Esa noche, tras pasar una tarde en la que mi cabeza no deja de pensar nada bueno, dejamos a una salada Izumi en su casa y continuamos hacia el rancho.
Cuando llegamos, veo a Sasuke al fondo, apoyado en la cerca hablando con otros hombres. Mi corazón se acelera.
¿Por qué seré tan idiota?
Kohana para el vehículo y ellos nos miran. Con una fingida sonrisa, los saludo con la mano y ellos sonríen, mientras Mikoto se apea y va a saludarlos.
Cuando Kohana y yo nos bajamos, ella me mira.
—Gracias por ayudarme a explicarme con Mikoto.
Me apeno, pero afirmo con un cariñoso gesto:
—Aquí estoy para lo que necesites.
Demasiado buena has sido que no le has contado lo de Kurenai e Izuna.
Ella se encoge de hombros.
—¿Para qué decírselo? Tanto si ella existiera como si no, no volvería con su hijo, y no quiero hacerla sufrir más de la cuenta. No se lo merece.
Ambas estamos de acuerdo en eso, y, al ver a Mikoto entrar en la casa, Kohana añade:
—Voy a ayudarla a preparar la cena.
—Vale —asiento desde mi mundo de cristal.
Una vez se aleja, al ver que Sasuke no se acerca a mí, me vuelvo y camino hacia la cabaña. Soy imbécil. ¿Cómo me dejo embaucar por él? Pero, mientras camino, también soy consciente de que nunca me ha prometido nada. Sasuke se lo está tomando como un juego, y soy yo, y sólo yo, la que se hace pajas mentales con respecto a él.
De pronto, oigo unos pasos rápidos detrás de mí.
—Eh, Pelirosa, ¡espérame! —grita Sasuke.
Consciente de que nos miran demasiadas personas, me paro y, cuando mi vaquero llega hasta mí y me va a dar un beso, a diferencia de otras ocasiones, en las que colaboro con todo mi ser, esta vez ni me muevo.
—Tan poca efusividad dará que hablar.
Uf..., uf... ¿A que le cruzo la cara de un guantazo?
—Mira qué bien. Así no se aburren.
Muy sorprendido por mi contestación, Sasuke me clava la mirada.
—¿Qué te ocurre?
—Nada.
Sus ojos buscan los míos y, cuando los encuentran, comenta:
—Ha dicho mamá que habéis estado en el mercadillo de Lander.
—Sí.
—¿Has comprado cosas?
—Sí.
—¿Mamá y las chicas se han portado bien contigo?
—Sí.
Mis escuetas respuestas le hacen saber que me ocurre algo. No sé si imaginará que lo he visto allí con la pelirroja. Entonces, se quita el sombrero y va a decir algo cuando salto:
—Tu abuela me ha llamado mujerzuela, y la idiota de Kurenai, indecente. Esta última nos ha visto en el río esta mañana.
Sasuke levanta una ceja. Al parecer, cree que ése es el motivo de mi cabreo.
—Lo que digan ellas no tiene que preocuparte —murmura.
Me muerdo la lengua.
Siento unas irrefrenables ganas de gritarle, de empujarlo, de decirle que lo he visto con Karin, pero me callo. Es lo mejor. Sin querer, rememoro cómo horas antes me hizo el amor, cómo me besó, cómo me miró, y maldigo a la tonta que hay en mí, que sigue creyendo en el amor, en la magia, en el romance.
Luego, sin ganas de alargar la charla, le enseño las bolsas que llevo y digo:
—Me alegra lo que dices pero, si no te importa, me duele un poco la cabeza y voy a tomarme algo. Por favor, dile a tu madre que me disculpe, pero no tengo ganas de cenar. Prefiero quedarme en la cabaña y acostarme.
Echo a andar. Necesito separarme de él o le estampo las bolsas en la cabeza. Entonces, de pronto, me para sujetándome por el codo y pregunta:
—¿Te duele mucho?
Dios, que si me duele. Me duele el corazón por lo tonta que soy y, asintiendo, afirmo con rotundidad:
—Sí.
Me doy la vuelta y acelero el paso.
No quiero que vuelva a detenerme.
Media hora después, cuando he guardado los regalitos que llevo para mis amigas y para Sarada en la maleta, decido darme un baño. Cojo ropa y una toalla limpia de la habitación y, cuando salgo al salón, oigo que llaman a la puerta. Al volverme, ésta se abre y entra Mikoto preocupada con una bandeja.
—¿Qué te ocurre, hija?
Con una sonrisa de gratitud, respondo mientras ella deja la bandeja sobre la mesa:
—Me duele la cabeza, pero no te preocupes.
Como haría mi madre, la mujer se acerca a mí, posa la mano en mi frente y, tras unos segundos en los que me mira con gesto preocupado, dice:
—Ya te he notado yo un poco desanimada después del mercadillo.
Fiebre no parece que tengas. ¿Qué te has tomado?
Eso me hace sonreír.
—Paracetamol. Tranquila.
Mikoto sacude la cabeza y, señalando la bandeja, dice:
—Te he traído sopa de pollo y carne con patatas. Tienes que comer.
Ese gesto tan bonito me emociona y me hace darme cuenta de lo mala persona que soy. ¿Cómo puedo estar engañándola así? Pero, antes de que yo pueda decir nada, ella me da un beso en la mejilla y añade:
—Cómete lo que te he traído y luego acuéstate. Te vendrá bien, ¿de acuerdo, bonita?
Asiento. No puedo hacer otra cosa.
Mikoto me dedica una sonrisa y se va, dejándome con la sensación de que soy lo peor de lo peor.
Una vez me quedo sola, con mi móvil en la mano, busco mi música, me pongo a mi Pablo Alborán cantando Recuérdame y me insulto a mí misma por ser tan complicada.
¿Por qué no puedo ser una tía más normal?
¿Por qué no puedo enamorarme de alguien que me corresponda en lugar de fijarme en tipos que o no me corresponden o están todavía colgados de su exnovia?
Mientras suena la música, salgo del baño, cojo unas velas que he visto en un mueble de la cocina y las enciendo.
Suena una canción, y otra, y otra, y cada una que escucho me hace darme cuenta de que mi vida es una mierda.
Quiero un amor como ése del que hablan las canciones, pero lo que siento, en cambio, es el desamor que en ellas se expresa.
Cuando el baño está listo, apago las luces y me meto en la preciosa bañera que un día el hombre de mi deseo decidió colocar allí. La sensación del agua es gustosa, las velas me encantan y, cerrando los ojos, me relajo mientras tarareo la canción que suena a continuación.
No sé cuánto tiempo pasó allí, sólo sé que, de pronto, oigo susurrar junto a mi oreja:
—Despierta, Pelirosa.
Sobresaltada, me siento en la bañera y, al ver a Sasuke en la penumbra, gruño:
—¿Qué narices haces aquí?
Mi bufido hace que dé un paso atrás y, antes de que diga nada, suelto:
—Me estoy bañando. ¿No puedes respetar mi intimidad?
Alucinado por mi brusquedad, veo que parpadea, y siseo:
—Sal ahora mismo de aquí.
Sin decir nada, sale del baño y cierra la puerta, mientras yo maldigo.
Cuando soy capaz de mover las piernas, que se me han dormido, miro mi móvil, desde el que sigue saliendo música tranquilita, y me percato de que ha pasado más de una hora desde que me he metido en la bañera.
Con diligencia, salgo de ella, enciendo la luz y entro en la cabina de ducha. Una vez acabo, me envuelvo el pelo con una toalla y el cuerpo con otra.
No quiero salir del baño, por lo que decido hacer tiempo para que Sasuke se aburra y se vaya. Una vez me seco, me echo crema por todas partes, después me pongo unas bragas y una camiseta.
Ya vestida, me quito la toalla del pelo y comienzo a desenredarlo. A continuación, abro la puerta del baño y me quedo sorprendida al ver a Sasuke sentado en una silla. Nos miramos y, levantándose, pregunta:
—¿Te encuentras mejor?
Asiento. Con paso rápido, voy hasta la habitación que ocupo y él viene detrás de mí. Consciente de que estoy en bragas, aunque la camiseta me las tapa, saco un pantaloncito corto y me lo pongo.
Sasuke dice entonces:
—He visto que no has tocado la comida de mi madre. Te calentaré la sopa en el microondas y...
—No. Lo haré yo.
Sin hablar, asiente. Deja que pase por su lado y, cuando lo hago, me coge del brazo y pregunta:
—¿Me puedes decir qué te ocurre?
Ay, Dios..., ay, Dios..., ¡que no quiero explotar y hacer el peor de los ridículos! Me siento como una bomba lista para ser disparada, pero me contengo, ¡debo hacerlo!
No respondo. Espero a que me suelte el brazo, cuando insiste:
—He preguntado qué te ocurre.
Consciente del numerito que estoy montando, me avergüenzo de mí misma y, tras contar hasta veinte, lo miro y respondo:
—Hoy no he tenido un buen día.
Simplemente es eso.
—¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido?
Lo miro. Ay, Dios..., tengo un ataque de celos tremendo, pero respiro y contesto:
—He hablado con mi hija. La echo de menos.
Sasuke me acerca a él. Me abraza, y yo, sin querer dejarme llevar por lo que me hace sentir, me deshago de su abrazo y murmuro:
—De verdad. Quiero estar sola, ¿podrías darme ese gusto?
Mi vaquero me mira. Intenta leer en mis ojos algo que no estoy dispuesta a mostrarle y, tras un suspiro, responde:
—De acuerdo. Te dejaré sola, pero regresaré dentro de un par de horas.
—¿No sales esta noche? —pregunto con segundas.
Él niega con la cabeza.
—¿Adónde voy a ir yo sin mi maravillosa novia?
Ay, que le doy..., ¡que le doy!
Y, sin más, sale por la puerta y se va.
Con la rabia instalada en mi cara y en todo mi cuerpo, cojo la taza de caldo de pollo y la meto en el microondas.
Veo cómo da vueltas mientras se calienta y, cuando suena el pitido, la saco y me lo bebo. ¡Qué rico!
Una vez acabo, caliento la carne y..., Dios, ¡qué bien cocina Mikoto!
Cuando termino la cena, lavo los platos y los cubiertos en el fregadero, los seco y los coloco sobre la bandejita, y entonces llaman a la puerta. ¿Quién será ahora? En cuanto abro y veo la cara de Obito, sonrío.
—Sé por Sasuke que no quieres que te molestemos —dice—, pero mamá me ha pedido que te trajera este trocito de su tarta de melocotón.
Al mirar la porción, suelto una carcajada.
—¿Trocito? —exclamo.
Obito ríe, se encoge de hombros y susurra:
—Vale. Mamá es muy exagerada con sus trocitos.
Divertida por el gesto travieso del vaquero, camino hacia la cocina, cojo otra cuchara y, entregándosela, digo:
—Vamos, ayúdame a comérmela.
De mejor humor, nos sentamos en el salón y comemos el delicioso manjar, que sabe a gloria. Con curiosidad, observo las capas que lleva y mentalmente tomo nota de que tengo que pedirle la receta a Mikoto. Sin duda, es una gran repostera.
—¿Qué tal hoy en la feria? — pregunto.
—Mal —suspira Obito—. Varias de las ofertas que teníamos por algunos de los caballos han sido retiradas y, como esto siga así, no sé qué vamos a hacer.
Pienso en Kurenai. No sé si esa bruja está o no haciendo algo mal, y pregunto:
—¿Te fías totalmente de vuestra veterinaria?
Obito me mira. No sabe por qué le digo eso.
—Sí. Vaca Sentada... —contesta riendo— puede ser muchas cosas, pero me consta que es buena profesional. Nos lo ha demostrado en más de una ocasión con los caballos. ¿Por qué me lo preguntas?
Sin querer echarle mierda a Kurenai, a pesar de que se lo merece, sonrío.
—Por saber. Piensa que para mí todo este mundo es desconocido.
Obito asiente y, cuando va a decir algo, añado:
—Por favor, dime que Apache ha regresado... Sé que es una maldad que no quiera que lo vendáis, pero me encanta ese potrillo.
—Sí, reina de la salsa —afirma él —. Apache ha regresado.
Durante un rato, Obito y yo charlamos de lo primero que se nos ocurre. Le hablo de mi antiguo empleo en Los Ángeles, le comento la posibilidad de buscar un local cuando regrese para emprender mi propio negocio y él, sin dudarlo, me anima a que lo haga.
Obito me habla también sobre lo mucho que le gusta su trabajo en el rancho y, por cómo se le iluminan los ojos al explicarlo, sé que es verdad.
Mientras lo escucho, soy consciente de lo maravilloso que es trabajar en lo que a uno le gusta, y pienso en cómo disfruto yo creando maravillosas tartas, dulces y postres.
Cuando nos cansamos de estar en el salón, decidimos salir a tomar el aire fuera de la cabaña y nos sentamos en un balancín que hay en un lateral de la entrada. Entre risas y confidencias, continuamos nuestra conversación, y él se sorprende cuando le digo que soy la mejor amiga de la cantante Ino.
A partir de ese momento hablamos de música y yo le pregunto sobre el country. Obito me responde a todo y, cuando me intereso por un paso de baile que he visto y que no sé hacer, éste se levanta para mostrármelo y, en ese instante, algo cae de su bolsillo trasero.
Rápidamente, me agacho a cogerlo y veo que es una bolsita de color naranja. Sin decir nada, se la entrego y él explica sonriendo:
—Es un regalo.
Consciente de que yo tengo otra bolsita naranja como ésa guardada para el idiota de su hermano, pregunto:
—Y ¿se puede saber qué es?
Obito se sienta a mi lado, abre la diminuta bolsa y me enseña una pulsera de cuero. Al cogerla, un estremecimiento me recorre todo el cuerpo.
—¡Qué bonita!
—Sí. Es preciosa, ¿verdad?
Yo asiento, le doy la vuelta a la pulsera y, al ver la chapita de plata grabada con las palabras «Sólo tú eres mi amor», me quedo helada. ¡Ostras, lo que acabo de descubrir!
—¿Es de ese alguien complicado y especial que me comentaste? —murmuro como puedo.
Obito sonríe, asiente y, tendiendo la mano hacia mí, dice:
—Sí. ¿Me ayudas a ponérmela?
Mientras se la pongo, proceso la información.
Tobirama y Obito.
Obito y Tobirama.
Esos dos rudos y varoniles vaqueros..., ¿de verdad son pareja?
Madre mía..., madre mía, si Pocahontas o alguno de los vaqueros que los rodean se enteran, se puede liar bien gorda. Mi cara debe de ser de alucine total, pues Obito me pregunta:
—¿Qué te ocurre?
Lo miro. No puedo mentir. Es más, no tengo por qué mentir y, jugándomela, pregunto:
—Tobirama es esa persona complicada, ¿verdad?
La sonrisa de Obito se congela.
Siento que la sorpresa lo acongoja, y murmuro:
—Tengo infinidad de amigos gais y..., tranquilo, no voy a decir nada.
Además, aunque no me creas, no me había percatado de vuestra relación, hasta que hoy he visto a Tobirama en Lander comprando estas pulseras.
—¿Lo ha visto alguien más?
—No. No. Tranquilo. Si sé quién te ha regalado la pulsera es porque, al acercarme al puesto para comprar una para Sasuke, le he dicho al vendedor que no la quería igual que la del vaquero grandullón que acababa de marcharse, y éste me ha dicho que igual nunca podría ser porque la chapa de plata, en el caso del vaquero, iba por dentro. Y..., bueno..., al ver tu pulsera con la chapa grabada por dentro, he atado cabos y...
Obito no responde. Intuyo que en su interior está librando una batalla por contarme o no la verdad, y finalmente dice:
—Te agradecería que guardaras el secreto.
—Sí..., sí, por supuesto. Que no te quepa la menor duda. Por mí nadie sabrá nunca nada.
A continuación, respira. Siento que por fin respira y, apoyándose en el respaldo del balancín, murmura:
—Tobirama y yo llevamos juntos desde que íbamos al instituto. Todos nos creen unos excelentes amigos, pero nadie sabe, ni imagina, que somos algo más.
Ya nos encargamos nosotros de demostrarles lo mujeriegos que llegamos a ser, aunque cada día, según cumplimos años, nos cuesta más.
Asiento. Sin duda lo demuestran muy bien. Entonces, recordando algo, curioseo:
—Y ¿Evelyn y Kate?
El vaquero sonríe.
—Ellas son pareja y nuestra tapadera para poder pasar la noche juntos, tanto aquí como cuando vamos a su casa. Siempre que nos ven con ellas, evitamos que la gente hable de nosotros y nos juzguen.
—Sasuke no os juzgaría.
—Eso no lo sabes, Sakura.
—Lo sé —insisto—. Tenemos amigos gais en Los Ángeles a los que quiere y respeta como a cualquier otra persona. Ten por seguro que tu hermano os ayudaría en todo lo que necesitarais —murmuro pensando en Manu y David y otros amigos que tenemos en común.
Obito se encoge de hombros.
—Aun así, prefiero que no lo sepa.
—Pero ¿por qué?
Él sonríe.
—Llamémoslo cobardía. No sé, es difícil de explicar.
—¿Sabes? Hay una frase que dice que la historia no la escriben los cobardes, sino los que toman la iniciativa. Y no creo que Tobirama y tú seáis unos cobardes.
—Y no lo somos. Es sólo que, en nuestro entorno, en el rancho, ser gay no sería nada fácil; hay demasiados prejuicios.
—¿Y por qué no os vais de aquí?
—Lo hemos pensado.
—Y ¿qué os lo impide?
Obito sacude la cabeza.
—Mamá, Hideki, mis hermanos, la abuela, el rancho..., demasiadas cosas.
De repente, lo abrazo. Me fundo en un abrazo con él y murmuro:
—Cuenta conmigo para todo lo que necesitéis, ¿vale?
—Vale —asiente abrazándome también.
Sin duda, hoy está siendo el día de los secretos. Primero Mikoto y ahora Obito. Estamos abrazados cuando oímos:
—¿Qué narices estáis haciendo?
Rápidamente, nos separamos.
Sasuke está frente a nosotros con cara de malas pulgas y, levantándome, respondo:
—Hablar y abrazarnos; ¿ocurre algo porque lo hagamos?
Él nos mira. Siento que nos clava puñales con la mirada y, sin decir nada más, de dos zancadas abre la puerta de la cabaña y desaparece de nuestra vista.
A continuación, Obito baja la voz y murmura:
—Esto traerá problemas.
—No.
—Pero ¿tú has visto cómo nos ha mirado? Lo conozco y se imagina que entre tú y yo hay algo...
—No digas tonterías, Obito.
—No estoy diciendo ninguna tontería —insiste él.
De pronto oímos la voz de Sasuke, que me llama. Obito me mira, y yo digo para tranquilizarlo:
—Vete. Sin duda discutiremos pero, tranquilo, tu hermano y yo somos dos personas civilizadas y sabemos controlar nuestras discusiones.
Obito se agobia, vuelvo a vérselo en la mirada.
—No. Entraré contigo —dice.
—Vete —insisto—. Ya hablaremos mañana.
Cuando finalmente se va con gesto confuso, yo doy media vuelta y entro en la cabaña. Sasuke está apoyado en la encimera de la cocina y, mirándolo, pregunto:
—¿Qué pasa?
Su mirada en este instante es igualita que la de su puñetera abuela. Es dura, fría...
—Sin lugar a dudas —sisea—, está visto que las mujeres que se hacen llamar mi novia atraen a mis hermanos también. Primero, Izuna con Kohana, y ahora... ¿tú con Obito?
Bueno..., bueno..., bueno..., lo que me faltaba por oír.
—¡Lo que hay entre tu hermano Obito y yo es una simple amistad! — grito furiosa—. Y ya que estamos hablando de respeto, ¿lo has pasado bien esta tarde con Karin? —Mierda, lo he soltado. Ya no hay quien me pare —. Os he visto. He visto cómo tomabais algo en Lander. He visto cómo le comprabas unos malditos pendientes y cómo ella te besaba luego al despedirse.
¿Eso lo hace un novio modélico? —Sigue sin hablar, por lo que prosigo—: Mira, pedazo de burro, tu hermano y yo estábamos hablando, nos hemos emocionado por algo y nos hemos dado un abrazo. ¿Dónde está el mal?
Sasuke asiente. Noto cómo la furia de su mirada baja de decibelios en segundos y, cuando camina hacia mí, lo detengo.
—Estoy cabreada..., muy cabreada conmigo misma.
Cabecea. Se toca el pelo. Sin duda a él también se le está escapando la situación de las manos, y murmura:
—Yo no sé qué me pasa..., pero...
—Pues, tranquilo, que ya te digo yo lo que te pasa —lo corto furiosa—. Lo que te pasa es que deseas a Karin pero, por desgracia para ti soy yo la que está aquí contigo.
Y, sin más, me encamino hacia mi habitación, donde cierro de un portazo.
Durante horas, miro el techo en la oscuridad. Cada vez entiendo menos qué hago aquí, cada vez entiendo menos nada. Con lo bien que estaría yo en mi casita mirando al mar, no sé qué hago aquí metida en todo este jaleo.
Doy una vuelta, otra, otra. Me siento en la cama, me levanto, me tumbo, y entonces oigo que llaman a la puerta. Me incorporo de nuevo y, tras levantarme, voy a abrir. Frente a mí, Sasuke murmura:
—Quiero que seas tú quien esté aquí conmigo.
Nos miramos...
No hablamos...
Y, cuando da un paso hacia mí, no lo rechazo y me cobijo en sus brazos. Lo necesito. Necesito su cercanía, sus mimos y, en el momento en que nuestras bocas se encuentran, olvidándome de todo lo ocurrido, me entrego a él tanto como él se entrega a mí y nos hacemos apasionadamente el amor.
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Oye Pelirosa , que me ves?
FanficSakura, es una madre soltera que ama la vida, a su hija y a sus amigas, disfruta de la libertad del sexo... Pero que pasara cuando sasuke un sexy guardaespaldas vaquero? Llegue a revolver su mundo? La historia y los personajes no me pertenecen es un...