Capítulo 31 - Consecuencias de la guerra

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La batalla había acabado. 

Ya no quedaba nadie luchando, era el momento de atender a los heridos, contabilizar los muertos y encerrar a los prisioneros. 

El ejército de Valdus se había rendido al ver como el plan de su enemigo había consumido la mayoría del ejército. Para ellos no merecía la pena luchar y morir, eran soldados y muchos estaban allí obligados. Ni siquiera estaban contentos con el gobierno de Valdus, pero era el trabajo al que habían podido optar. Aun así, había que decidir qué hacer con ellos exactamente, no podían tomarse a la ligera que habían traicionado a un rey, con lo que los estaban encadenando hasta que hubiera un veredicto claro.

Mal caminaba entre los cadáveres y los heridos, ya sin gran parte de su armadura. Su pelo negro ondeaba al viento mientras trataba de dar con Alfred. Nadie había sabido nada del rey desde que comenzó la batalla, solamente algunos le habían visto luchar, pero no todos eran capaces de ponerle rostro. Además, aunque diera la descripción, el casco ocultaba el pelo y la cara del chico, así que era como si no dijese nada. Era desesperante, no quería pensar en que le había perdido, no después de todo lo que se habían dicho. Le daba igual ser reina, todo lo que quería era estar junto a él ahora que sabía que el sentimiento era mutuo. Quería una vida a su lado.

Continuó investigando, aprovechando para ver quien seguía vivo. Encontró a algunos con partes de sus cuerpos cortadas, brazos y piernas en su mayoría, que aún tenían una posibilidad de sobrevivir si sus heridas se trataban. Eso relentizaba su búsqueda, no debía entretenerse tanto en llamar a alguien para que les atendiera, pero no podía dejarlos ahí de una forma tan egoísta. También encontró a gente que no había tenido tanta suerte, como a uno de los niños que se estaba ahogando con su propia sangre. La flecha le había perforado la garganta y apenas podía respirar. Tenía que ahorrarle el sufrimiento, con lo que no dudó en sacar una pequeña daga y rajar su garganta, terminando con su vida. La sangre del niño se mezcló con sus lágrimas cuando estas cayeron sobre su pequeño cuerpo inerte. Ella tampoco quería que hubiera niños en la batalla, pero era necesario, ya no solo por el plan que habían trazado, sino porque para ellos sería mejor morir en batalla que morir en una celda. El problema era que no se habían parado a pensar en el sufrimiento innecesario de esos niños si salían victoriosos, como había resultado ser el caso. Nadie lo había reconocido antes, ni siquiera ella misma había querido decirlo en voz alta, pero ahora se daba cuenta de las pocas esperanzas que tenían de ganar esa batalla. 

-¡Malory!

La muchacha se giró, encontrándose con Caleb. Su primera reacción fue poner una mueca de desagrado, pero la expresión del hombre le indicaba que era mejor ahorrarse su mal humor.

-¿Qué ocurre? -preguntó.

-Alfred.

Mal echó a correr, siguiéndole hasta más allá del muro de fuego. Lo habían apagado para evitar ocasionar un incendio en el bosque, pero la marca quemada sobre la tierra indicaba que se había extendido bastante más de lo esperado. 

Caleb se detuvo y Mal miró a su alrededor, encontrándose con varios cuerpos tirados en el suelo. Reconoció a Helmer, abatido por las flechas, y las lágrimas volvieron.

-No... -susurró.

-¡Malory!

La muchacha apartó la vista y se dirigió hacia Caleb, pero fue incapaz de dar un paso más. 

Él estaba junto al cuerpo de Alfred. El chico tenía la armadura ensangrentada y no se movía.

-¡No! -sollozó, corriendo hasta él cuando por fin pudo reaccionar.

-Está vivo -la calmó Caleb-, aún respira, pero es muy débil.

-¡Busca ayuda! -rugió.

Normalmente Caleb no habría reaccionado bien ante esas palabras, pero en esa ocasión obedeció. Malory permaneció junto a Alfred, desabrochándole la armadura para que pudieran atenderle mejor lo antes posible. Era complicado, no quería moverle mucho en su estado, pero trató de hacerlo con la mayor calma posible. Caleb no tardó en llegar con la ayuda y varias personas más, entre ellas su padre, quien la hizo levantarse y apartarse de allí.

El auténtico reyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora