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El sonido era lejano, igual a un susurro en medio de una interminable barahúnda. Sin embargo, Agustín lo escuchaba de manera constante, pues era cercano.

Al principio lo confundió con una risa, pero conforme el tiempo avanzaba y el estruendo se ampliaba, se percató de la similitud que tenía con el llanto.

Agustín Hessler seguía confinado en su habitación después de haber regresado del hospital, almorzado e intentado utilizar su brazo. Debido a las molestias que seguía presentando, decidió recostarse y contemplar las imágenes que en algún momento de su vida colocó sobre las paredes.

Entonces escuchó el sonido.

Provenía del exterior y por esa razón él había acabado asomado a la ventana para escucharlo con más claridad.

Sólo esperaba que su padre no entrara a la habitación y lo reprendiera por husmear entre el cotilleo vecinal donde seguramente él era el tema principal.

— No fue mi culpa —lloriqueó alguien.

La probabilidad más grande era que se tratara de una mujer, pero Agustín no había visto a nadie viviendo en la casa contigua. No obstante, eso no significaba que estuviera deshabitada.

— ¡Confié en tu capacidad de cuidado! —Expresó un hombre que, a diferencia de la mujer, estaba furibundo.

Eran un contraste: ella era tristeza y él, odio. En medio de esa combinación se encontraba Agustín, intentando comprender las emociones que sentía y las que escuchaba.

— ¡Yo no sabía lo que planeaba! ¡Hessler fue su cómplice o Hassan fue el cómplice de ese homicida!

— ¿Hessler?

Tal como suponía, fue nombrado en la conversación.

— Él está ahí —manifestó la voz cada vez más bajo que era complicado para Agustín seguir escuchándola—. Él está vivo y tu hijo, muerto.

La atmósfera parecía diferente, aunque sólo lo era en la mente de Agustín.

— ¡Muerto! ¿Entiendes? —Le había dicho alguien sujetarlo del cuello, pero él se defendió.

Agustín también agredió a quien lo molestaba.

El escenario era diferente a los vistos anteriormente. Existían colores marrones, brillantes y escarlatas. No podía distinguirlos claramente porque todo parecía cubierto por una capa grisácea que solo estaba en los ojos de Agustín.

— ¡¿Cómo lo permitiste?! —Vociferó el hombre que se hallaba en el exterior y trajo a Agustín de vuelta a la realidad.

— ¡Yo no lo sabía! Hassan no era fácil de controlar.

Apenas lo pronunció, Agustín averiguó la posible identidad de quienes discutían. Ya contaba con las memorias necesarias para procesar la información que recibió de manera errónea y comprendió que se referían a Hassan Marzak y probablemente el hombre enfurecido fuera Osías Marzak, el culpable de la muerte de su madre.

— Nunca te acercarás a él, ¿entendiste? —Recordó que le dijo su padre cuando era un niño y Agustín estaba demasiado asustado de su expresión como para oponerse a la orden que le dio.

Sin embargo, ahora Agustín Hessler se cuestionaba si realmente cumplió con lo que su padre le pidió. Él quería creer que así había sido, pero las pruebas de lo sucedido en el colegio decían una cosa distinta, pues Hassan y Agustín eran los principales sospechosos. Hassan había muerto, pero Agustín seguía vivo para recibir el castigo por ambos.

El fuerte sollozo de la mujer lo hizo apartarse de la ventana y volver a su antiguo sitio en la cama. No obstante, mientras buscaba en el silencio y vacío de su memoria, escuchó un estruendo que no provenía de su mente, sino de la puerta de su hogar.

— ¡Que te marches! —La petición de su padre lo alertó, pero, de todas maneras, Agustín se puso de pie.

La sucesión de acontecimientos que escuchó a hurtadillas por la ventana había encendido su sentido de alarma y podía entender que su padre se dirigía con mucha probabilidad a Osías Marzak.

La erudición que poseía le sugería que se mantuviera en su habitación sin involucrarse en el altercado que se suscitaba en la entrada de su hogar, pero el impulso por recuperar sus memorias lo llevaron a dar pasos certeros y rápidos hasta el sitio donde las voces se originaban.

— Te repetí durante años que fue un accidente, ¿qué vas a decirme ahora? ¡Tu hijo es un asesino y pagará por ello! —Dijo el hombre que no concordaba con el de su recuerdo. El Osías Marzak que se hallaba en la puerta no era el mismo que aquel con el que hablaron cuando se encontraba en una celda—. ¡Escuchaste! ¡Escúchame bien, Agustín Hessler, pagarás por lo que le hiciste a mi hija!

¿Hija?

Agustín no entendió nada. ¿Acaso no debía estar enfadado por Hassan?

— ¡Vuelve a tu habitación, Gusy! —Le ordenó su padre de la misma forma que en su infancia le ordenó no hablar con Hassan Marzak—. ¡Que te vayas te digo!

— Osías Marzak, ¿verdad? —Se aventuró Agustín a pesar de que su padre se atravesó en su camino.

— ¡Ve a tu habitación, Agustín! —Repitió su progenitor, pero no era el niño escuálido que hizo caso a su orden de no charlar con Hassan sólo por ser hijo de Osías Marzak.

— Usted asesinó a mi madre —mencionó Agustín sin importarle que su padre lo sujetara del brazo recién liberado del cabestrillo.

Los ojos marrones de Osías Marzak lo miraron con vehemencia antes de acercarse lentamente a él.

El padre de Agustín sirvió como una barrera contra la figura exasperada del intruso que tenía delante y que no lograba recordar con claridad, pero cuya información no era del todo agradable.

— Estaba ebrio y fue un accidente —argumentó Osías Marzak como lo hizo en su recuerdo pueril—. ¿Qué vas a decirme tú? Estabas consciente de lo que hiciste en el momento que asesinaste a mi hija.

— ¿A su hija? ¿Tenía una hija?

Él sólo recordaba a Hassan, pero su padre le había prohibido hablar con los niños Marzak.

— ¡No lo escuches, Agustín!

— No se lo impidas. Puedo entenderlo de Hassan. Él nunca la quiso, pero tú la adorabas, Agustín —le reclamó Osías y ninguno de los intentos de su padre funcionó para que dejara de escucharlo.

La capacidad de razonamiento que poseía lo hizo darse cuenta de la conexión que aquella muchacha de rizos castaños podía tener con él.

— Detente, Osías —exigió Sean Hessler con la misma vehemencia execrable con la que en el pasado lo agredió en su encuentro fortuito en prisión.

— Siempre la quisiste —reiteró Osías sin importarle que Sean lo apartara.

— ¿A quién? —Indagó, aunque la respuesta ya estaba saliendo del recóndito espacio en que su mente la guardó.

En algún instante las paredes del hogar de Agustín se desvanecieron y se vieron sustituidas por verdes arbustos, flores rojas y un rostro infantil con anteojos y largos rizos castaños.

— Gusy —lo saludó ella de manera sonriente y en los inocentes sentimientos de Agustín, ese saludo significó demasiado para él.

— Entra a la casa ahora mismo, Eloya —exigió una voz irascible detrás de ellos.

Eran unos niños, pero Hassan Marzak poseía algo que sobresalía de entre los tres. Algo que asustaba Eloya y que molestaba a Agustín. Algo que desembocó en una situación violenta y que los separó, dejándolos en un lugar equivocado.

— Eloísa —susurró, desatando un torrente sucesión de memorias que finalmente le trajo respuestas.

Agustín Hessler finalmente averiguó sus razones para estar involucrado en el homicidio de veinte compañeros y tres profesores, aunque en realidad él sólo asesinó a uno.  


El lado equivocado del mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora