Capítulo 23

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Cuando Izumi y Kohana regresan con el coche parecen ya más tranquilas, al igual que Mikoto.
—He pensado que podríamos ir a Lander —dice Izumi—. ¿Os apetece que nos acerquemos al mercadillo?
Uisss, con lo que me gustan a mí los mercadillos... Me apresuro a asentir, y Kohana también.
—¡Perfecto! —exclama Mikoto encantada—. Vayamos a Lander. Eso sí, yo aprovecharé para ir a ver a mi amiga Alicia, si no os importa.
Una vez llegamos y aparcamos el coche, me sorprendo al ver una enorme plaza llena de puestecitos. ¡Vivan los mercadillos!
Al bajar del vehículo, Mikoto mira su reloj y propone quedar con nosotras un par de horas después en una cafetería.
Izumi y Kohana asienten, y ella se marcha entonces a ver a su amiga Alicia.
Durante un rato, las tres caminamos por el mercadillo. Me recuerda a los de mi amado Tenerife, donde encuentras ropa, bisutería, calzado, fruta, flores...
Esto es igual, pero en Wyoming.
Me gustaría comprar cositas para Sarada, pero no puedo hacerlo con Kohana y Izumi delante. Si lo hago, se enterarán de la existencia de mi pequeña, y no ha de ser así, por lo que, al ver que quieren ir a mirar unas tiendas de novias fuera del mercadillo, les propongo que vayan y yo, mientras tanto, cotillearé por los puestos. Al principio se muestran reticentes, no quieren dejarme sola. Pero al final, ante mi insistencia, aceptan, me dan las instrucciones para encontrarnos una hora y media después en la cafetería donde hemos quedado con Mikoto y se van.
Una vez me quedo sola, lo primero que hago es mirar mi móvil. ¡Tengo cobertura! Y, sin dudarlo, llamo a Sasori. Tras dos timbrazos, él lo coge y, después de saludarnos, le pido hablar con mi Gordincesa.
Oír su voz me da la vida y, sonriendo, me siento en un banco y disfruto del ratito de charla que me da mi niña con su media lengua. Me habla de sus primos, de sus yayos, de las cositas que le han comprado y, cuando me dice que me quiere mucho, me emociono.
Cuando cuelgo diez minutos después, estoy feliz. Mi hija está bien, y eso es lo único que me importa verdaderamente en este momento.
Miro mi móvil y ver que tiene cobertura me hace gritar de satisfacción.
No sé cómo pueden vivir en el rancho tan ajenos a este tipo de cosas. Tengo tropecientos mil mensajes de wasap de mis amigas y, encantada, respondo algunos. Rápidamente, mi móvil suena.
Ino.
—Hola, tulipana —saludo feliz.
—Ya puedes contarme qué está ocurriendo. Me tienes muy preocupada, eso de que estés incomunicada en ese rancho, con personas que ni conozco ni sé quiénes son, no me hace ninguna gracia y...
—Eh..., eh..., tranquila, loca..., tranquila —digo riendo al notarla acelerada.
—Estoy que me subo por las paredes y es sólo por tu culpa, que lo sepas. Mira que te gusta hacer ¡Sakuraadas! Te has marchado con Sasuke a su rancho y todavía no me has contado por qué. ¡¿Por qué?! De verdad que no logro entenderlo, especialmente porque te conozco, eres enamoradiza y luego me vendrás con penas, disgustos y sinsabores. Y, para remate, me dices eso de «¡Viva Wyoming!», que sé muy bien lo que quiere decir. ¿Cómo quieres que esté tranquila?
Sonrío. Tiene más razón que un santo.
—¿Estás sola? —le pregunto.
—Sí. Ahora sí. Las chicas están jugando al tenis.
Asiento. Necesito sincerarme con alguien.
—Cuando oigas lo que voy a contarte, creerás que estoy loca, pero necesito que te calles, me escuches e intentes entenderme.
—Ay, Diosito —murmura Ino.
Sentada en el banco donde estoy, me calo mi sombrero de vaquera y digo al ver que nadie puede oírme:
—La familia de Sasuke cree que soy su novia, y a mí me está encantando serlo. Estamos interpretando un teatrillo ante todos ellos y...
—¿Qué?
—Te he dicho que me escuches.
—Pero... pero ¿tú sabes lo que estás diciendo? ¿Estás loca?
—Sabía que lo dirías y, sí, estoy totalmente loca. —Sonrío—. Pero calla, que todavía no lo sabes todo. Resulta que el Caramelito tiene una exnovia llamada Karin que, por cierto, además de guapa, es muy buena persona y...
—Pero, Sakura...
—¡Que te calles y me escuches, por Diosssss! —insisto—. Como te decía, creo que el Caramelito siente algo por su ex y, aunque a mí ya sabes que me atrae —miento para no decirle mis verdaderos sentimientos—, pues he cometido la locura de hablar con ella y convencerla de que intente reconquistarlo.
—¡Pero ¿tú estás tonta?!
—Lo acepto. Estoy muy tonta.
—Por el amor de Dios. ¿Ya estás haciendo una de tus Sakuraadas?
Pero, vamos a ver, ¿por qué le he contado eso a Ino?
—La verdad es que no lo sé. Lo único que quiero es que Sasuke sea feliz y, si Karin es la mujer de su vida, pues...
—La madre que te parió, Sakura, ¡no escarmientas!
Sonrío. Efectivamente, no escarmiento.
—Vale. Lo confieso: me gusta..., me gusta mucho, y los celos me corroen, pero me guste a mí o no, yo no le atraigo como le atrae Karin, y...
—Sakura...
—Aunque me mates, tengo que decirte que ahora grito día sí y día también eso de «¡Viva Wyoming!»...
—¡Gordicienta, es para matarte! — exclama mi amiga.
Imaginármela tocándose la frente me hace sonreír.
—Lo sé..., lo sé... No tengo dos dedos de frente. Siempre lo hemos sabido y, cuanto mayor soy, menos frente tengo. No debería haber aceptado este viaje, y mucho menos hacerme pasar por su novia ni haber hablado con su ex. Pero no sé..., simplemente me estoy dejando llevar. Aunque... cada día que pasa el nubarrón se vuelve más y más grande, y más porque lo paso bien con Sasuke y con su familia. Tiene una madre increíble, aunque, bueno..., su abuela es peor que un dolor de muelas.
Durante un rato le cuento los pormenores de todo eso a Ino y, al final, las dos terminamos riendo. Sin duda nos faltan dos tornillos y, si ella no me escucha, ¿a quién se lo voy a contar?
Por suerte, mi amiga me quiere tal y como soy. Imperfecta y llena de defectos.
Cuando terminamos la conversación, me despido de ella. Algo más motivada por haber podido hablar primero con mi hija y después con Ino, decido pasear por los puestecitos y mimarme comprándome cosas.
De pronto, en uno de ellos veo un chaleco que llama mi atención. Es de piel de vaca con lentejuelas plateadas.
Lo miro. Lo observo. Sé que es una prenda arriesgada pero, dejándome llevar por mi impulso, me lo compro.
Cuando me alejo del puesto con el chaleco en una bolsa, sonrío. Sin duda, con unos vaqueros y una camiseta tiene que quedar fenomenal.
Después, me paro en cientos de puestos más, hasta que llego a uno de joyas de plata y veo unos pendientes preciosos a juego con unas curiosas gargantillas. Si los viera Temari, diría aquello de «¡son una cucada!». Y, sin dudarlo, los compro para mis amigas.
Les van a encantar.
Estoy feliz por mis compras cuando me fijo en un tipo muy alto y enseguida me doy cuenta de que es el grandullón de Tobirama. Acelero el paso. Quiero llegar hasta él, pero es imposible. La gente no me permite avanzar. Entonces, veo una fuente de piedra en medio de la plaza, me subo a ella y lo llamo, pero no me oye.
Está frente a uno de los puestos de venta. Observo que compra dos pulseras de cuero marrones y negras y él se coloca una. El tendero mete la otra en una bolsita naranja y, después de pagar, Tobirama se guarda la bolsita y se va.
Atascada entre la multitud, cuando consigo llegar al puesto, el grandullón ya ha desaparecido y, curiosa, miro el tipo de pulsera que ha comprado. Son muy bonitas y, al ver cómo las miro, el hombre que las vende me explica que en la chapita de plata que lleva en la parte exterior puede grabarle lo que yo quiera.
Pienso en Sasuke: ¿le gustaría llevar una? Lo pienso. No sé qué hacer. No conozco mucho los gustos de mi vaquero y, mirando al señor, digo:
—Un amigo mío acaba de estar aquí y se ha llevado unas pulseras. Era un tipo alto, con un sombrero  claro, y...
Él asiente, sabe de quién le hablo, y yo prosigo:
—El caso es que no querría comprar otra igual que las suyas.
—Tranquila —responde—. Como las suyas es imposible que las compre.
Sorprendida, miro las pulseras que hay ante mí: ¡son todas iguales!
—Su amigo me encargó dos pulseras la semana pasada —me explica—. Pero quería las chapitas de plata en la parte interior de las mismas. —Y, sonriendo, añade—: Intuyo que no desea que nadie sepa lo que pone en ellas.
Vaya..., vaya, con el ligón de Tobirama... Y, cogiendo una de las pulseras, se la entrego al vendedor y digo:
—¿Podría grabar «¿Repetimos?»?
Él me mira. Otro que debe de pensar que estoy como una cabra. Sonríe y, tras coger la pulsera, con una maquinita graba en la plata lo que le he dicho. En cuanto termina, me la entrega para que vea el resultado y, cuando asiento y mete la pulsera en una bolsita naranja, le pago y me la guardo en el bolso.
A continuación, compro cositas para mi niña. Una camiseta, un chalequito, una chaquetita, y lo guardo todo al fondo de las bolsas que llevo. Ni Sasuke ni yo hemos hablado de la existencia de Sarada para que la cosa no se líe más, y creo que lo mejor es que su familia siga sin saber de ella.
Después me encamino hacia el lugar donde he quedado con Izumi y Kohana, y de pronto mis ojos divisan a Sasuke. Al verlo, sonrío. Pero ¿qué hace allí?
Lo miro embobada. ¡Dios, qué guapo está con ese sombrero de cowboy!
Rápidamente, me atuso el pelo, me recoloco la camiseta y echo a andar hacia él, cuando me doy cuenta de que está tomando algo en una terraza con Karin y me paro en seco.
Durante un rato, los observo entre la multitud. Como bien presupuse, ella ha sabido encontrarlo y enrollarse para estar a solas con él. Me doy cuenta de cómo ella coquetea tocándose el pelo y la oreja, y de cómo él se la come con la mirada. Sin lugar a dudas, como diría mi santa madre, donde hubo fuego, aún quedan resItachios.
Me estoy trabando. Me estoy enfadando segundo a segundo y sé que no he de hacerlo.
Siento que me acelero, y me cago ¡en tó! Pero no he de interferir. Yo misma he provocado esto y soy consciente de que la única culpable de que estén ahora juntos, solos y mirándose de ese modo, soy yo y sólo yo.
Estoy observándolos cuando se levantan y se meten en la vorágine del mercadillo. Los sigo. Se paran en varios puestecitos. Ríen, comentan y disfrutan del momento, mientras yo me reviento observando y tragándome mi propia bilis.
De pronto, en uno de los puestos veo que se interesan por unos pendientes.
Ella se los prueba. Con coquetería, mira a Sasuke, se sube el pelo, y mi corazón se resiente cuando, aunque no lo oigo, imagino que le ha dicho uno de esos piropos que pocas veces me dice a mí.
Conclusión: Sasuke paga los pendientes.
Eso me enerva, me pone furiosa. ¡Y yo comprándole pulseritas!
A cada instante más enfadada, pero sin dejar de seguirlos, veo que salen del mercadillo y se dirigen hacia un parking.
Allí, se paran a hablar y, con cariño, Karin le toca primero un brazo, luego el cuello, y finalmente terminan abrazados. ¡Mierda!
Con el corazón acelerado, soy testigo de cómo se hablan, de cómo se miran y, cuando ella se acerca a su boca y lo besa, tengo que contenerme para no gritar.
Es algo rápido. No es un beso intenso ni pasional, pero yo me clavo las uñas en las palmas de las manos.
Ha sido un simple pico, pero verlo, ser testigo directo de ello, me ha hecho sentir fatal. Finalmente, se separan, Karin monta en su coche y se marcha mientras veo que él mira cómo se aleja.
¿Qué pensará?
Durante varios minutos, Sasuke no se mueve. Imagino que calibra lo que ha pasado, que evalúa lo que ha sentido con ese beso, mientras yo siento que la tierra se mueve bajo mis pies.
Al final, se quita el sombrero de cowboy, se atusa el pelo y, cuando vuelve a ponérselo, veo que camina hacia un vehículo de la familia, se monta, arranca el motor y se va. Y entonces siento que mi corazón desbocado se va a salir del pecho.
—Te estábamos buscando —oigo de pronto.
Al volverme, me encuentro con Izumi y Kohana. Deduzco que mi cara debe de ser un poema cuando oigo que me preguntan:
—¿Qué te ocurre?
Sacando mis dotes artísticas, sonrío.
—Estoy sedienta. Venga, os invito a tomar algo mientras esperamos a Mikoto.
Ellas aceptan y, sin mirar atrás, pienso en refrescar mi garganta y, de paso, también mi  cabeza.
Como siempre que nos tomamos unas cervecitas, Izumi parece resurgir de sus cenizas. La tía no se emborracha, pero se vuelve más dicharachera, habla más. Me gusta. Creo que debería ser así siempre. Creo que debería beberse un par de cervezas al día por prescripción médica.

Oye Pelirosa , que me ves? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora