Capítulo 1: De como ella descubrió que no sabe beber

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--Lo siento, Asuna. Yo...me he enamorado de alguien más.

Ah, sí, lo sospechaba. En realidad, en el minuto en que me pidió un encuentro improvisado para charlar sobre algo serio mi mente ya se había hecho a la idea de que me iba a dejar. Quizás por eso no me derrumbé frente a él, ni perdí los papeles y le arrojé la bebida que, por otro parte, pagaría él justo después de que yo abandonara, con aire digno, el local.

Pero antes de eso, me aseguré de entender cómo había conocido a esa maravillosa mujer que se había hecho con lo que, en un principio, fue mío.

--LLámame masoquista, pero me gustaría saber. ¿Cómo la conociste y cómo te enamoraste de ella?

Al principio mi pregunta pareció descolocarle, pero yo la consideraba básica. Mi novio, un apuesto chico universitario con el que había estado saliendo varios meses, me estaba dejando de un día para otro por una misteriosa chica de la que yo no conocía su existencia.

Lo mínimo que esperaba era una explicación, y una ficha completa de tan excelente muchacha.

Miró a cualquier parte menos a mí, pero yo ni me inmuté. Sorbí de mi café helado, tratando de mantener la compostura mientras él buscaba las palabras para responder a mi tan terrorífica pero obvia pregunta.

--Es una antigua amiga, la reencontré en la facultad. -- ¿Se creía que ese dato era suficiente para contentarme? Creí que me conocía mejor, así que me mantuve callada, esperando a que notara la indirecta y continuara. -- Se llama Yuna.

Y ahí estaba. El nombre de la que debía ser mi némesis. ¿Pero sabéis qué? No merecía la pena molestarse con terceros, cuando la culpa recaía, en esencia, en la base de la pareja. Nuestro vínculo era tan endeble que con la llegada de una linda chica se había ido como barrido por el viento.

-- Entonces, ¿desde cuando te gusta?

--Asuna...no necesitas saber eso. Solo jugamos en realidad virtual y llegamos a esto, nada más.

--Ni sueñes con escapar del interrogatorio, Eiji. -- este se echó hacia atrás en el asiento. Lucía cansado, o más bien estresado, pero me daba exactamente igual. ¡La víctima era yo!¡Yo era la que tenía derecho a echarse a llorar! -- ¿O prefieres que monte una escena y me eche a llorar mientras grito lo traicionada que me siento? Me conoces, puedo dar un buen espectáculo.

--Estás exagerando las cosas.

--Pues no me ocultes información, gracias.

--Nunca te he ocultado nada.

--¿¡Que no!? ¡Tendrás valor! -- me levanté, escandalizada. Me había hecho a la idea de no crear escándalo, por mucha amenaza que le soltara para provocarle, pero no estaba segura de poder conseguirlo, así que tomé mis cosas y me alejé con toda la dignidad que me quedaba. -- Estoy de vacaciones, y no me da la gana de que me arruines el humor. ¡Te quito ese poder!

--Asuna, siéntate, vamos a hablar las cosas...

--¡Que seáis muy felices!  -- y cerré la puerta del local con un relajante sonido de campanillas.

¿Había exagerado? Me daba exactamente igual. En realidad, me sentía más rota de lo que quería mostrar, pero no iba a dejar que mi autoestima sufriera las consecuencias de mi mala manera de llevar una relación, o de que mi novio no fuera tan magnífico como yo me creía.

Pero no es como si me fuera a morir por esto. La vida es un continuo aguantar contra la marea que no deja de empujarte hacia atrás. Y yo estaba en una edad fantástica para hacer de tripas corazón y volver a empezar.

En algún lugar debía existir alguien para mí.

Tomé el móvil y marqué ágilmente, y de memoria, el número de mi mejor amiga.

DesastrosamenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora