Hipón

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Nos enseñaron Castes de arriba a abajo. Sus calles, su gente, sus rincones más bonitos... todo. Había quires por doquier vigilando cada esquina de Castes. Bruno nos explicó que era por la chica que habían detenido, seguramente. Yo seguía sin saber qué es lo que me había dicho, pero pude escucharla. Podía sentir entre temor y curiosidad. ¿Por qué yo sí pude escucharla y ellos no? ¿Por qué a mí me dolió la cabeza y a ellos no? Miré a Bruno y, en un momento de despiste, le cogí del brazo y le hice que parase para poder hablar con él tranquilamente. Le pregunté si tenía conocimiento alguno sobre poderes mágicos y dijo que sí.

- ¿Y de alguien que los tenga de nacimiento? - Pregunté nuevamente.

- Claro, todo mago tiene poderes desde que nace. Sólo que hasta que no obtienen la varita no los terminan de desarrollar. - Explicó brevemente.

- Vale... - arqueé una ceja. - pero no. - Negué con la cabeza. - Me refiero a poderes sobre la naturaleza, que puedas controlar los elementos de la naturaleza... - intenté expresar.

Él me miró muy serio, como si no entendiera lo que le quería decir pero, mirando a todos lados, me dijo al oído que eso era un mito. Que no existe nadie que pueda controlar los elementos de la naturaleza. En ese momento carraspeé y sonreí levemente mirándole.

- No. - Se echó hacia atrás.

- A ver, es que... el único que lo sabe es Mirko... - Miré a Mirko a lo lejos.

- ¿Y los controlas? - Preguntó interesado.

- No, la verdad, es que nada. Me sigue asustando. - Suspiré.

Bruno frunció el ceño mirando al suelo mientras hacía pequeñas muecas con la boca. De un silbido llamó a Mirko, el cual acudió como perro a su dueño. Le preguntó a Mirko sobre mis poderes y él respondió que estaba igual de impresionado que yo. Nunca había visto nada igual, a lo que Bruno volvió a preguntar cuáles eran los poderes y mirando a Mirko contesté que eran, cuanto menos, curiosos.

- ¿Cómo de curiosos? - Nos miró a ambos.

- Empezamos porque toco la tierra y salen brotes de hierba. - Le miré empezando a enumerar.

- ¡Y no te olvides de cuando cambiaste el agua de un lago a magenta! - Dijo ilusionado Mirko un poco más alto de lo normal.

Bruno le cogió de la cabeza y le tapó la boca mirando a todos lados. Le advirtió que no debía decirlo muy alto, ya que podían escucharlo algunos quires y podrían pensar que estamos locos. Asentimos Mirko y yo mirando a Bruno. Él nos apartó un poco de estar en medio de la calle, nos metió en un callejón y nos dijo que me podría ayudar a controlarlos e incluso saber si tengo alguno más. Él conocía a alguien que sabía sobre esos poderes y podría instruirme.

Al día siguiente nos llevó por un camino escondido en medio de la naturaleza. Pasamos por un túnel con un vagón de tren abandonado hasta llegar a una pequeña cabaña al final del camino, junto a un montón de madera. Llamó a la puerta y una chica jovencita abrió la puerta muy poco. Asomó un ojo preguntando quiénes éramos y qué es lo que queríamos. Bruno se arrimó a la puerta y susurró algo, no llegué a escucharlo pero bastó para que la chica abriera la puerta de par en par y nos dejara entrar. Por fuera era una cabaña pequeña, de no más de 30 metros cuadrados, pero por dentro era una mansión. La chica nos ofreció algo de beber y comer, cosa que rechazamos Bruno y yo, no obstante, Mirko estaba muerto de hambre. Nos sentamos en el salón los tres juntos y la chica frente a nosotros. Había un silencio bastante incómodo y empecé a mirar toda la casa.

- ¿Es él el de los poderes? - Señaló la joven a Mirko.

- No, no. - Negó Bruno. - Ella. - Me señaló.

La chica arqueó una ceja mirándome de arriba a abajo sonriendo levemente.

- Curioso. - Asintió. - Cuéntame qué puedes hacer. - Me miró fijamente mientras cruzaba las piernas.

- Pues... - tragué saliva. - puedo... digamos que crear vida si toco tierra. Es decir... - miré mis manos.

- Sale hierba de tus manos, hongos o algo por el estilo, ¿no? - Me miró. Yo asentí. - ¿Algo más? - Curioseó.

- Bueno, pues el agua... como que tiene poderes curativos y cambia de color. - Expliqué brevemente.

Ella se levantó de un salto casi y se agachó frente a mí. Me miró a los ojos cogiéndome de las manos mientras me decía que ella era capaz de ayudarme a controlarlos y a descubrir alguno más, si es que lo había. Cogida de mis manos, me levantó y me llevó a lo que sería un sótano. Pude ver que tenía muchas cosas que no sabría decir que son ni en un millón de años. Me dejó frente a una maceta cuadrada y baja con tierra. Me pidió que me arrodillara y pusiera las manos en ella. Así lo hice y empezaron a brotar pequeñas hojas de hierba. La chica quedó impresionada. Acto seguido me dio una toalla para limpiarme y me condujo hacia un caldero con abundante agua. Volvió a rogarme que pusiera las manos en ella. Lo hice pero el agua únicamente cambió de color a magenta. Se quedó alucinando, cogió un cuchillo que tenía a mano, se hizo un corte e introdujo la mano dentro del caldero. El agua seguía magenta con mis manos dentro del perol. La joven sacó la mano, haciendo lo mismo tras ella, y vio cómo el corte que se había hecho ya no estaba. Se había curado. Me volvió a mirar y, con una sonrisa de oreja a oreja, me dijo que estaría encantada de ayudarme.

- Por cierto, soy Hipón. - Me tendió la mano.

- Olya. - Me presenté estrechandole la mano.


Llevábamos cinco días ya con Hipón en su pequeña gran cabaña practicando cómo controlar mis poderes. Saber cuándo y cómo debo usarlos. Al principio fue complicado, porque me ponía nerviosa al ver que tenía tanta supremacía en unas manos tan pequeñas pero lo logré. Ahora cada vez que me metía en el agua no se ponía de color magenta, ni sanaba heridas salvo que yo quisiera que fuera así. Lo mismo pasaba con la tierra: no creaba vida, si no quería. Podía andar descalza por el pasto sin hacer florecer margaritas ni hongos. Era bastante satisfactorio para mí poder controlarlos, ya que, hasta el momento, no sabía que podía hacer eso.

- ¿Algo más puedes hacer? - Se cruzó de brazos mirándome.

- No tengo ni idea. - Me encogí de hombros.

- Bien, veamos... - frunció el ceño. - Sopla aquí. - Cogió una vela encendida y la puso a un metro de mí. Soplé pero no pasó nada. - Vaya, pensé que podrías controlar el viento también. - Suspiró y dejó la vela.

Miró toda la habitación y estuvo buscando un cubo de metal, el cual encontró sin ningún tipo de problema. Lo llenó de papeles y madera.

- Intenta quemarlo. Como sea. - Ordenó.

La miré preocupada.

- No sé cómo hacer eso. - Miré el cubo metálico.

- Piensa... algo que te ponga muy muy feliz. Un recuerdo que tengas muy presente. - Sugirió.

- No recuerdo nada de mi infancia. Me desperté un día cerca de un riachuelo, seguí a un gato que me llevó a una aldea donde conocí a Leander, el que me habló de Albra y, bueno, entre otras cosas, acabé conociendo a Mirko y ahora estamos aquí. - Resumí.

- Sí, sí, perfecto resumen pero, ¿cómo es que no recuerdas nada de tu infancia? - Volvió a cruzarse de brazos interesada.

- No. Hay veces que tengo algunos ''recuerdos'', por así llamarlos. - Me encogí de hombros. - Veo correr a gente porque la lava viene a toda velocidad. - Expliqué.

Hipón miró a Bruno y se quedaron ambos petrificados. Me pidieron que nos sentáramos en un sofá que había ahí cerca y le explicara con detalle el sueño. Lo hice y, para mi sorpresa, volvieron a mirarse en silencio y con los ojos como platos. 

OlyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora