Capítulo 10

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Cuando me despierto sola en mi cama, en lo primero que pienso es en mi hija.
¿Qué estará haciendo?
Remoloneo sobre el colchón y mis pensamientos pasan de mi hija al hombre que vive al otro lado de la pared. ¿Qué estará haciendo él?
Sonrío. Recuerdo nuestra larga charla la tarde anterior que nos llevó hasta el amanecer. Además de ser un seductor redomado, Sasuke me ha demostrado que es un hombre con el que se puede charlar, y eso hace que me guste aún más. Pensando en ello, me revuelco por la cama cuando de pronto mi móvil suena con la cantarina voz de mi pequeña: «Mami..., mami..., mami..., te dama papi..., papi..., papi. Mami..., mami..., mami..., te dama papi..., papi..., papi».
El corazón se me desboca. ¡Mi niña!
Cojo el teléfono y, tras saludar a Sasori, hablo con mi Gordincesa con una gran sonrisa en la cara. Está muy contenta, y me cuenta con su media lengua que ha comido judías marrones y que se lo pasa muy bien con sus primos.
Mientras la escucho, la imagino.
Seguro que está gesticulando, moviendo sus manitas mientras habla y poniendo esos morretes que a mí me gustan tanto.
¡Dios! ¡Me la como, qué bonita es!
Tras charlar con ella durante varios minutos, pues se cansa y quiere irse a jugar, hablo con Sasori, que me repite por enésima vez que todo está bien, y después colgamos.
Una vez dejo el teléfono sobre la mesilla, sonrío. Sarada me alegra la existencia. Ya no concibo mi vida sin ella.
Cuando siento que estoy comenzando a ponerme tristona, cambio el chip y pienso en lo ocurrido el día anterior, e inevitablemente recuerdo el instante en que Sasuke y yo nos miramos en el salón y me lancé a besarlo. Me tapo la cara avergonzada. ¿Por qué seré tan impulsiva? Sin embargo, cierro los ojos mientras me muerdo el labio inferior y pienso que aquel beso inesperado fue, como poco, colosal. Recordar cómo su boca se apretaba contra la mía y sus fuertes y grandes manos me sujetaban me hace suspirar, me calienta en segundos.
Entonces, sin dudarlo, abro el cajón de mi mesilla y digo:
—Ironman, te necesito.
Tumbada sobre la cama, me quito las bragas y pongo en marcha mi vibrador. Su zumbido consigue que mi estómago se revolucione, pero entonces pienso que quizá Sasuke pueda oírlo, y lo apago.
¿Cómo pueden ser tan indiscretas las paredes?
Rumiando acerca de qué hacer, cojo el móvil, abro la carpeta de música y, tras poner lo primero que encuentro, ansiosa, vuelvo a encender a Ironman y me dispongo a disfrutar.
Cierro los ojos, pienso en Sasuke, en su boca, en sus ojos, en su fibroso cuerpo y, cuando Ironman roza mi estómago y yo lo bajo lentamente hasta mi sexo, me arqueo deseosa para recibirlo. Durante varios minutos me abandono al placer que me proporciona sobre el clítoris, mientras imagino que es Sasuke quien lo mueve, quien lo maneja, y quien me pide en voz baja que me relaje y disfrute.
Accedo. Accedo a todo lo que él me pide, mientras mi calenturienta imaginación ve los ojos del hombre que me hace perder la cordura, siento su boca sobre la mía y un gemido escapa de mis entrañas y siento que todo mi cuerpo tiembla de placer.
Permanezco abandonada a mis deseos durante un buen rato, hasta que, tras un último orgasmo que me hace cerrar las piernas, convulsionar y jadear, decido dar la fiestecita mañanera por terminada.
El aire huele a sexo; mis dedos, de sujetar y mover a Ironman, también.
Mientras me levanto de la cama para lavarlo, escucho cómo Carlos Baute canta Mi medicina,y me mofo.
—Tú sí que eres mi medicina, Ironman.
Feliz y encantada con mi buen inicio de día, voy bailando al ritmo de la canción hasta el baño. Allí, lavo a Ironman y, tras dejarlo sobre el lavabo, decido darme una duchita rápida.
Cuando salgo, el teléfono suena. 
Rápidamente, me pongo un albornoz y corro a mi habitación. Es Ino, y con guasa respondo:
—Ironman y yo te damos los buenos días.
Oigo a Ino reír. Ella y el resto de mis amigas me regalaron ese maquinote.
—Vaya... —responde divertida—,  veo que tu mañana comienza bien.
—¡Mejor, imposible! Charlamos durante un rato. Ino me hace saber que todos me echan de menos y, a pesar de que intenta convencerme de que coja el primer vuelo a Puerto Rico, me niego en redondo.
Ataviada con el albornoz, mientras hablamos, paso por la cocina, donde me preparo un café. Luego me dirijo al salón y, tras abrir las puertas, salgo a la terraza a tomármelo. Hace un día precioso.
Mientras me apoyo en la barandilla para continuar hablando con Ino, miro a la gente que ya está disfrutando de la playa. Una vez prometo ser yo la siguiente en llamar y termino la conversación con mi amiga, cuelgo y entro en el salón.
Aquello es un desastre. Dónuts, patatas, galletas, chocolate. Todo eso continúa aún sobre la mesita que tengo frente al televisor, y decido cambiarme de ropa y ponerme manos a la obra.
Entro en mi habitación, me visto con unas mallas grises cortas y una camiseta negra sin mangas y, una vez me calzo unas zapatillas de deporte, vuelvo al salón. Enciendo el equipo de música, pongo un CD y, cuando comienza a sonar Born This Way de Lady Gaga, sonrío y empiezo a bailar mientras recojo todo el desastre con una marcha increíble.
Por suerte, el estropicio parecía más de lo que era. Una vez lo meto todo en una bolsa, limpio la mesa con un paño y lo llevo todo a la cocina, cojo la escoba y, mientras barro el suelo, hago mi propia coreografía a lo Gaga y bailo como una descosida.
Uf..., qué marcha tiene esa canción.
Encantada, bailo, canto usando el palo de la escoba como un micrófono y, cuando la canción acaba y estoy dispuesta a bailar la siguiente, unos aplausos me hacen mirar hacia la terraza y me encuentro a un más que atractivo Sasuke vestido con unos pantalones cortos negros y una camiseta de tirantes gris marengo empapada de sudor.
—Dios mío —exclama él sonriendo —, mi sobrina se volverá loca si se entera de que vivo al lado de la mismísima Lady Gaga.
Río a carcajadas y, mientras me acerco al equipo para bajar el volumen, pregunto al verlo tan sudoroso:
—¿De dónde vienes?
Sasuke se quita uno de los auriculares blancos que aún lleva puestos y contesta tras tomar aire:
—De correr. He salido a quemar las calorías de la pizza de anoche.
Vaya..., vaya..., cómo se cuida, el presumido.
Me acerco a él y me pongo en uno de los auriculares blancos que cuelgan sobre su pecho.
—¿Qué música escuchas? — pregunto. Y, al no identificarla, insisto —: ¿Qué es esto?
—E s t o —se mofa— es música country, concretamente, Keith Urban.
Durante unos segundos escucho esa música a la que no he prestado atención en mi vida. Luego me quito el auricular y pregunto:
—¿Quieres un poco de agua fresca?
Sasuke asiente. Los dos caminamos hasta mi cocina y, tras beberse un gran vaso, sonríe y murmura:
—Sé que mi casa está aquí mismo, pero ¿puedo pasar un segundo a tu baño?
—Claro que sí.
Mientras va al baño, guardo la escoba en el armarito que tengo para esas cosas. Cuando sale, compruebo que me mira divertido y, al ver lo que lleva en la mano, me apresuro a quitárselo.
—¿Se puede saber qué haces con Ironman?
—¡¿Ironman?! —pregunta divertido y, al ver que pongo los ojos en blanco, explica riendo—: Lo he encontrado en el baño y...
Sin permitirle acabar la frase, me encamino hacia mi habitación. Como siempre, pisoteo la cama para pasar al otro lado y, tras guardar a Ironman en la mesilla, Sasuke pregunta divertido desde la puerta:
—¿Por qué pasas por encima de la cama?
Vuelvo a pisotearla y, cuando estoy ante él, aclaro:
—Porque me gusta hacerlo, y en cuanto a Ironman te diré que...
No me deja acabar. Me pone un dedo en la boca e indica:
—Ha sido una broma, mujer, y por supuesto que no tienes que darme explicaciones.
Al ver su cara de guasa, sonrío y suspiro con mofa.
—De verdad, chiquillo, creo que ya no puedo mostrarte nada más de mí: me has visto enloquecida de preocupación por mi hija, con la camiseta del revés, con los pelos de loca, con dos zapatillas diferentes, sin maquillar, me has visto incluso llorar como un trol. ¡Por Dios, qué vergüenza! Y, por si fuera poco, has oído lo que nunca deberías haber oído por lo finas que son las paredes, y ahora encima conoces a Ironman. Por Dios...
Sasuke vuelve a sonreír. Oír su risa hace que yo ría también y, cuando pienso que ya debe de imaginar que me faltan tres tornillos, de pronto pregunta:
—¿Qué planes tienes para el próximo mes?
Pienso. Planes, lo que se dice planes, no tengo ninguno.
—¿Por qué? —pregunto a mi vez.
Sin moverse de la puerta de mi habitación, apoya la cadera en el marco y explica:
—Para que te vengas conmigo al rancho Sharingan. Ni tú ni yo tenemos nada que hacer, y he pensado que podríamos ir juntos a la boda de mi hermano Itachi y pasar unas semanas allí.
¿Qué te parece?
Lo miro incrédula.
¿Me acaba de proponer que lo acompañe al rancho de su familia?
No sé qué decir, y entonces insiste:
—Ayer me comentaste que nunca habías estado en un rancho. Pues bien, yo te ofrezco la posibilidad de conocerlo si me acompañas. Seré tu profesor y tu guía. ¿Qué te parece?
Además, puedo presentarte a algunos vaqueros que te pueden gustar.
Uiss..., eso de los vaqueros me atrae. Pero no..., definitivamente ¡no!
Lo que debo hacer es alejarme de Sasuke, no acercarme cada día más a él para que, así, la tontería que siento se enfríe.
Me sigue hasta el salón, noto su presencia detrás de mí y, cuando llego al centro del mismo, me vuelvo.
—A ver. Ayer quedamos en que sólo somos amigos y...
—Y sólo somos amigos. Sé muy bien lo que dijimos ayer, y te aseguro que sé separar la amistad del sexo — afirma—. Y, como amigo consciente de lo que estoy diciendo, te invito a conocer mi  rancho y a pasarlo bien.
¿Qué hay de malo en eso?
—Pero tu familia... La boda de tu hermano... Ellos van a creer otra cosa.
Sasuke sonríe y sacude la cabeza.
—Tú no te preocupes por eso. Yo me encargo. Y, tranquila, tendrás tu propia habitación.
—No sé...
—Venga, no puedes decirme que no.
No tienes nada que hacer: Sarada está en japon, tus amigas están fuera, la familia a demasiada distancia y no tienes trabajo. Vamos, di que sí. Si salimos dentro de unas horas, podemos ir hoy a Las Vegas y divertirnos esta noche en el casino. Mañana madrugamos y podemos estar en Sharingan para cenar.
Camino de un lado a otro del salón.
Lo que dice es un planazo pero,
consciente de que no es buena idea, respondo:
—Gracias, de verdad, pero no. Ve tú. Tu familia se alegrará de verte.
—Pues si tú no vienes, yo no voy.
Cuando lo oigo decir eso, abro los ojos desmesuradamente.
—¿Pretendes que me sienta culpable de que no asistas a la boda de tu hermano? —Sasuke asiente y yo gruño —. Joder. ¿Por qué me haces esto?
Él, que hasta sudoroso está tentador, sonríe y murmura acercándose más a mí:
—Porque me niego a marcharme y a dejarte aquí sola. No quiero que te hinches a carbohidratos y vuelvas a llorar como un trol.
—Juro que no lo haré —digo rápidamente levantando una mano.
Sasuke camina entonces hacia la puerta de la terraza dispuesto a salir y, mirándome, dice:
—No te creo. Por tanto, prepara el equipaje. Iremos en mi coche. Dentro de un par de horas, llamaré a tu puerta para recogerte.
—Ni lo sueñes.
Se para. Me mira. Baja la mirada, levanta una ceja y afirma antes de desaparecer:
—Pelirosa, te vendrás conmigo sí o sí.
Sin darme opción a decir nada más, desaparece y yo me quedo con cara de tonta, mientras soy consciente de que me voy a un rancho en Wyoming, de boda, y no sé qué ropa tengo que llevar.

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora