[Seis] La primera opción

140 7 4
                                    

— ¡Sara!

Pero no hay respuesta. Las puertas parecen estar hechas para cerrarse y las ventanas son muy pequeñas para mi. Me han hablado millones de veces del miedo a la oscuridad, aunque, para mi, es la luz la que no va conmigo. Hace frío, calor a la vez, ganas de romperlo todo, dejarlo en su sitio y volver a cargárselo. Sara ha bajado los plomillos, ha cerrado la puerta y ha bloqueado las persianas; uno odia lo que apenas puede ver en realidad.

— Te he dicho... ¡Te he dicho que me abras la puta puerta, Joder!

La puta es ella. La puta es ella por no abrirme la puerta. La puta es ella por decir que me quiere cuando debería odiarme como los mil demonios. Huele a fresa, repentinamente. En uno de mis arranques su perfume se ha caido al suelo. Me he resbalado, he dado de narices contra la puntiaguda esquina de su mesita de noche, y me he cortado las manos entre cristales. Parece odiarme en lugar de quererme.

— ¿Todo bien?

Todo mal, las paredes se me caen encima. Aunque no doy respuesta, devolviendosela. Solo se ve la sangre por debajo de la puerta. Qué irónico todo. Ahora es ella la que grita. Ahora es ella la que se retuerce, la que da patadas a la puerta por no encontrar la llave, la que llora. Aún con las mejillas rojas, los ojos inyectados en sangre y dolorido, la sangre colgando de mis dedos y la respiración a la mitad, la escucho lamentarse;

— ¡Que no fumes esa mierda, hostia puta! ¡Que vale que sea tu cuerpo, tu vida y tu costumbre, pero es que te estoy perdiendo! —Grita, dándole otro manotazo a la puerta— ¡Creo que me estoy cansando de esto!

— ¡Pues vete! ¡Ya te dije que no te merecías quedarte!— Los cristales se hicieron polvo bajo mis zapatos— Nunca me haces caso, ¡Siempre lo que la princesita quiera y desee!

— No, no, no, no, no te mereces esto, no quiero...

— Que sí, que me da igual lo que tú quieras; recoje mi cadáver cuando acabe. 

Podría hablar de la sangre que escapó de mi,  de la forma en que me arrugué como si deshincharan un globo. De la forma en que milagrosamente abrió la puerta y el cannabis se dispersó sobre mis zapatos y los restos de su perfume favorito. Incluso, si me apuras mucho, de la forma en que se abrazó a mi y ella misma encendía una de esas máquinas de matar y la ponía entre mis labios, con la vaga intención de aliviar el dolor que debía sentir. Irónico. Irónico y casi surrealista que lo escupiese y cerrase los ojos.Y, como en todos los intantes de todos los días en que cada pareja permanece unida aún con las mil dudas que revolotean en sus cabezas, ella tenía dos opciones; podía darme esa oportunidad que tan poco me merecía de ser su media naranja aunque no estuviese del todo seguro de poder serlo, o, simplemente y, con el poco sentido común que le quedaba, podría soltarme y dejarme caer simplemente, al suelo. A la nada.

Eligió la primera opción; por desgracia para ella.

1001 Historias de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora