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Dedicado a Ash (LA JIRAFA): porque fue quien vio mi primer borrador desastroso.

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La desesperación invadió su cuerpo como una tormenta que arrasa con todo a su paso. Miro sus piernas, descubiertas y llenas de raspones, sus manos que antes eran decoradas por brillos de colores. La mujer volvió a abrir su boca para hacerlo que llevaba días haciendo.

— ¡Oh Dios, por favor déjame salir! ¡por favor! ¡tengo una familia, tengo un hogar, tengo hijos! No me hagas daño ¡auxilio! — su voz agrietada raspaba su garganta con cada suplica, todo su pequeño cuerpo en tensión, pero, aun así, encogido del miedo. —Te lo ruego, no me hagas daño. —continúo gritando a la persona frente a ella, aparto su cabello de sus ojos para alzar la vista y soltó un sonido ahogado.

La figura al otro lado de las barras la miraba, ¿su expresión? No alcanzaba a ver por su vista borrosa por las lágrimas, además a ella no le importaba, no le importaba que emoción cruzaba su cara. Siguió suplicando mientras las lágrimas caían, resbalaban por su perfilado y ahora sucio rostro, y eran remplazadas por otras nuevas:

— ¿Dinero? ¿e-es eso lo que quieres? Puedo darte dinero, enserio, millones de dólares, tómalo todo, pero te lo suplico, déjame irme. — a este punto, sus labios estaban rojos de tanto mordérselos al igual que su nariz por el llanto. No se dio cuenta de que estaba arrodillada hasta que sintió el frio suelo contra sus rodillas magulladas. Su falda se levantaba un poco, pero no le importaba, estaba dispuesta a darlo todo.

— Solo...— dijo en una voz derrotada, con la cabeza gacha mientras colocaba el puño en el suelo, como si su intención hubiese sido lanzar un golpe, pero se había retractado— déjame ir. — añadió con la voz rota.

Miro al hombre sentado en la silla frente a ella a través de su pelo castaño tan oscuro que fácilmente era confundido por negro. Estaba cerca, ya que al arrodillarse había caído cerca de las barras de la celda. En esa ocasión, sus ojos cristalizados y levemente hinchados pudieron distinguir la emoción que cruzaba la cara del hombre claramente:

Horror.

Un horror de lo más profundo.

Y eso a ella le provoco satisfacción.

Así que sonrió. Se levantó y puso ambas manos sobre los barrotes y pego la cara tanto como le era posible por el metal, mirando al hombre atado a la silla encerrado en la jaula. Sus labios se estiraron tanto que la piel reseca de estos se rompió, y unas finas líneas de sangre le goteaban de la barbilla. Enseñó todos sus dientes, blancos y grandes, al hombre y cuando este se encogió de miedo, no pudo evitar la carcajada maquiavélica que salió de su garganta.

— ¿Qué tal lo hice, director? Puse mi mejor esfuerzo en interpretarlo a usted — hizo una pequeña pausa para inclinar su cabeza a la derecha, casi con inocencia— ¿ya si me dejara estar en su película? — dijo todo esto sin perder la sonrisa. Mientras empezaba a moverse, apoyada en la parte superior del pie, como si estuviera usando unos tacones imaginarios. Se movía con elegancia, como si estuviera en la alfombra roja, en vez de en un lugar oscuro, sucio y mugroso.

El hombre grito, intentando inútilmente, moverse, ¿Quién lo iba escuchar o ayudar en aquel sótano en un campo desolado?

La miro caminar, pero sin atreverse a mirarla a los ojos. El hombre recuerda haberla visto. Recuerda vagamente su primera impresión cuando la vio: "¿Rostro? Muy fácil de olvidar. ¿Cuerpo? Demasiado delgada. No es lo que busco" ¿Si tenía talento? No lo sabía, ni siquiera la dejo audicionar. No se parecía en nada a lo que él quería que fuera la protagonista, así que la descarto de inmediato.

— Oh Stan- ¿puedo llamarlo Stan, cierto? - que grave error cometió. — la voz de la mujer sonaba casi realmente apenada. Casi. — debió elegirme a mí como su estrella principal, ¿no lo cree? Soy perfecta para el papel. — de sus labios sangrantes salió un suspiro, y dejo de caminar de un lado a otro para mirar a los ojos al hombre de aspecto sucio, atemorizado y cansado — que lastima que ya no abra película.

El hombre quiso hablar, de verdad que quiso, gritar, a quien sea, aun cuando era inútil, casi esperaba que como en las películas, de alguna forma lo rescataran.

Pero eso no sucedió. Se quedó en silencio, porque había aprendido que era mejor quedarse callado para no provocarla. A su vez, clavo sus uñas fuertemente en la palma de su mano, dejando unas media lunas rojas en ella.

Seguido, su secuestradora llevo su mano a su camisa blanca y sucia, a la altura de su pecho y de allí saco una llave. La inserto en la cerradura el mismo tiempo que decía para sí misma, pero con suficiente volumen para que el hombre escuchara:

— Luz, cámara, acción.

Una mano sucia se estiro hacia él y un par de ojos marrones lo miraban con diversión. En el momento en que vio los dedos bailando frente a su cara, su miedo lo venció, nublo su mente y grito. Ahora era el quien suplicaba nuevamente. Su garganta, que había dejado de protestar desde hacía tiempo, no tomo con aprecio la repentina acción.

La pesadilla había comenzado. Y los gritos no faltaron.

Pero de esta no había manera de zafarse. No había botón de pausa o de retroceder. Porque la vida sigue y sigue. Y no para por nada ni nadie.

Se abrieron investigaciones, pero la policía jamás llegaría a dar con el paradero del director. Su cuerpo nunca seria hallado, de eso ella se había hecho cargo.

Lo que nadie sabe es que, irónicamente, vivió una escena de película de terror hasta el final. Justo como las que el solía crear.

K.R


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