Capítulo 9

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Los días pasan despacio desde que mi niña no está conmigo y la añoro a cada instante, aunque cuando hablo con mis amigas disimulo para que no se pongan muy pesaditas y dejo ver la tía fuerte que sé que en el fondo soy. Aun así, oye, los fuertes también tenemos debilidades, y mi gran debilidad es mi Gordincesa.
En estos días he hablado con ella y eso me llena de felicidad, aunque cuando miro sus juguetes o su ropita en el armario se me parte el corazón.
Salir con kakashi noche sí, noche también ya es habitual, hasta que todo se tuerce.
Tras una exquisita cena, decidimos ir a un hotel. Por una vez no quiero que el vecino me oiga. Allí, tras una sesión de sexo, de pronto él recibe una llamada. En la pantalla veo que dice «Kurenai», y kakashi se pone nervioso.
Eso me da mala espina, y no precisamente porque yo quiera nada serio con él, que no lo quiero. Me da mala espina porque nunca me ha gustado tener nada con hombres casados ni comprometidos.
Hablamos, le pregunto quién es ella y al final me canta hasta La traviata y me entero de que la tal Kurenai es su novia y que los días en los que nos estamos viendo es porque ella está en Chicago por trabajo.
Me entra la risa. Soy así de imbécil, pero ¿por qué algunos tíos con pareja son infieles? ¿Acaso necesitan meterse en la cama con otra para mantener su hombría? De verdad que no lo entiendo. No entiendo esa falta de honestidad, pues no se dan cuenta de que ni tan sólo ellos mismos son felices, y que la mentira tiene las patitas muy cortas y algún día esa novia o esa mujer se enterará.
Esa noche, cuando me despido de kakashi en la puerta del hotel, le pido que no vuelva a llamarme y borre mi teléfono de su móvil. Como dijo un día mi madre, no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti. Por tanto, ¡adiós, queridísimo kakashi!
A las cinco de la madrugada, cuando me bajo del taxi y voy caminando hacia mi casa, coincido con Sasuke frente al portal. Vaya tela... Vaya tela... Nos miramos, ambos sabemos muy bien de dónde venimos, y pregunto:
—¿Una buena noche? Sasuke —con el que no he vuelto a cruzar palabra desde la fatídica noche en la que nos declaramos la guerra, a pesar de que lo veo correr por la playa a menudo— me mira y, sonriendo, afirma mientras abre el portal:
—Seguro que tan estupenda como la tuya.
—No lo dudes —miento, pues no estoy dispuesta a contarle mi nochecita.
En silencio, caminamos hasta nuestras puertas, las abrimos y, tras desearnos un feliz sueño, cada uno entra en su apartamento para descansar.
Dos días después, sin mi niña, sin trabajo y sin mis amigas, me siento más sola que nunca.
Triste y afligida, paseo por la playa pensando en mis cosas. Mi vida personal es un desastre. Mi vida laboral no existe y, como no me apetece machacarme más de lo que ya lo hago, comienzo a pensar en lo que las chicas me propusieron.
¿Debería aceptar su dinero y montar el negocio que siempre he querido?
Pienso en ello una y otra vez y no sé qué hacer. Por un lado, sé que soy capaz de llevarlo adelante. A trabajadora no me gana nadie, pero ¿y si sale mal?
Agotada de mis pensamientos estoy cuando, al regresar a casa, veo las ventanas de Sasuke abiertas. Por ellas sale esa extraña música que escucha y, de pronto, una tía aparece en la terraza y, segundos después, sale él.
Resoplo. Sin duda él sí sabe gestionar su vida y, en especial, asumirla. Cuando regreso a casa, como no estoy dispuesta a oír los gemidos de esos dos, me pongo a bailar La Gozadera, de Gente de Zona y el simpático Marc Anthony, a toda mecha.
Bailo..., bailo y bailo, hasta que, sudorosa, me meto en la ducha y oigo lo que no quiero oír.
Joder..., jodeeerrrr.
A la mañana siguiente, cuando me despierto, cojo las llaves de mi coche y decido ir al supermercado a comprar provisiones. Necesito atiborrarme de carbohidratos. Total, no pretendo gustarle a nadie.
Allí, lleno el carrito de patatas fritas, ganchitos, dónuts de chocolate blanco y chocolate negro, galletas de sabores, nata en espray, helados, pasteles, cervezas y coca-colas. Vamos, lo ideal para la depresión, y regreso a casa dispuesta a comer sin pensar en el mañana y en el culo que se me pondrá.
Monto mi cuartel del carbohidrato en el salón y me rodeo de toda la comida que he comprado mientras veo varias películas románticas y me desespero al pensar que a mí nunca me ocurrirá algo tan bonito, ni me voy a casar.
Cuando he gastado la primera caja de kleenex y me he comido el octavo dónut de chocolate, asqueada, apago la tele y busco el CD de mi Luis Miguel.
Segundos después, comienza a cantar y yo salgo a la terraza para mirar el mar mientras rumio mis penas.
—¿Cómo vas, Pelirosa? —oigo de pronto.
Oír su voz me hace mirar en dirección a su terraza, y Sasuke, al ver mi estado, pregunta:
—Pero bueno, ¿qué te pasa?
Me tiembla la barbilla y, sin saber por qué, suelto:
—Me he comido ocho dónuts de chocolate fondant y dos bolsas de patatas fritas al punto de sal.
Él me mira alucinado y, antes de volver a llorar como aquella vez en su presencia, me meto dentro de casa.
A salvo de miradas indiscretas, me estoy sentando en mi sillón burdeos cuando Sasuke, que ha saltado por la terraza, entra en mi salón y pregunta:
—Pero ¿qué está ocurriendo aquí?
No le respondo. ¡No puedo!
Si lo hago, lloraré como una tonta, y lo último que quiero es que un tío como él me vea otra vez llorando con cara de mandril desamparado.
Sasuke espera que conteste a su pregunta pero, como no lo hago, se agacha para estar a mi altura y, cogiendo mi cara entre las manos, susurra al ver mis ojos:
—Ni se te ocurra llorar.
Lo miro. Intento no hacerlo, pero cuando una lágrima escapa de mis ojos, dice:
—No, por favor. No lo hagas, cielo. No sé qué hacer cuando lloras.
Oír ese apelativo cariñoso de su boca me remueve mi dolorido corazón y, tragándome las emociones que pugnan por salir de mi interior, asiento y contengo las lágrimas. Luego, cuando creo que él se va a levantar y se va a marchar de mi lado, me agarra del codo para que me ponga en pie y dice:
—Vamos.
Me niego, no quiero levantarme.
Entonces él, sentándose junto a mí en el sillón, añade:
—Muy bien. Pues no me moveré de aquí hasta que lo hagas tú.
Permanecemos en silencio unos segundos, hasta que mis ojos me traicionan y se desbordan las lágrimas.
Bueno, no, ¡los lagrimones! 
Avergonzada, me tapo la cara. ¡Qué horror! Menudo numerito estoy montando, yo, que soy una tía fuerte.
Sasuke me coge entre sus brazos, me sienta sobre él y, abrazándome, murmura:
—Tranquila, Pelirosa. Tranquila. Seguro que Sarada está estupendamente. ¿Has hablado con ella? —Asiento, Sasori me llama cada tres días. Y, a continuación, él añade—: Entonces ¿por qué estás así?
Como puedo, abro una nueva caja de kleenex, me sueno la nariz y, sabiendo que soy el antimorbo personificado en mujer, respondo con la nariz roja como un tomate:
—Mi vida es patética. Mi hija no está conmigo, mis amigas se han ido, mi familia está lejos de mí, sobre hombres mejor no hablar y, para colmo, tampoco tengo trabajo. ¿Cómo quieres que no llore?
Decir eso en voz alta hace que vuelva a llorar y, pasados unos segundos, Sasuke se levanta conmigo entre sus brazos y se encamina hacia mi habitación, que está hecha un desastre como yo.
—¿Qué... qué vas a hacer? — pregunto asustada.
Sin hablar, llegamos al baño. Allí, me deja en el suelo y dice:
—Dúchate.
—¿Huelo mal? —pregunto horrorizada acercando mi nariz a la ropa.
Vamos..., vamos..., sólo me falta oler a Guarricienta. Sin embargo, me tranquilizo cuando veo que Sasuke sonríe.
—No —dice—. No hueles mal, pero seguro que una ducha te viene bien.
Asiento. Sé que tiene razón y, cuando sale del baño y me deja a solas, decido hacerle caso. Me desnudo y me meto en la ducha del tirón.
Diez minutos después, cuando salgo y compruebo que no está en la habitación, cojo rápidamente algo de ropa y me visto. Me dirijo al salón con el pelo aún húmedo y veo que está bebiéndose una cerveza sentado en el sillón.
—¿Mejor? —pregunta poniéndose en pie.
Sonrío y asiento y, cuando miro mi campamento de carbohidratos, me avergüenzo. Pero ¿qué estaba haciendo?
Parada en medio del salón, contemplo mi desastrosa existencia. Al poco, mis ojos chocan con los de Sasuke, y entonces oigo que dice:
—Creo que necesitas un abrazo, ¿verdad?
Sin dudarlo, me lo da y yo me cobijo en él. Abrazados estamos cuando comienza a sonar No existen límites.
¿Por qué tiene que sonar precisamente ahora esa canción? Pero me quedo sin palabras cuando Sasuke, abrazado a mí, comienza a bailar en medio del salón.
—Vamos a ver —dice mientras nos movemos—, ¿por qué no me has llamado cuando te has sentido tan mal? Estoy apenas a dos palmos de ti, y creo que no soy un ogro al que no puedas pedirle ayuda si lo necesitas. Sé que estos días ni tú ni yo nos hemos comportado muy bien el uno con el otro, pero no quiero verte así. No me gusta. 
Y, si vuelves a encontrarte en la misma situación, tú, que eres una tía dura y con un par de narices, espero que me lo digas para remediarlo antes de que llegues a esto. ¿Entendido?
Asiento. No puedo hablar. Él y esa canción es mucho para mí, y creo que me voy a derretir mientras escucho cómo dice todo eso.
—Vale. No hablemos —susurra—. Entiendo que ahora no te apetezca.
Asiento y omito decirle lo que me apetece. ¿Qué pensaría si lo supiera?
Notar su cuerpo pegado al mío me hace sentirme aún más pequeña y vulnerable de lo que soy. Apoyo la frente en su clavícula y lo oigo decir:
—Éste es ese cantante que tanto te gusta, ¿verdad?
—Sí —afirmo.
—¿Sabes? Me da rabia no saber español para entender lo que dice la canción; ¿me lo explicas tú?
Bueno..., bueno..., bueno. Ni de coña le explico lo que dice la canción. Y, como no se va a enterar si le miento, contesto:
—Habla sobre unos amigos que viven cerca de la playa y un día se encuentran a un perro herido y lo adoptan para cuidarlo entre los dos.
Sasuke me mira. Entonces veo que levanta una ceja sorprendido y replica:
—Sólo nos falta el perro. Somos amigos, vecinos y vivimos frente a la playa.
Ay..., madre..., ay, madre... Pero, sin perder la compostura, contesto:
—Sí..., sólo nos falta el perro.
Sasuke no me quita ojo. Espero que me crea.
—Los animales son increíbles — afirma sonriendo a continuación—. Cuando vivía en el rancho tenía un perro llamado Rufus. Ni te imaginas las cosas que le contaba a Rufus bajo las estrellas: mis amores, mis desamores, mis sueños.
Eso me hace sonreír. Menos mal. Me parece que me ha creído y, para que no siga ahondando en el tema, pregunto:
—¿Y dónde está Rufus ahora?
—Murió.
—Vaya..., lo siento. No sabía que...
Él sonríe.
—Tranquila. No tenías por qué saberlo. Rufus murió con dieciséis años, pero tuvo una buena vida. Sin embargo, recuerdo que, el día que murió, fue tal el dolor que sentí que prometí no encariñarme de nuevo así con otro animal.
—Pero eso no es justo.
—¿Para quién no es justo?
—Para cualquier otro perrillo.
—Lo sé. —Sonríe—. Pero yo soy así de drástico: o todo o nada.
Cuando dice eso me gustaría preguntarle si el hecho de que no repita con una mujer fue porque alguien le rompió el corazón, pero me da cosilla.
No quiero ser indiscreta.
Mientras bailo con él y siento su cuerpo tan pegado al mío, me relajo y lo disfruto. Sé que esto está mal, fatal. Sé que no debo dejarme llevar por el momento, pero me da igual. En este instante comienza a darme todo igual.
De pronto noto que Sasuke posa sus calientes labios en mi frente y una tremenda corriente eléctrica me recorre todo el cuerpo.
Ay, Dios..., ay, Dios, que le voy a dar no un mua, sino un ¡remuá!
Que me conozco y la voy a liar
¡muuuyyyy gorda!
Respira, Sakura..., respira y piensa en la palabra «¡No!».
Pero, sin poder evitarlo, levanto la vista hacia él.
Madre..., madre..., madre..., ¡que me lanzo!
Sus ojos y los míos chocan y, en el momento en que mi Luismi repite de nuevo eso de que no hay límites, tras unos segundos en los que ambos —y cuando digo ambos es porque lo sé— sentimos una gran tensión sexual, me pongo de puntillas y, ¡zas!, me olvido de los límites y lo beso.
En un principio, Sasuke se queda quieto. No se mueve.
Creo que mi beso lo sorprende tanto como a mí, hasta que, de pronto, reacciona, me aprieta contra su cuerpo y nuestro beso se intensifica más y más y más.
¡Ay, Diosito!
Su sedosa lengua recorre cada recoveco de mi boca y la mía no se queda atrás.
Su sabor es maravilloso, exquisito.
Lo recuerdo. Lo recuerdo muy bien.
Quiero desnudarlo, deseo hacerle el amor. Pero, de pronto, algo en mí me alerta de lo que estoy haciendo y me paralizo.
Pero ¿es que no aprendo?
Es que soy tan idiota que tengo que engancharme de hombres que nunca me van a dar lo que yo necesito.
El que ahora asola mi boca me gusta, me gusta demasiado, y sé que, si sigo con lo que estoy haciendo, mi corazón tarde o temprano me lo va a reprochar.
Él no quiere nada serio ni conmigo ni con nadie, me lo ha dicho de todas las formas que sabe. Así pues, sacando fuerzas de donde ni siquiera sé que las tengo, lo retiro de mí y, con el cuerpo en llamas y los labios hinchados por el increíble beso, lo miro y murmuro:
—Es mejor no seguir.
Sasuke, que está tan agitado como yo, asiente, me suelta, se toca el pelo y afirma:
—Tienes razón. Disculpa por...
—No te disculpes. He sido yo la que ha comenzado. Estoy afectada por no tener a mi pequeña y, sin pensarlo, me he dejado llevar.
Me mira. Lo miro y, finalmente, tras un incómodo silencio, dice:
—Gracias por parar algo que luego íbamos a lamentar.
Tiene razón. ¡Qué rabia que tenga razón!
La música sigue sonando poco después, cuando añade:
—Escucha, Sakura. Aprecio quién eres, valoro tu amistad y no quiero que, por mezclarla con el sexo, pueda echarse a perder. Siempre evito el compromiso. De ahí el no repetir con ninguna mujer, y menos con mujeres que superen la treintena, porque todas quieren compromiso, boda y niños, y créeme que contigo no sería diferente.
Joder..., tengo veintinueve años.
Vale..., en un mes cumplo los treinta.
Pero ¿el comentario querrá decir que me ve mayor?
—No quiero obligaciones — prosigue—. Ni cargas que no Neji mi moto y mi mochila, y no deseo crearte falsas expectativas.
Dios santo, más claro no puede ser conmigo. Entonces, saco la actriz que llevo en mi interior y admito mintiendo con descaro:
—No te preocupes, con mi hija ya tengo todas las obligaciones que quiero. No le des tanta importancia a lo ocurrido. Además, tranquilo, ¡no soy pelirroja!
Veo que mi matización le hace sonreír y, antes de que diga nada, insisto:
—Ha sido un calentón puntual en el que nos hemos dado un remuá que no volverá a repetirse y punto.
—¿Un remuá?
Sonrío.
—Un mua es un pico, y un remuá, algo más.
Sasuke asiente. Dios santo, creo que piensa que estoy como un cencerro.
Pero seguimos mirándonos...
Seguimos tentándonos...
Mi Luismi sigue cantando esa maravillosa canción...
Entonces, por fin, Sasuke se mueve, va hasta su cerveza y, tras darle un trago para refrescarse la garganta, dice:
—¿Sabes, Pelirosa?..., cada día me sorprendes más.
—¿Por qué?
—Porque tienes las cosas tan claras como yo, y reconozco que has sabido cortar algo que yo ya veía imposible.
Sonrío. ¿Claras las cosas, yo? Aisss, amiguito, si tú supieras...
Madre mía..., madre mía, sin duda debería haber estudiado arte dramático, porque como actriz ¡no tengo precio!
Dispuesta a continuar en mi papel, le quito la cerveza de las manos, le doy un trago y cuchicheo con mofa:
—Vaquero, estás cañón, pero me van más los peliplateados.
—¿Como kakashi?
Su pregunta me sorprende, pero como no quiero contarle que el peliplata me salió rana, asiento.
—Exacto. Como kakashi.
Ambos reímos. Yo más por la tontería tan grande que acabo de soltar, pero dispuesta a enfriar el horno que hemos encendido entre los dos, añado:
—Mira, mi niño... —y, al ver cómo me mira, matizo—: Que te diga mi niño, no quiere decir que tú seas mi niño, porque yo ni quiero niño ni lo busco. Es simplemente que de donde yo vengo se utiliza ese apelativo de un modo cariñoso, ¿de acuerdo? —Él asiente y yo prosigo—: En serio vuelvo a darte las gracias por ser mi caballero andante y venir en mi rescate antes de que me comiera todos esos carbohidratos y se me pusiera un culo como el de la Kardashian.
Ambos miramos el desastre que hay sobre la mesa y sonreímos de nuevo. A continuación, Sasuke me tiende una mano y dice:
—¿Amigos?
Sé que aceptar esa mano me va a resultar una tortura china pero, convencida de que es lo mejor que puedo hacer, se la cojo y se la estrecho en plan machote.
—Aquí tienes una amiga para lo que necesites —afirmo—. ¡Claro que sí!
No sé él, pero yo estoy que no sé ni lo que hago. Todavía tengo su sabor en la boca y la excitación en el cuerpo por el beso.
—Venga, mi niña —dice él entonces —, vayamos a dar un paseo por la playa. Eso nos despejará.
Oír el cariñoso apelativo propio de mi tierra de sus labios me hace sonreír.
El muy bribón me guiña un ojo y, sin decir nada, acepto el paseo. Necesito despejarme.
Apago la música, cojo las llaves de casa y, una vez salimos por mi terraza y la cierro, bajamos hasta la arena por la escalerita que hay en un lateral. Nos descalzamos y echamos a andar por la playa.
Durante toda la tarde, Sasuke consigue hacerme reír, y yo a él. No paramos de bromear. Obviar la parte sexual en nuestra relación me permite mostrar esa faceta natural y gamberra que por norma no saco ante los hombres que quiero que se fijen en mí.
Cuando nos cansamos, nos sentamos sobre la arena y Sasuke se parte de risa con lo que le cuento.
Hablamos de sus ligues, de sus preciosas y de mis machotes, y llega un momento en el que siento que parece que estemos compitiendo por quedar por encima del otro en cuanto a relaciones se refiere.
—¿Alguna vez te has enamorado de una mujer? —le pregunto.
Sasuke lo piensa, finalmente se encoge de hombros y responde:
—Sí. Una vez.
—Y ¿qué pasó?
—Simplemente se acabó.
Asiento. Es parco en palabras a la hora de hablar de estos temas.
—Y ¿no has vuelto a enamorarte de nadie más? —insisto.
—No.
—¿Por qué?
—Porque ni lo necesito ni lo quiero.
Su respuesta me hace gracia y, acercándome a él, cuchicheo:
—¿Sabes, amiguito?, aunque te hagas el duro, me da la impresión de que lo que tienes es pánico a enamorarte; ¿me equivoco?
Él sonríe. Muestra su sonrisa más chulesca y finalmente responde:
—¿Sabes, amiguita?... ¿Qué tal si hablamos de algo más interesante?
Cuando comienza a anochecer, regresamos a nuestras casas y, al llegar frente a las terrazas que dan a la playa, Sasuke pregunta:
—¿Te apetece que pidamos una pizza?
—La verdad es que el estómago me cruje —afirmo, haciéndolo reír.
Al entrar en su apartamento, me quedo alucinada. Dejo escapar un silbido.
—Qué bonito lo has dejado — comento.
Sasuke mira a su alrededor.
—Tenía que hacerlo —dice—. Me gusta esta casa. —Y, guiñándome un ojo, añade—: Y me gusta la vecina que tengo.
Sonrío, no puedo remediarlo. En ese instante, suena el teléfono fijo de su casa.
—¿No lo coges? —pregunto al ver que no parece tener intención de hacerlo.
Sasuke está cogiendo el papel de las pizzas que tiene pegado con un imán en la nevera cuando salta el contestador automático y se oye la voz de una chica que dice:
«Hola, tío, soy Hideki, tu enana, ¿me recuerdas? Vale..., vale... Sé que sí..., lo sé.
Vamos a ver, te llamo por dos cosas. La primera, y ya sé que soy muuuy pesada, para recordarte que el concierto de las Fifth Harmony en Atlantic City es dentro de poco y me prometiste que conseguirías entradas para mis dos amigas y para mí. ¿Las tienes? Por favor..., por favor..., dime que sí..., ¡dime que sí!
Adoro a ese grupo y quiero ir, por favor..., por favor... Y la segunda cosa, pero no menos importante, para recordarte que dentro de un mes es la boda del tío Itachi y todavía no has confirmado que vas a venir. El tío le ha dicho a la abuela Mikoto que te ha llamado varias veces y que no quiere insistirte más. Pero yo te insisto porque quiero que vengas. ¿Cómo no vas a estar? Por cierto, y como soy muy pesada y muy pidona, porque para eso soy tu única sobrina, te recuerdo que quiero la camiseta que te pedí de la gira de Ino. Mis amigas se murieron de envidia cuando les conté que eras su jefe de seguridad y la conocías. Pues nada más, tío. Que te quiero mucho y que espero que vengas prontito a casa. Besitos y más besitos».
Cuando el mensaje acaba, miro a Sasuke, y éste, con una sonrisa distinta de todas las que le he visto hasta el momento, explica mientras camina hacia mí:
—Mi sobrina Hideki y sus cosas.
Sonrío, me hace gracia imaginármelo consintiendo a su sobrina.
Luego me entrega la propaganda de las pizzas y pregunta:
—¿De qué te apetece?
Miro el papel pero, recordando el mensaje que acabo de oír, pregunto:
—¿Cuántos años tiene tu sobrina?
—Dieciséis.
—Y ¿le has conseguido las entradas para las Fifth Harmony?
Sasuke sonríe.
—Por supuesto que sí. Se las enviaré por correo. ¿Qué pizza quieres?
—¿Por correo? Pero, vamos a ver, ¿no vas a ir a la boda de tu hermano?
Él niega con la cabeza sin decir nada y, al ver que no piensa contestarme, insisto:
—¿De verdad vas a decepcionar a tu madre, a tu hermano y a esa muchachita después del mensaje tan cariñoso que te ha dejado? Pero ¿cómo no vas a ir?
Se sienta a mi lado en el sillón y deja escapar un suspiro.
—Es complicado —dice.
—¿Por qué? —Nada más decir eso, me doy cuenta de que me estoy metiendo donde no me llaman—. Bueno, perdona —me apresuro a añadir—, quizá no debería preguntarte algo tan personal.
Sasuke sonríe y, mirándome, finalmente aclara:
—No me gustan las bodas. Además, tengo una abuela complicada; es de esas personas que estás con ellas o contra ellas. —Eso llama mi atención, y entonces él prosigue—: El rancho Sharingan...
—¡¿Sharingan?!
Sasuke sonríe.
—Sí. El rancho familiar que tenemos en Hudson, en el estado de Wyoming, se llama así, Sharingan. 
—Vaya..., cuéntame más.
—El rancho y sus tierras siempre han pertenecido a la familia del abuelo Madara. Según él contaba —sonríe—, una noche de luna llena, cuando cruzaba un bosque, una manada de lobos intentó atacarlo pero, gracias a una valiente muchachita que salió de entre los árboles, se salvó. Esa chica era mi abuela Tsunade con dieciséis años. Ella vivía en el bosque con su tribu. Es india, de la tribu Senju.
—¿Tu abuela es india?
—Sí.
—Pero ¿india... india, de esas que llevan una pluma en la cabeza como Toro Sentado?
Sasuke suelta una carcajada.
—No lleva pluma, aunque era la nieta de Hashirama senju, un jefe nativo norteamericano de la tribu de los senju—Entonces, señala mi tatuaje y afirma—: Por cierto, tu proverbio indio le encantaría.
Uauuu..., nunca he conocido a una india ¡india!
—El abuelo decía que Tsuande le robó el corazón —prosigue Sasuke—. Que cerraba los ojos y sólo veía los ojos oscuros de aquella muchacha, y que no paró de ir a ese bosque hasta que la enamoró y se casó con ella. —Ambos sonreímos—. Un año después, la familia de la abuela se marchó a vivir a otro lugar, la madre de Tsunade murió y poco después tuvieron a mi padre, Fugaku.
Pero no pudieron tener más hijos porque el parto se complicó. El abuelo siempre decía que eso fue lo que le agrió el carácter a la abuela. Los años pasaron, mi padre conoció a mamá y la abuela puso impedimentos porque no era una Senju, pero bueno, se casaron y nacimos mis cuatro hermanos y yo. Cuando el abuelo murió, mi abuela le dejó muy claro a mi padre que ella seguiría llevando el rancho, le gustara a él o no, y mi padre calló y acató. Era demasiado bueno y paciente. Sin embargo, la abuela hizo varias cosas mal que no beneficiaron al rancho, y mi padre acabó discutiendo con ella. A partir de ese momento, nunca más volvieron a hablarse, a pesar de vivir en el mismo rancho, comer en la misma mesa y celebrar nuestros cumpleaños juntos.
Luego, cuando, por desgracia, a causa de una mala caída, mi padre murió hace doce años, la abuela nos reunió a todos y nos dijo que, si queríamos seguirviviendo en el rancho, debíamos acatar sus normas. Y así lo hicimos, hasta que, hace diez años, me enfrenté a ella y decidí marcharme de allí.
Me sorprende su historia. Me gustaría saber qué fue lo que ocurrió para que Sasuke tuviera que irse del rancho, pero no pregunto. Sería una gran indiscreción.
—Pero no te asustes. Regreso allí al menos tres veces al año para ver a mi familia y, ¿sabes?, aun así, volví a discutir con mi abuela por algo que hizo y no me gustó. A partir de ese día, ella dejó de hablarme totalmente.
—Joder con tu abuela.
Sasuke suelta una carcajada divertido por mi comentario.
—Tú lo has dicho... —afirma—,joder con mi abuela. Sin duda su sangre india hace que siga siendo una testaruda Senju. —A continuación, señalando el papel de las pizzas, indica—: Vamos, elige o elijo yo.
Entre risas, pedimos un par de pizzas: una de beicon y otra barbacoa.
Cuarenta minutos después, las traen y, sentados en la terraza de su casa, las comemos mientras continuamos charlando de los temas más diversos.
Hablamos..., hablamos y hablamos, hasta que me fijo en el reloj de pulsera que lleva y, al ver la hora que es, pregunto boquiabierta:
—¿En serio son las dos menos cuarto de la madrugada?
Sasuke lo mira tan sorprendido como yo. El tiempo se nos ha pasado volando. Entonces doy un último trago a mi cerveza y me levanto.
—Creo que ha llegado el momento de volver a casa —digo.
Sasuke se levanta también.
—Saltaré por aquí —añado. 
Tras guiñarle un ojo —y sin acercarme para nada a él, no sea que me lance de nuevo a sus labios—, me subo a la barandilla con agilidad y paso a mi terraza.
Una vez allí, sin querer alargar el momento, murmuro antes de desaparecer en el interior de mi salón:
—Buenas noches, vecino.
Sasuke me mira. Vuelve a tener la mirada de antes, cuando me he lanzado a besarlo, y finalmente, en un tono que me pone el vello de punta, responde:
—Buenas noches, Pelirosa.

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora