En la casa de Hipo, la pareja estaba en la cama. Astrid estaba sobre las piernas del castaño, recostada contra él, mientras el chico se dedicaba a pasarle un trapo mojado sobre la roja mejilla.
-¿Estás bien?- Pregunto Hipo, acariciándole con el pulgar la mejilla.
-Ya te dije que no duele.
-Mentirosa- Astrid se rio un poquito y levanto su cabeza del pecho del chico, para dejarle un breve beso en los labios.
-Te amo- Susurro ella. Dándole varios y pequeños besos en los labios.
-Yo también te amo.
Hipo le devolvió los besos a la chica. Por primera vez en esos miserables dos días, por fin tenían un momento de paz y tranquilidad. Ellos disfrutaban de su vida llena de aventuras, con su adorada hija descansando en la cuna junto a la cama.
Unos golpes en la puerta se escucharon, haciendo que a joven pareja se separara.
-Dioses, justo ahora- Se quejó el castaño. Astrid se rio un poco y le dejo otro corto beso.
-Descuida, yo iré, de todos modos este día no podría ser peor.
Hipo se recostó completamente en la cama, agradeciendo que la chica se levantara. La rubia se dirigió escaleras abajo hacia la puerta, al abrir se encontró con la última persona que esperaba ver.
-¿Qué haces aquí?- Pregunto, mordiendo las palabras con desprecio y viendo fijamente a Eskol.
-Para mí tampoco es un gusto verte- Respondió con desprecio.
-¿Qué haces aquí?
-¿No es obvio? Vine a quedarme.
-¿Qué cosa?
El hombre cruzo la puerta, empujando a la chica de paso. Astrid no pudo evitar pensar que a todos se les estaba haciendo costumbre eso.
Reparo en las maletas que el hombre dejaba en el suelo.
-Oiga escúcheme bien. Yo sé que a las personas de mayor edad puede que les... crucen locas y extrañas ideas por la mente pero no permitiré que venga y solo... se instale en mi casa, así como así. Así que largo- Apunto la puerta, firmemente y segura de cada una de sus palabras. Eskol la miro unos segundos y luego volvió su atención a las maletas con su ropa.
Astrid no pudo evitar gruñir, apretando los puños. Ya no le quedaba ninguna duda, en esa casa, correría sangre.
-Usted no puede venir he instalarse en mi casa.- Ese fue el grito que despertó a Hipo. El chico se estaba durmiendo justo cuando los gritos de Astrid lo despertaron. Dioses, él la amaba verdaderamente pero a veces le gustaría que no fuera tan... vikinga y mantuviera una discusión sin la necesidad de gritar.
Se disponía a dormir nuevamente cuando reconoció la segunda voz, dioses su abuelo estaba ahí. Y si no hacía algo, estaba seguro que correría sangre.
El chico se levantó de un salto de la cama y en el proceso cayó al suelo golpeándose la cabeza. Con dolor volvió a ponerse de pie y bajo como pudo las escaleras.
-¡Silencio!- Grito desde las escaleras -¿Qué diablos sucede aquí?
-Hipo...- Astrid señalo a su abuelo y las maletas en el suelo. Hipo no pudo evitar decir un "Ohu", entendiendo la situación. Dioses, ese hombre no tenía limites ¿Cómo se le pudo haber ocurrido que seguiría su orden de marcharse? –Has algo- Ordeno Astrid. Y con solo verla, con los ojos fijos en él, los puños apretados, derecha y dura, supo que si no actuaba a quien mataría seria a él y no a su abuelo que era el culpable de toda la situación.
-¿Dónde dejo mis cosas Hipo?- Pregunto Eskol, ignorando completamente a la rubia.
-¡En la calle!- Grito Astrid, y para desgracia del pobre chico, otra discusión empezó.
Definitivamente Astrid se equivocó al decir que su día no podría ser peor. Mientras ambos vikingos discutían, el castaño se masajeaba las cienes con los dedos, después de esto tendría jaqueca para una semana.
No quería pelear con su abuelo, al contrario quería que las cosas entre ellos terminaran bien, pero tampoco podía recibirlo con los brazos abiertos en su casa, de lo contrario Astrid lo mataría. Por su mente pasaban miles de soluciones para quedar bien con el hombre pero en todas ellas el final de la historia era Berk velándolo tras su muerte a manos de Astrid.
Al final llego a una decisión, arriesgada, pero una decisión al fin y al cabo. Después de todo el que no arriesga no gana ¿cierto?
-Muy bien ya basta- Ambos vikingos callaron y le pusieron atención a Hipo –Abuelo...- Tomo aire, listo para arriesgar –Puedes dejar tus cosas en la habitación del fondo, la que antes era de mi padre.
-¿Qué?- Pregunto la indignada Astrid.
-Por fin alguien utiliza sentido común aquí- Se quejó el hombre mientras se dirigía al lugar, dejando a la pareja sola. Astrid mirando a Hipo con una mirada asesina, como un depredador listo para saltar, matar y cobrar venganza.
El chico solo se dio la vuelta y subió las escaleras, al sentirse más incómodo de lo normal ante la fiera mirada de su esposa. Hipo se fue al otro lado de la habitación esperando a Astrid, la cual subió rápidamente y entro lista para despedazarlo.
-Si quiera dame tiempo para despedirme de mi hija- Rogo, mientras ella se acercaba tortuosamente lento.
-No.
-Entonces solo dame dos minutos para explicarte mi plan- Astrid se detuvo, pensándolo con la mirada clavada en el suelo y el ceño fruncido.
-Un minuto- Concedió.
-Tal vez si mi abuelo pasa tiempo aquí, se permita ver y conocer mejor a Asdis, así la empezara a amar, apreciar o como mínimo aceptar.
-¿Y si eso no pasa y me debo aguantar al viejo en vano?
-Entonces...- Lo pensó un poco, apretó las manos y cerró los ojos, respirando hondo y listo para firmar su sentencia de muerte.- Entonces tendrás todo el derecho a matarme.
-¿Cuánto tiempo?
-Contando el día en que llega, generalmente suele quedarse una semana. Por lo que solo lo tendremos aquí cinco días.
-Cinco días Haddock.- Amenazo apuntándolo con su hacha.
El chico trago duro, rogando a los dioses que su plan funcionase. Y su abuelo podía ser tan intolerante que estaba seguro no solo habría un hombre muerto en esa casa, sino dos.
Astrid apago la luz de las velas y se fue a acostar, Hipo la siguió y rogo aquella noche porque todo saliera bien. Sin embargo un pequeño Terrible Terror anaranjado llego a su ventana, llamando su atención.
Hipo se paró y vio que este tenía una carta pegada a su pata. La tomo y le hizo un par de caricias al animal hasta que este se fue.
-¿Qué sucede?- Pregunto Astrid.
-Es de mi padre.
Hipo la abrió leyendo cada palabra con el ceño fruncido, bajo la atenta mirada de la rubia.
-Dioses no puede ser- Se quejó el chico y tiro el papel arrugado al suelo.
Hijo tu abuelo preparo sus cosas
Y se dirige hacia allá. Tiene la loca idea de quedarse en tu casa...