Capítulo 24 - Esa familia

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Alfred abrió los ojos de golpe, desorientado. Lo último que recordaba era tener a esa chica sobre él. Después todo se volvió oscuridad.

Con cuidado trató de incorporarse. Estaba tumbado en una especie de camastro con varias pieles. Miró a su alrededor, encontrándose con las paredes de una cueva iluminada con antorchas. También había algunas plantas secándose, aunque lo consideraba complicado con la humedad. Un pequeño haz de luz entraba por un hueco en el techo, indicando que al menos no estaban a mucha profundidad.

-Por fin despiertas.

El mismo hombre con el que había chocado al huir de los soldados en la Charca se encontraba a su lado, sentado en una silla. La tenía colocada del revés, de tal modo que sus brazos estaban apoyados en el respaldo.

-¿Dónde estoy? -preguntó aún aturdido. La cabeza le daba vueltas.

-Mantente sentado -le indicó al ver que trataba de levantarse-. Tienes que relajarte.

Alfred obedeció, era lo mejor para su cuerpo, pero esas palabras le hacían estar de mal humor.

-¿Que me relaje? -su voz mostraba lo irritado que estaba-. Me habéis sacado a la fuerza y no me dais ninguna explicación. No sé cómo están mis amigos ni nada. No puedes pretender que me relaje.

El hombre le miró impasible, dejándole que se expresase como quisiera. Alfred no tenía mucho más que decir, quería escuchar las respuestas.

-Bien, soy Helmer -se presentó, aunque el chico ya había oído su nombre-. Te hemos traído aquí porque te necesitamos. Te he visto en mis sueños -explicó.

-¿Eres vidente?

-No -negó-, pero ha sido una suerte que esto haya ocurrido. Pensaba que eras un mito, que solamente estaba viendo a tu padre de joven...

-¿Mi padre? -interrumpió.

-El rey Orson.

Alfred boqueó, paralizado. Esa broma era demasiado buena. 

-Yo nací en un burdel, soy hijo de alguna prostituta. Tus sueños se equivocan.

-No se equivocan -insistió-. Tu padre consiguió sacarte del castillo de alguna forma y acabaste en ese burdel.

-Lo siento, pero no -continuó Alfred-. No puedo creer que me hayáis sacado a la fuerza de Idonna solo por un estúpido sueño.

-¡No es estúpido! -exclamó Helmer-. Eres tú. Desde que Gideon te descubrió hemos estado investigando sobre ti. Tienes alma de líder, todos te conocen y hablan bien de ti. Incluso tus enemigos te admiran.

-Me da igual todo eso -repuso-. Un momento -dijo, cayendo de pronto en algo-, ¿el asesinato de los guardias fue una trampa para llevarme hasta el bote?

Helmer calló, diciéndolo todo. Alfred se puso en pie, desoyendo cualquier consejo y recorrió la sala con la mirada, analizando las salidas. La estancia era grande, con una gran mesa en el centro y algunos muebles a su alrededor. También había un fuego encendido y un hombre a su lado cocinaba, dándole la espalda. Seguramente ese lugar hiciera la función de comedor y cocina. Tan solo había dos salidas: la principal, un pequeño pasillo que daba a una cueva más grande, y el agujero del techo. Este último quedaba descartado, no había forma de subir, y si trataba de ir por la salida principal alguien le interceptaría.

-¿Qué queréis de mí?

-Eres el auténtico rey.

-¿Y qué hago con eso? ¿Magia? -se burló-. No hay forma de demostrarlo, es tu palabra contra la del rey Valdus, y no creo que él vaya a cederme el trono tan fácilmente.

El auténtico reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora