Agosto 18, 1999. El día se tornaba cada vez más oscuro. Las nubes, de a poco, cubrían el sol apagando la luz de la ciudad, el viento frío golpeaba con todo lo que se encontraba en su camino, todas las personas que caminaban por las calles se detenían a levantar su mirada al cielo y ver la tormenta que se avecinaba. Muchas personas contentas por la lluvia sonreían y la esperaba con ansias, otras no, se amargaban con saber lo que venía e imaginar llegando a su casa todo mojado, se notaba en las caras de todas esas personas ese pensamiento "¿ Por qué no traje paraguas?". Uno de esos era yo, mirando todo desde la ventanilla del colectivo, rogando que no llueva hasta llegar a casa, aunque la lluvia me gusta, pero cuando no estoy en la calle sino tirado en la cama y mirando la televisión, no mientras estoy viajando y sabiendo que tengo que caminar cuatro cuadras luego de bajar del colectivo hasta llegar a mi hogar.
-Treinta minutos más- Pensaba mientras miraba el reloj, solo eso faltaba, el mismo viaje todos los días durante cinco años, y aun no logro recibirme de la universidad. Lo malo del tiempo es que hay mucho tiempo para pensar y a veces no es bueno. Los pensamientos muchas veces nos invaden y toman posesión de todo el cuerpo, paralizándonos con el pasado y el futuro, logrando dominarnos y haciéndonos poner de rodillas frente a ellos.
Una mirada más a la hora, mis ojos comenzaban a sentir el cansancio del día, los frote con ambas manos, como si eso me sacara el sueño, vieja táctica que usamos los seres humanos para tratar de seguir despierto; la rutina de mis viajes estaba marcada en todo sentido, tanto en la ida como en la vuelta me suelo ubicar en la sección de discapacitados, es uno de los lugares más cómodos en el colectivo si no hay asientos, todo pasajero habitual lo sabe. Un leve sonido quebró el silencio de mis pensamientos que había causado el sueño, una dulce voz logró que busque con mis ojos el porvenir de aquella dulce melodía al unísono, mi mirada se posó sobre aquella figura que se acababa de parar frente a mí. Por leves segundos no escuche mas nada, ni el sonido del motor, las bocinas de los automóviles enojados no sonaban, todo era silencio, solo podía escuchar la voz de aquella señorita que estaba hablando por celular delante mío. Su piel tostada, como quien toma sol en pleno verano, era brillante y lisa, combinaban con sus opacos ojos color miel que resaltaban a través de los cristales de sus lentes gracias a sus delicadas pestañas rizadas, eran tan largas que sus ojos hacían que cualquiera que los observara con detenimiento lograra meterse dentro de ella, imaginando su vida por completo en solo segundos, como fue su niñez, a que se dedica, qué le gusta, todo era posible saber; su castaño cabello chocaba con sus lentes gracias a la brisa proveniente de la ventanilla, en ese momento que ella trataba de despejar su vista nos conectamos, ella entró en mí, provocándome una parálisis completa, mis latidos sacudían mis oídos y mi piel se erizo, ahora nuestros ojos estaban frente a frente, sin más ni menos éramos solo nosotros dos, no había nada más y ella sabía que todo eso estaba pasando. En su pequeño y delgado cuello colgaba una fina cadenita dorada con una "L" que prendía de ella, sospeche que su nombre empezaba con esa letra y un mar de nombres sacudieron mi mente tratando de adivinar como se llamaba, tratando de saber cuál de todos combinaban con sus labios pintados de rosados, aquellos que me regalaron una sonrisa, de esas sonrisas sinceras y que tocan nuestro ser para volverse un recuerdo que se grabará dentro nuestro como una fotografía instantánea sacada en el momento justo. La desconocida me miró por última vez, aprovecho que el chofer debió parar para que otra pasajera bajó del colectivo y ella también se fue, saliendo de mi vida en menos de un segundo, sabiendo que en mi ya era un recuerdo y sin saber que ese día cambió mi rutina por completo.
Septiembre 18, 1999. Un día más que viajo en la misma línea de colectivo, volviendo de la universidad, observando por la ventanilla, escuchando las mismas bocinas y motor, con la diferencia que ya no miro la hora, ahora miro con esperanzas ver de nuevo a Ele.
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ELE
Short StoryAmores eternos que suceden cuando el destino desea cruzarlos, sean por años o por un breve instante, se han de guardar en el fondo de nuestra alma... Dime ¿nunca te ha sucedido?