Capítulo 8

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El 1 de septiembre, estoy abrazada con desesperación a mi niña en la puerta de casa.
Primero mis amigas, y ahora ella. 
¿Qué voy a hacer un mes y medio sin ella?
Konan me observa desde el taxi, mientras Sasori repite por décima vez frente a mí:
—Te juro por mi vida que la voy a cuidar mejor de como la cuido aquí todos los días.
Asiento. Sé que va a ser así.
Entonces, mi niña me mira y pregunta:
—Mami, ¿qué paza?
Sonrío y le pido:
—Dame un mua muy... muy grande.
Ella me agarra del cuello y me lo da. 
Creo que me ha tronchado alguna cervical, pero no importa, quiero ese mua tan grande.
Cuando se separa de mí, la observo durante unos segundos. Me parece que estoy montando un drama, pero, como no estoy dispuesta a que mi niña se angustie por cómo me siento yo, sonrío y respondo: 
—Prométeme que vas a ser buena con papá y Konan y les vas a dar muchos muas a los abuelos de Japon.
Ella asiente. No puedo ni imaginar qué pasará por su cabecita, pero sonríe.
Sarada, con su vestidito rojo y sus dos coletitas, me mira y replica:
—Mami, uego veno, ¿vale?
Asiento... Asiento como una tonta, y sasori, al ver que voy a echarme a llorar, coge a la pequeña en brazos y dice:
—Vamos, dale un último mua a mami, que nos vamos.
Mi niña vuelve a abrazarme y me besa.
Sentir sus bracitos alrededor de mi cuello hace que no quiera soltarla, pero al ver el rostro de sasori, intento sonreír y, tras besarla por enésima vez, repito:
—Pórtate bien, cariño.
—Vale, mami.
Dicho esto, Sasori me da dos besos en las mejillas y camina hacia el taxi con mi pequeña en brazos. Se montan y se van mientras yo digo adiós con la mano y siento cómo las lágrimas corren por mi cara.
Cuando el taxi desaparece de mi vista, me vuelvo, camino hacia el portal y, de allí, a la puerta de mi casa, abro y entro. Sin pararme, voy hasta la cocina, donde cojo un vaso de agua y bebo.
Necesito reponer todo el líquido que estoy soltando por los ojos. Madre mía, qué berrinche que tengo.
Vamos, ¡ni que no fuera a ver a mi niña nunca más!
Diez minutos después, con la nariz como un tomate, decido acabar con el drama. Enciendo el equipo de música y pongo a Beyoncé. Escucharla siempre me hace ponerme a bailar, pero lloro más mientras bailo, pues recuerdo cuando lo hago con Sarada.
De pronto noto que el móvil, que llevo en el bolsillo trasero del pantalón vaquero, vibra. Un mensaje.
Tengo carne asada al horno; ¿te apetece?
Es Sasuke, pero estoy tan negativa y desganada por la marcha de mi pequeña, que respondo:
No
Una vez envío el mensaje, me voy hipando al baño. Necesito una ducha, a ver si me tranquilizo.
Media hora después, cuando salgo vestida con una camiseta y unos pantalones cortos al salón, Beyoncé sigue cantando. Entonces oigo unos golpes en la puerta cerrada de la terraza.
Sorprendida, camino hacia allí y, al retirar la cortina, me encuentro con Sasuke.
Abro la puerta de inmediato y, antes de que pueda decir nada, él me coge del brazo y, sentándome en una silla de la terraza, dice con rudeza:
—Sé que hoy se ha ido Sarada y la echas de menos. ¡Come!
Yo lo miro boquiabierta. Pero ¿dónde tiene la delicadeza ese hombre?
En un momento así, lo que una espera es que la abracen y la mimen, no que te sienten ante un plato enorme de comida y te digan «¡Come!».
Sasuke se sienta frente a mí con su plato y, señalando el mío, insiste:
—Vamos, come.
Como una tonta, cojo el tenedor y hago lo que me pide. Mastico en silencio, cuando de pronto oigo la risa de un niño que pasea con sus padres por la playa y, soltando el tenedor sobre el plato, hago un puchero.
Bueno..., bueno, ¡que voy a llorar otra vez!
Sasuke deja de comer. Con gesto serio, me mira y, señalándome con un dedo, susurra:
—Ni se te ocurra.
Pero mis ojos, que son como las cataratas del Iguazú, se desbordan. A continuación, lo miro anhelando cariño y, en un tono de voz que no me reconozco, digo:
—¿Quieres hacer el favor de darme un abrazo, que lo necesito?
No pasan ni dos segundos cuando el gigantón me lo da. De pie, en mi terraza y delante de la básica mesa que ha organizado él saltando de su apartamento al mío, dejo que las lágrimas corran por mi cara, mientras Sasuke parece que me saca el aire con sus golpecitos en la espalda. Al cabo de un rato, yo misma decido recuperar el autocontrol y, separándome de él, digo:
—Gracias. Ya estoy bien.
Me siento de nuevo en la silla a la espera de que me diga algo cariñoso pero, al ver que no tiene intención de hacerlo, lo miro y le ordeno:
—Siéntate y come.
Sasuke obedece y se sienta. Yo empiezo a comer y, al comprobar que él no lo hace, lo miro e, intentando sonreír y no continuar con el drama, pregunto:
—¿Acaso lleva veneno el asado?
Mi broma lo hace reír.
—Lloras, ríes... ¿Cómo puedes hacerlo todo en tan poco espacio de tiempo?
Me hace gracia oír eso y, encogiéndome de hombros, murmuro:
—Porque soy mujer y soy capaz de hacer más de una cosa a la vez.
Mi respuesta le hace soltar una carcajada, y a partir de ese instante ya no paramos de reír.
Acabada la comida, Sasuke propone ir a dar un paseo por la playa.
Acepto.
Caminamos por la arena, al principio en silencio, hasta que, consciente del detalle que ha tenido en no dejarme sola y sumida en mi pena, lo cojo de la mano y digo:
—Gracias por salvarme de morir ahogada en mis lágrimas.
Él me mira. Rápidamente suelta mi mano y yo murmuro divertida:
—Oye..., que no tengo la peste, y tampoco te estoy pidiendo que te cases conmigo. Simplemente te estoy dando las gracias por tu amistad.
El Caramelito clava sus oscuros ojazos en mí. ¡Madre mía..., madre mía!
Y, antes de que pueda hacer absolutamente nada, me carga sobre su espalda otra vez como si fuera un saco de cebollas y acabamos los dos en el agua entre risas.
Pasan tres días. Tres días en los que llamo a Sasori para saber cómo está mi niña y puedo comprobar por su vocecita que está bien. Muy bien. Durante esos días, Sasuke se comporta como un amigo. Paseamos por la playa sin rozarnos —no sea que le pegue algo—, vamos al cine e incluso damos una vuelta en su moto; ¡qué maravillosa sensación!
Su compañía, a falta de la de mis amigas y Sarada, me reconforta mucho y, deseosa de tener un bonito detalle con él, tras comer juntos, cuando él se marcha, pues ha quedado con unos amigos para tomar unas cervezas, voy al supermercado para preparar una increíble cena para los dos.
Durante horas, me esmero en preparar de primero un cóctel de gambas, de segundo, solomillo de cerdo ibérico con salsa de setas, y de postre preparo unas increíbles copas de mascarpone con frutos rojos.
¡Mmmm..., qué buenas están!
Como él hizo por mí, salto de mi terraza a la suya, preparo una bonita mesa, abro una botella de buen vino y me siento a esperarlo mientras observo cómo el sol se pone y la noche llega.
A las nueve, oigo que se abre la puerta de la casa. Perfecto. Lo tengo todo preparado.
Durante varios minutos espero a que encienda la luz del salón, pero al ver que no lo hace, me extraño. Llamo con los nudillos a la puerta cristalera y, cuando Sasuke abre, señalo con una sonrisa el vino que tengo sobre la mesa.
—¡Sorpresa! —exclamo—.Prepárate, porque he hecho una cena que te vas a chuperretear los dedos de las manos y, si me apuras, creo que hasta los de los pies.
Él me mira. Veo asombro en su mirada, y entonces, de pronto, una pelirroja aparece y yo no sé dónde meterme.
¡Tierra, trágame!
Sasuke habla con la chica y, cuando ésta desaparece dentro del salón, lo miro y murmuro poniéndole un dedo sobre los labios para que no hable:
—Lo siento..., lo siento... Ya me voy..., me voy.
Y, sin darle tiempo a decir nada, salto a mi terraza y, con una fingida sonrisa, le guiño un ojo y añado señalando la mesa:
—Aprovecha el vino: es muy bueno.
¡Hasta mañana!
Una vez desaparezco en mi salón, me tapo los ojos.
Madre mía..., madre mía, ¡qué cagada!
Pero, vamos a ver, ¿cómo puedo ser tan tonta? ¿Acaso esperaba que guardara luto porque mi hija está de viaje?
Maldigo, refunfuño y, no dispuesta a quedarme allí para asistir al festival de gemidos de siempre, cojo mi teléfono y llamo a kakashi, el hombre que conocí en casa de Hinata y Naruto, y quedo con él para cenar.
Cuando regreso a casa son las seis de la mañana. He pasado una noche estupenda con kakashi, que hemos rematado en un hotel. Sonriendo, abro la puerta de mi apartamento y, sin ganas de pensar, me desnudo y me meto en la cama. Estoy muerta.
Al día siguiente, cuando estoy recogiendo la casa, oigo música en el apartamento de al lado. Pongo la oreja pero no la reconozco. ¡Qué música más rara escucha mi vecino!
Media hora después, cuando voy a liarme en la cocina, llaman a la puerta.
Con sigilo, me acerco hasta ella, echo un vistazo por la mirilla y veo que es Sasuke. Sin embargo, estoy tan abochornada por lo ocurrido la noche anterior que no le abro. Simplemente me quedo quieta y espero que él regrese a su casa. A partir de ese momento, no hago ruido. No quiero que sepa que estoy en casa.
A las siete recibo un mensaje. kakashi, que me propone salir otra vez. Sin duda le gustó el final feliz y, como a mí también me gustó, decido repetir. ¿Por qué no?
A las nueve menos cinco, ya estoy lista. Me he recogido el pelo en un moño informal y me he puesto un vestido negro con escote en uve y unos sexis zapatos de tacón.
Evito pensar en Sarada: si lo hago, me tiembla la barbilla, y no, no quiero que eso ocurra.
Estoy poniéndome unos pendientes largos cuando suena el timbre de la puerta.
Al atisbar por la mirilla, veo a Sasuke. Me entran los siete males, pero sé que tengo que abrir. Debo asumir lo que ocurrió, por lo que, sin dudarlo, abro con la mejor de mis sonrisas y, al ver cómo me mira, le pregunto:
—¿Voy bien?
—Sí. ¿Adónde vas?
Joder..., anda que dice algo galante como «Estás guapa» o «mona» o «elegante». Pero, como no me apetece comerme la cabeza, respondo:
—Tengo una cita.
Él asiente y, después de un silencio, dice:
—Oye..., con respecto a lo de...
—Ay, Dios..., no tienes que decir nada, ya cenaremos otro día, y en cuanto al vino, ¡espero que os gustara!
Sasuke me observa. Como siempre, su mirada me inquieta.
—Sí. El vino estaba muy bueno, pero...
—No..., no..., no..., no hay peros que valgan, y no quiero hablar sobre eso. Lo importante es que lo pasaras bien con esa pelirroja y punto —lo corto y, tras coger el bolso, indico mirando mi móvil 
—Tengo prisa.
Sasuke se echa a un lado para que yo salga por la puerta. Una vez en el rellano, cierro con llave y, con una sonrisa, me despido y no vuelvo a mirarlo. No puedo.
Esa noche, kakashi me lleva a cenar a un precioso sitio y, luego, decidimos tomar algo en un local de moda, donde, tras varios besos, lo invito a mi casa.
Estar sin pareja y no tener a mi hija conmigo me da vía libre. kakashi accede encantado a mi proposición.
Una vez en mi apartamento, kakashi vuelve a besarme. Besa muy bien, y yo le respondo gustosa. Quiero sexo. Con ciertas prisas, nos desnudamos. Pantalón por aquí, camisa por allá, vestido por ahí y, cuando llegamos a mi habitación, ya estamos prácticamente desnudos. Por precaución, aunque tomo la píldora, digo:
—Si no tienes preservativos, yo sí.
kakashi sonríe, saca cuatro de su cartera y yo afirmo mientras lo beso:
—Perfecto.
Como la tigresa que soy cuando me pongo, una vez se coloca el preservativo, lo empujo sobre la cama y me siento a horcajadas sobre él para dirigir el momento. Durante varios minutos nos besamos, nos tocamos, nos calentamos y, cuando la impaciencia nos puede, agarro su pene con la mano y, acercándolo a mi húmedo sexo, poco a poco hago que entre en mí. El placer es increíble, y no paro de moverme en busca de mi propia satisfacción.
Siento a kakashi temblar, sin duda lo que hago lo excita tanto como a mí. Sus manos me agarran por la cintura y con un rápido movimiento me tumba en la cama para colocarse él encima, y entonces sonrío al oír que dice:
—Ahora dirigiré yo.
Cierro los ojos y me dejo llevar pero, al hacerlo, es el rostro de Sasuke es el que veo, y no hago nada por evitar pensar en él. Sé muy bien que quien está conmigo es kakashi, pero me gusta imaginar otra cosa y, como la imaginación es libre y en ella mando yo, ¿quién me lo va a prohibir?
Tras ese primer asalto, llega otro más y, cuando el tercero se origina en la ducha, lo disfruto, sin querer pensar si nos oyen o no. ¿Qué me importa eso?
A las cinco de la madrugada, en el momento en que el peliplata de kakashi se marcha, salgo a despedirlo ataviada sólo con una camiseta. Nos besamos en la puerta y, desde allí, lo veo alejarse hasta el portal, donde sale y desaparece.
Luego, con una sonrisita en la boca, cierro la puerta de mi apartamento.
Acalorada, abro la nevera y cojo una botellita de agua fresca para beber.
Estoy sedienta.
A continuación, cruzo el salón a oscuras, abro la puerta de la terraza y, al salir, me quedo sin habla al ver a Sasuke sentado en la suya a esas horas de la madrugada. Nuestras miradas chocan, y él pregunta con voz ronca:
—¿Habéis terminado ya?
Incrédula por su indiscreta pregunta, tanto que creo que no lo he oído bien, inquiero:
—¡¿Qué?!
—Que si se han acabado los r u i d i t o s por hoy —insiste con impertinencia.
Anda, mi madre, ¡pero ¿de qué va éste?! Y, con la misma chulería e indiscreción que él, afirmo:
—Por esta noche, sí.
Su gesto me hace gracia. Pero ¿qué le pasa? Y, dispuesta a ser tan impertinente como él, añado:
—Oye, pero ¿de qué vas? Otras veces yo te he oído a ti con tus preciosas pelirrojas y nunca me he quejado. ¿Por qué te quejas tú?
—¡¿Que me has oído?! —veo que pregunta sorprendido.
Asiento y, con una maléfica sonrisa por el par de copichuelas que llevo de más, cuchicheo:
—Claro que sí. Infinidad de veces.
Ahora el que parece incómodo por la conversación es él, que, tras levantarse, se apoya en la barandilla de su terraza frente a mí y gruñe:
—Y, si me oías, ¿no puedes pensar que yo también puedo oírte a ti?
Parpadeo. Éste es tonto y en su casa no lo saben. Pero sonrío y respondo:
—¿Acaso quieres decir que eso tiene que importarme?
Su mandíbula se tensa. No me causa ninguna impresión y, antes de que diga nada más, le suelto:
—Mira, guapito, no tengo pareja y, cuando no la tengo, disfruto como me sale del..., como me da la gana, por no decir algo terriblemente ordinario. En este momento mi hija no está en casa y, cuando ella no está, te aseguro que puedo hacer lo que quiero, cuando quiero, como quiero y con quien quiero. Y, si quiero chillar de satisfacción en mi casa mientras practico sexo, ni tú ni nadie me va a coartar, y ¿sabes por qué? Porque soy dueña de mi vida y de mi cuerpo y yo y sólo yo decido lo que hago. Y, con respecto a lo que yo oiga a través de las paredes, a mí me importa un pimiento por no decir un cargamento de pimientos lo que hagas; por tanto, si a ti no te gusta lo que oyes, te jorobas, ¡¿entendido?!
Me mira. No parpadea. ¡Alucina!
Sin duda, mi descaro lo ha dejado perplejo, o tal vez es que nunca ninguna tía le ha hablado así. ¡Pero ya basta de tener que dar explicaciones por ser mujer y practicar sexo!
Vamos a ver, ¿por qué un tío puede tomar las libertades que quiera y una mujer parece que tiene que estar siempre justificándose?
Anda ya y que los zurzan, a los tíos y a cualquiera que piense como ellos. Lo único que me merece respeto es mi hija, y con ella en casa no entra ningún hombre en mi cama, pero ahora que no está, ¿quién me lo va a prohibir?
Durante unos segundos, nos miramos. Nos retamos. Sin duda éste es tan chulo como yo, pero no dice nada.
Al revés. Baja la cabeza. Su reacción me desconcierta y, finalmente, dándose la vuelta, dice con cierto retintín:
—Me voy a dormir, ahora que se puede.
Cuando desaparece de mi vista, alucino pepinillos.
—Anda, duérmete, que vaya humor tienes.
Diez minutos después, entro en casa, me tiro sobre la cama y, agotada, me duermo.
A partir de ese día, nuestra bonita relación cambia y nos dedicamos a jorobarnos el uno al otro. Cuando él trae a alguna de sus «preciosas» a casa, los oigo. El muy canalla se encarga bien de que los oiga desde cualquier habitación, y yo, que no soy menos y a narices no me gana nadie, cuando quedo con kakashi me lo llevo a casa y soy consciente de que Sasuke nos oye, ¡vamos que si nos oye!
Así estamos, un día y otro y otro y,al octavo, una tarde en la que estoy dándome un relajante baño, de pronto oigo unos gemidos y me quiero morir.
¡Ya estamos!
Subo la música, no me apetece oírlos y quiero relajarme, pero los golpes en la pared no cesan. Seguro que lo está haciendo a lo bestia aposta.
Aguanto..., aguanto y aguanto hasta que no puedo más, bajo la música y, sin cortarme un pelo, grito:
—¡Sí..., sí..., sí..., no pares..., no pares!
Por increíble que parezca, los golpes cesan. ¡Bien!
Eso me hace reír y, con todo el descaro que tengo, que no es poco, prosigo con voz cargada de erotismo y tensión para que me oiga hasta en estéreo, mientras con el puño golpeo la pared para que parezca un empotramiento en toda regla:
—¡Así..., así..., cielo..., cielo, no pares! Mmmm..., sí..., sí..., bestia..., eres el mejor..., el mejor..., no hay nadie como tú. ¡Sí..., síiiiiiiiiiii!
Al otro lado de la pared ya no se oye nada, y contengo las ganas de reír. ¿De verdad les he cortado el rollo?
¡Que se jorobe, por chulito!
Divertida por el numerito erótico que estoy montando yo solita mientras veo los muñequitos de Peppa Pig de Sarada sujetos en su red del baño, sin cortarme un pelo continúo dando golpes rítmicos en la pared y al mismo tiempo jadeo como la mejor reina del porno:
—¡Oh, sí..., oh, sí..., me gusta...! ¡Ah..., ah..., qué placerrrrr..., sigue..., no pares..., más..., así..., ahí..., justo ahí...! ¡Sí, maquinote..., eres mi maquinote..., sí...! ¡Mmmm, qué rico..., qué rico..., eres enorme, mi niño..., enorme...! ¡Más..., dame más! ¡Oh, sí..., oh, síiiiiii..., eres el mejor..., el mejor!
Así estoy durante varios minutos, hasta que decido dar por concluido el papelón o podrían sospechar de la potencia viril del fantasma que está conmigo y, dando un último golpe en la pared, chillo para hacerles saber que hemos acabado:
—¡¡¡Aaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh!!!
Una vez finiquito mi numerito porno mientras miro la cara de guasa de la cerdita Peppa, me levanto de la bañera, subo la música a tope y me ducho. No quería ruido, ¡pues toma ruido! 
Sonrío. ¡A mala y pérfida no me gana ni Dios!

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora