Parte sin título 2

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Hoy cumplo exactamente tres meses en NYC. Todavía recuerdo hace cuatro meses cómo estaba convencido de que el hecho de dejar a mi familia y amigos no me pegaría tanto.

Boy, I was wrong.

No ha habido un día donde yo hable con mi mamá y ella no llore al trancar.

La primera semana en Nueva York fue, básicamente, una lloraíta todas las mañanas cada vez que me iba a bañar. De pronto empecé a extrañar los irrelevantes comentarios de mi madre en el carro mientras la llevaba al supermercado, ver películas en mi cuarto todo el día en HD y Dolby 5.1 (ahora las tengo que ver en una laptop y con audífonos), la pizza con tomate y pesto de Enzo, agarrar el bus de San Jacito un lunes por la tarde con Prince Royce a todo volumen.

Ese último fue mentira.

¿Saben eso de que cuando mueres toda tu vida pasa frente a tus ojos? Bueno, el día que pisas otro país toda tu vida venezolana pasará frente a tus ojos. Pero no voy a convertir esto en otro post sobre emigrar siendo venezolano con el piso del aeropuerto de Maiquetía como portada.

Choques culturales

Mi primer choque cultural lo tuve luego de echar mi primera cagada en la capital del mundo. Con papel higiénico en mano, me preguntaba dónde coño estaba la papelera. Minutos después recuerdo que los gringos botan el papel en la poceta. Luego de eso, tuve una experiencia algo incómoda en un bus cuando le pedí al conductor que me dejara bajar en pleno semáforo. La segunda vez, me di cuenta del anuncio en mayúsculas que decía NO HABLARLE AL CONDUCTOR MIENTRAS EL BUS ESTÁ EN MOVIMIENTO y del botón de “stop” que puedes presionar para bajarte sin tener que decir “en la parada, señor”.

Nueva York tiene la fama de que la gente es odiosa, pero no es completamente cierto. Aunque la mayoría es buena gente si le haces una pregunta o comentario, hay otros que simplemente no quieren tener ningún tipo de interacción con nadie.

Un día me bajé en la estación de tren incorrecta y a mi teléfono no le quería servir el GPS. Al verme desesperado, decido preguntarle a una chama que venía caminando hacia donde yo estaba: “excuse me, 14th street?”. Esta chama siguió su camino mirando hacia abajo como si yo no existiera. Quizás la muy mardita pensaba que le iba a pedir plata o le iba a tratar de vender algo. Indignado, mi única reacción fue gritarle “thank you” sarcásticamente mientras se alejaba de mí, y decir “bitch” lo suficientemente bajo como para que nadie me escuchara.

Welcome to New York.

Estando en Starbucks cargando el teléfono y robándome el Wi-Fi bebiéndome un café, tenía un chamo en frente de mí con su MacBook Air y celular. De pronto me mira y me pregunta “¿será que me puedes cuidar mis cosas mientras voy al baño?”. Le dije que no había problema y cuando regresó le tuve que contar que era de Venezuela y lo sorprendente que fue para mí la situación (aunque de verdad me provocó salir corriendo con la MacBook).

Una de las cosas que más me ha gustado de la ciudad es que nadie le para bolas a nada. ¿Tienes todo el cuerpo tatuado y con 40 mil piercings? Bien por ti. ¿Te caíste por las escaleras tratando de agarrar el metro a tiempo? Tranquilo, nadie te va a mirar. ¿Dos personas del mismo sexo agarrándose de las manos en la calle? No hay peo. Me imagino a una señora fanática religiosa en Nueva York. Le da el infarto en menos de 3 horas.

Las direcciones. En realidad es fácil ubicarse en la ciudad, pero la gente tiene la costumbre de decir, por ejemplo, “nos vemos en el sureste de Union Square.” Bueno, déjame sacar mi brújula para saber dónde coño es el sureste. “Tienes que decirme una tienda que esté cerca porque sino no me voy a ubicar”, digo siempre apenado. Luego de estar acostumbrado a las direcciones de Maracaibo tipo “cruzas tres veces la izquierda, luego a la derecha y al ver el abasto te metes en el estacionamiento”, no es sorpresa que me vuelva un culo tratando de ubicar algo tan simple como el sureste.

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⏰ Недавно обновлено: Jan 29, 2015 ⏰

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