—Hoy, estamos aquí reunidos, para conmemorar a Anne Shirley, una niña llena de luz y vida.
Los padres de Anne me rogaron que diga unas palabras. Acepté con gusto, pero después de aquel día, ya no fui el mismo.
Solo sabía que iba decir todo lo que sentía por ella.
La miré, en ese cajón, dormida plácidamente, en un profundo sueño. Estaba preciosa.
—Anne... con solo decir su nombre me lleno de emociones —digo con una sonrisa, después de tanto tiempo—. Ella era especial. Es, especial. Ella siempre sabía como alegrarte el día con solo su sonrisa. Siempre que tenías un día de mierda, ella iba y te contagiaba su alegría. Todo en ella era positivo. Todo en ella era contagioso. Todo en ella te hacía sentir como que tus días eran mejores. Y es el toque que ella tenía. Iluminaba toda la oscuridad en tu interior. Ella... era mi luz. La luz de mis días, la razón de levantarme. Ella era la que me daba las ganas de estar aquí. Me hubiera gustado salir en esa cita que ansiaba con todo lo que me hace ser yo. Me hubiera gustado declararme antes. Me hubiera gustado besar sus labios finos y suaves antes. Me hubiera gustado crecer a su lado. Me hubiera gustado pedirle que sea mi novia. Me hubiera gustado pedirle que se case conmigo, tengamos hijos y cuidarnos mutuamente hasta que seamos viejitos. —hice una pausa. Mi pecho, mi alma y mi cuerpo dolían. Dolían como no se dan una idea— Pero me voy a quedar con los recuerdos que tengo. Me voy a quedar con esa Anne feliz. Esa Anne que me daba felicidad. Esa Anne que voy a amar para siempre y con cada parte de mi ser.
Después de eso, Bertha me dio un "Gracias", con ojos dolidos de tanto llorar.
Diana estaba igual. Nos consolamos mutuamente. Ella era la única que entendía la profundidad de mi dolor. Porque el de ella era igual.
Sus amigas se encontraban llorando desconsoladamente también.
Josie era la que trataba de ser fuerte, pero ver a Anne... la rompió en todas las maneras posibles.
El día pasó, como cualquier otro, pero sin Anne.
Yo ya no tenía razones para sonreír.
Meses después.
Gilbert no salía de su casa. Nunca. Se quedaba todo el día durmiendo o llorando. Ni siquiera comía.
Solo había salido una vez para buscar algo, pero después de eso nunca más.
La escuela había terminado, así que no tenía nada por hacer.
Aunque Diana se dirija todos los días a verlo y tomarse el tiempo de ayudarlo a comer algo y levantarle el ánimo, nada ni nadie podría hacer algo para cambiar su estado.
Y menos esa depresión que lo ataba a su cama.
—Gilbert, ya llegué. —entró su amiga al hogar de aquel chico.
Nadie respondía, dando a Diana por asumir que estaba dormido o simplemente no quería responder, como muchas veces sucedió.
—Ya despierta, te traje comida.
Diana entró a su habitación desordenada, pero allí no estaba. Era raro que él se levante para cualquier cosa.
A estas alturas la pelinegra estaba confundida.
Fue al patio, a la cocina, pero no había rastros del chico de ojos avellanas tristes.
El único lugar que le faltaba era el baño. Así que hacia allí fue.
Intentó abrir la puerta, pero estaba siendo trabada por algo pesado, haciendo que tenga que aumentar su fuerza para abrirla.
De todas las cosas que pensó, contempló la peor de todas.
Un charco de sangre salía de la cabeza de Gilbert Blythe.
—No, no, Gilbert... —su cara de terror estaba clarísima.
Simplemente se sentó y comenzó a llorar en él, abrazándolo.
A su costado, encontró una arma y un celular.
Tenía ese mensaje que minutos antes de morir, Anne le envió.
Se había matado.
Le costaba creerlo.
Era lo único que la ataba a Anne.
Gilbert descansó en paz ese tres de diciembre, para luego reencontrarse con su amada en los cielos.
Ella lo abrazó fuerte, con todas sus fuerzas.
Gilbert le correspondió, al fin feliz con ella.
Diana murió a los 82 años, con una vida "feliz", mucha terapia, pero pudo disfrutarla.
Sus padres no pudieron mejorarse desde la muerte de su hija, así que se mudaron a otro país para empezar de nuevo, pero sin olvidar a su preciada progenitora.
Así es como concluye está historia.
Y recuerden, no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Valora a tus seres queridos. Nunca sabés cuando los puedes perder.
Y si algo me pasa, los amo.
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