alguno de ellos. 

Sentía todo su cuerpo temblar. Estaban en una situación muy mala con eso, estaban teniendo más pérdidas de las que se podía imaginar y ese nuevo golpe le había hundido. ¿Cómo daría la cara ante todos? Había creído que ese era un escondite seguro y no, lo habían descubierto; o peor, le habían traicionado. No se sentía con fuerzas de hablar con nadie, no quería dar la cara después de eso. Sin embargo, tenía que hacerlo, tenía que ser fuerte por ellos. Confiaban en él, era su jefe y les había sacado de muchas. Entre todos lo lograrían.

Sacó uno de los cofres y colocó las tablas de nuevo. Movió la cama hasta que tapó la trampilla y luego se levantó, con el cofre en mano, dispuesto a protegerlo. Independientemente de lo que hubiera sucedido, alguien tenía que haber visto algo extraño, no podían entrar así como así y sacar esos cofres. Lo más extraño que había ocurrido había sido el delincuente que habían descubierto subiendo a las habitaciones, pero ese hombre no llevaba nada. Por mucho que tapase la capa, un cofre de ese tamaño se habría visto o al menos intuido. También estaba el incidente de Dana, aquel hombre estaba buscando algo y, aunque él no lo hubiera encontrado, quizás hubiera más personas como él. No obstante, ninguna de las chicas había reportado otro incidente de ese tipo, así que estaba tranquilo, aunque perfectamente podía ser que ellas también estuvieran implicadas en el robo.

El auténtico reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora