Alfonso González: Recuerdos y amistad

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Los rayos del sol de verano en Reynosa eran penetrantes y Alfonso lo sabía. La temperatura de 36° no fue un impedimento para ir a dejar un arreglo de flores a la tumba de Melissa, su prima fallecida hacía un par de años. Habían sido como hermanos y era por eso que cada vez que regresaba a su ciudad de origen, se encargaba de visitarla.

Suspiró pesadamente. Observó a su alrededor y se dio cuenta que era el único en el lugar. Su frente comenzaba a sudar, era hora de regresar a su auto e irse de ahí.

Salió del estacionamiento y prendió la radio. Era bueno estar nuevamente en casa y liberarse del estrés que en ocasiones, la ciudad de Guadalajara podía provocarle.

No tenía ningún plan concreto para ese día. Ya había visto a sus familiares y amigos en los tres días que llevaba ahí, por lo que disfrutaría un poco de lo que la comunidad le ofrecía.

Se sentía extraño que las personas se acercaran a él para decirle lo orgullosos que estaban de que representara a la ciudad, normalmente pedían fotos y autógrafos, pero no había nada mejor que las personas que lo habían visto crecer demostraran su cariño hacía él.

Caminaba por la plaza comercial como el resto de la gente con un helado de McDonald’s y una bolsa de Sanborns en las manos. Llegó a la zona de los comedores y tomó asiento en una de las sillas. Ordenó comida china y se dispuso a comer.

–Wow, así que es cierto que tenemos al gran Poncho González caminando nuevamente por Reynosa.

Esa voz le resultaba familiar. Despegó su vista del plato y miró hacia arriba. Sus ojos no creían lo que veían.

–Creo que llegué en mal momento –Rio levemente.

–Descuida –Sonrió–. Toma asiento –Se paró y jaló una silla para la chica.

–Han pasado unos cuantos años, sigues igualito.

–Y tú también, Ximena, solo que has crecido, ya no eres la misma chaparra.

–Tienes razón, tú también has crecido, además te ha tratado muy bien la vida –Hizo un gestó y señaló el caro reloj que traía él en la muñeca.

–Sabes que el futbol siempre fue mi gran ilusión.

–Y me da mucho gusto que hayas hecho tu sueño realidad. Como sea, ¿cómo has estado? –Sonrió.

–Muy bien, tenemos vacaciones y bueno, mamá quería que viniera a pasarlas aquí.

–Mejor lugar en todo México no has podido escoger –Hizo ademanes con las manos–.  Reynosa cuenta con un zoológico que tiene 5 animales, una playa que en realidad es un río y… ¡Oh, claro! Tenemos McAllen, queda a unos minutos de aquí, cruzando el puente internacional –Soltó una carcajada.

Alfonso hizo lo mismo y la miró. –Sigues siendo la misma bromista de siempre, Xime.

Ximena había sido la mejor amiga de Alfonso cuando niños, por lo que tenían miles de recuerdos juntos.

–¿De verdad? A nadie le parezco graciosa –Rio incómodamente.

–En verdad. Para mí lo sigues siendo, además, es imposible que cambiaras esa forma de ser. ¿Recuerdas la vez que me castigaron por tu culpa? Cuando me culpaste de haber puesto tierra en la mochila de Pablo.

–Pensé que ya lo habías olvidado. Tienes que admitir que fue gracioso, Pablo se burlaba de mis trenzas –Hizo una mueca.

–Claro que fue gracioso, ¡pero no mi castigo!

–Espera, te tengo una mejor. Cuando tiraste el pastel en el cumpleaños de Laura y nadie nunca supo quién fue.

–¿Qué tiré yo? ¡Fuimos los dos! Tú jalaste el mantel y yo moví la mesa.

–Cierto, fuimos los dos –Trató de reprimir una risa pero no aguantó.

–Pobre Laurita, le arruinamos la fiesta –Alfonso negó pero riendo al mismo tiempo.

–También en una ocasión rompiste una lámpara del gimnasio de la escuela, esa si fue tu culpa.

–No del todo, tú estabas jugando en nuestro equipo, automáticamente también tuviste que ver.

–¿Me quieres involucrar en tus fechorías? –Se hizo la indignada–. Malvado –Cruzó los brazos.

–Vaya recuerdos, eh. Quién diría que fuimos unos diablillos.

–Diablillos es poco, Poncho. Éramos unos demonios juntos, por eso siempre nos cambiaban de lugar en las clases.

–Es verdad, los maestros nunca nos dejaban sentarnos cerca. Me arrastrabas en todas tus maldades.

–Y viceversa, amigo.

–Mamá solía llamarnos el dúo de la muerte, algo extrema –Alfonso hizo gesto de desaprobación.

–Lo recuerdo perfectamente –Ximena sonrió.

–Pero, ¿Qué ha sido de ti? ¿Estás estudiando? ¿Trabajas? ¿Dónde vives?

–Tienes frente a ti a la futura mejor abogada de todo México –Puso su mano sobre el corazón como en forma de juramento–. Mentira, pero seré la mejor de la ciudad.

–Tonta –Sonrió y negó al mismo tiempo.

–¡Oye! Si te metes en un problema, puedo sacarte de la cárcel –Le guiñó un ojo.

–Vaya consuelo, seguramente harías que me sentenciaran a cadena perpetua.

–No soy tan mala –Alfonso la miró con una ceja levantada–. Solo un poco, tal vez.

La tarde había caído y ambos habían salido del centro comercial para dirigirse a la plaza principal del centro. Las luces ya iluminaban el lugar y los vendedores ambulantes paseaban por él.

Alfonso y Ximena habían comprado un par de algodones de azúcar y se sentaron en una de las bancas del kiosko.

–Me siento como un niño, extrañaba hacer este tipo de cosas –Arrancó un pedazo del algodón y lo metió a su boca.

–Sin embargo, ya no lo somos. Estamos creciendo, creo que ya no nos queda actuar como niñitos.

–Puede ser –guardó silencio.

–¿Por qué no nos acompañas a la playa este fin de semana? –Habló de repente.

–¿Quiénes irán? –Preguntó con curiosidad.

–Los chicos de siempre, Valeria, Lalo, Edgar y los demás.

–Claro, iré –Aseguró.

–Bueno, parece que será nuestro primer verano junto en South Padre Island, supongo que sabes lo que significa, ¿no?

–¿Dónde quedó eso de no actuar como niñitos?

–Una vez al año no hace daño –Ximena rio.

Ni siquiera el tiempo había disuelto una amistad como la que ellos tenían, y a pesar de la distancia y las circunstancias, seguían siendo los mejores amigos como en su niñez.

Entre canchas y amores - One ShotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora