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Lo encontraron en el suelo del escenario. No sobre la plataforma, sino sobre el lugar donde los asientos residían.

Al menos eso decía la nota del periódico que encontró en el interior del contenedor de basura que había en la cocina. Seguramente su padre se deshizo de ella para que Agustín no sufriera con las palabras hirientes que le dedicaban.

Alrededor de él encontraron dos cuerpos desangrados cuya sangre se había mezclado con la suya. Sin embargo, Agustín había caído desde la plataforma donde anteriormente se habían presentado algunas de sus víctimas y los otros dos habían caído al suelo tras ser heridos.

Agustín Hessler intentaba reconstruir la historia de lo sucedido apoyándose en las versiones que escuchó, sus recuerdos y la nota del periódico que había obtenido esa mañana.

Según la información periodística, la policía recibió un llamado de ayuda a las once horas con quince minutos de la mañana anunciando que se había suscitado un tiroteo en una zona escolar. Cuando llegaron habían pasado cuatro minutos y cuatro personas ya habían muerto mientras que otras tres quedaron heridas de gravedad.

A las once veinticinco de la mañana dos oficiales escucharon una discusión y trataron de entrar a la estancia que había sido forzada desde el interior. Les tomó tres minutos derribar la puerta y en ese lapso de tiempo, Agustín ya formaba parte de la escena criminal que seguía siendo material de primeras planas en su localidad.

En la actualidad, los pocos vecinos que aún conservaban evitaban pararse en su acera y desde el otro lado de la calle, señalaban la casa marrón en que habitaban los dos miembros restantes de la familia Hessler.

— Intenta no mirar por las ventanas —le sugirió su padre apenas arribó a la habitación para asegurarse que seguía retenido y despierto—. Tampoco les hables. Hay una patrulla vigilando, así que los periodistas no se acercarán, pero hay que tener cuidado con la gente.

¿Cuidado con la gente?

— Creo que ellos están siendo precavidos respecto a mí —mencionó antes de que su padre se marchara a descansar tras volver del trabajo.

Agustín odiaba tener que relacionarse con las multitudes, eso era algo que recordaba bien. Así que no tenían ningún problema con mantenerse apartado del gentío que se generaba al exterior de su hogar.

Agustín intentó rebuscar entre su material escolar alguna pista del plan que elaboró, pues, si tramó todo con tanta precisión, debió haber realizado alguna especie de lista con todas las necesidades que tenía que cubrir aquel día y sus accesorios escolares debían resguardar sus planes.

No obstante, no encontró nada.

Seguramente ya habían revisado todos los rincones de su habitación en busca de pruebas que lo culpabilizaran más de lo que su sola presencia ya hacía.

Así que Agustín Hessler dejó de lado la nota, observó el cartel por la ventana y vio su reflejo en el vidrio.

El moretón debía provenir de un golpe muy fuerte, pues seguía sin desvanecerse. En su rostro lívido podían verse las secuelas de su impotencia. Agustín carecía de emociones, todo era un lienzo petrificado que buscaba respuestas. Además, el negro de su atuendo parecía ser una demostración del cómo se encontraban sus recuerdos.

«¿Por qué lo hiciste? —Se cuestionó a sí mismo al observar el moretón que tenía en la frente—. Debió ser por algo importante. Debió afectarme realmente para actuar de aquella manera —se dijo mientras poco a poco contemplaba su reflejo actual transformarse en una memoria perdida».

En aquel recuerdo su cara contenía alegría, estaba falto de manchas moradas y sobre todo, poseía una sonrisa.

— ¿Quieres hacerte un tatuaje? —Le cuestionó a la muchacha que estaba sentada sobre el borde de su cama abrochándose las agujetas de los zapatos.

— No tengo el dinero ni el valor para poder tener uno —respondió ella al extender su mano hacia él. ¿Por qué no podía rememorar cada facción de su rostro?—. Mis anteojos, Gusy —pidió y él se había dado la vuelta para tomar los lentes de la muchacha que estaban en el mueble en que se apoyaba—. Además, a Sabira no le gustará saber que desperdicio dinero en cosas como esas.

— Hassan tiene más tatuajes que un exconvicto —había replicado Agustín al sentarse junto a ella—. Tampoco vas a llenarte la piel de tinta. Sólo uno pequeño —insistió, de tal manera que no se reconocía ni él mismo.

¿Acaso en él podía habitar algo que no fuera seriedad? ¿Realmente él podía sonreír como lo hizo en aquel entonces, con aquella muchacha?

— No tengo dinero ni para pagarme la escuela a la que quiero ir, Gusy —susurró ella totalmente abatida.

¿A qué escuela se refería? ¿Por qué a su versión pasada le dolía escuchar esas palabras de alguien que ahora no evocaba con facilidad?

En ese momento, en el que el reflejo de un vidrio le traía recuerdos involuntarios, Agustín se dio cuenta que ella era parte importante de las respuestas que buscaba.

Quizá su presencia pudiera ayudarle, si es que no se encontraba entre sus víctimas.

— Hassan malgasta todo su dinero en drogas —alegó al sujetar la mano de la muchacha—. Si no lo hiciera, tú podrías ir a esa escuela.

— No tengo muchas opciones —murmuró ella con voz temblorosa y mirada perdida—. Además, él trabaja para que yo pueda participar en el club de danza.

En el pasado Agustín se enojó y ahora se había visto envuelto en la confusión de aquella vana afirmación.

— No hace mucho que digamos —repeló él de manera furibunda.

No le agradaba que ella lo defendiera.

— Hace lo que puede —aseveró la joven sin nombre de su recuerdo—. Todos hacemos lo que podemos, Gusy. A veces no es suficiente, pero no es culpa nuestra que no sepamos hacer lo correcto. El mundo te corrompe fácilmente.

— No a ti —declaró Agustín al acercarse a ella—. Yo cambié. El mundo cambió. Sin embargo, tú mantienes intacta tu esencia en este lado turbio que habitas. Te admiro por eso —manifestó antes de besar su frente.

— Eres un mentiroso, Gusy —se quejó ella mientras él le llenaba de besos el rostro.

— Probablemente, pero digo la verdad cuando pronuncio lo mucho que te quiero. 


El lado equivocado del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora