El campamento estaba muy activo. Era la mañana de la batalla y todo el mundo tenía algo que hacer. Desde dentro de la tienda Alfred oía todo, pero no tenía ganas de salir. Estaba solo, después de lo ocurrido en el bosque habían vuelto al campamento y, tratando de disimular un poco, Mal se había ido a su tienda. Le habría gustado amanecer junto a ella, como cuando estaban en el burdel, pero la situación era muy diferente. Debían prepararse para una guerra, ya habían tenido su momento en el bosque y, si todo salía bien, tendrían muchas oportunidades.
-Buenos días, mi rey -Caleb entró en la tienda sonriente-. Vaya, estás despierto.
-Sí... -murmuró Alfred.
-¿Has podido dormir? -parecía preocupado.
-Sí -repitió, incorporándose-. Tranquilo, es solo que... -calló, no sabía bien cómo expresarse.
-Lo sé -suspiró él.
Una de las cosas que más le gustaban de Caleb era que fuera sincero. No iba a mentirle diciendo que todo saldría bien, no podía asegurar que sus palabras se fueran a cumplir.
Su amigo se sentó en el camastro junto a él y ambos permanecieron así, en silencio y planteándose lo que iba a ocurrir. La armadura, una brillante pieza metálica que los condes le habían dejado a Alfred, relucía en uno de los rincones de la tienda.
-Supongo que debería ponérmela -dijo Alfred, incapaz de dejar de observarla.
-¿No quieres comer nada primero?
-No.
Caleb asintió.
-Entonces te ayudo -se ofreció.
Los dos se pusieron en pie y empezaron a preparar todo. Sobre los pantalones y la camisa Alfred tuvo que colocarse el gambesón, una pieza acolchada que servía para evitar los roces de la armadura. Después vino la pechera, ajustada con las correas, y en ella se engancharon las hombreras, las cuales Alf tuvo que sujetar mientras Caleb las ponía. Al parecer su amigo llevaba despierto un buen rato y se había dedicado a ayudar a todo el mundo a ponerse la armadura, de ahí que se supiera tan bien lo que debía hacer. Una vez que los brazales, las botas, las grebas y la coquilla estuvieron en su sitio, Alfred salió, llevando el casco en la mano.
Todo el mundo caminaba de un lado a otro, preparando el plan y la batalla. El ajetreo que había escuchado desde el interior de la tienda no era nada en comparación con lo que había en el exterior. En cierto modo Alfred deseaba que las cosas fuesen mucho más sencillas, poder pelear directamente contra Valdus y omitir esa guerra y las bajas que iban a sufrir ambos bandos.
Siguieron caminando y a Alfred el alma se le cayó a los pies. Fred estaba despidiéndose de Kendal, ambos ya listos para la lucha. El pequeño llevaba solamente una cota de malla, cualquier otra vestimenta le quedaba grande y, al menos, eso le cubría entero. Hablaba con su padre, quien le dejaba unos últimos consejos. Habían acordado que todo el que pudiera debía hacer algo, de modo que habían puesto a los niños de apoyo con las catapultas. Serían los primeros en huir si la batalla se torcía, pero podían morir mucho antes de llegar a ese punto.
Al verles, Fred dio un último abrazo a Kendal y se unió a ellos. El crío también se marchó, buscando su grupo de combate, no sin antes dedicarles un saludo con la mano.
-No digas nada sobre esto -se adelantó Fred al ver la cara que tenía Alfred-. Es lo correcto.
Él asintió, aunque no estaba conforme. No obstante, si su padre lo permitía, no iba prohibirlo.
-Deberíamos comer algo -dijo Caleb, cambiando de tema, aunque no fue bien recibido.
Directamente fueron a la tienda principal, donde terminaron de ultimar los detalles. No había mucho más que añadir, simplemente confirmar qué cosas se estaban haciendo y cuáles no pero debían hacerse.
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El auténtico rey
AçãoCon gran habilidad para los negocios, Alfred se ha convertido en uno de los hombres más influyentes de los callejones de Idonna, la capital del reino, llegando a pronunciarse su nombre entre las altas esferas. Criado en un burdel, Alfred está acostu...